Tanto mi socio como yo nos hemos metido ya varias veces —con el cuchillo entre los dientes y sin hacer prisioneros— con uno de los mitos capitalistas más repetidos y más exitosos: el mito del “ejemplo de superación”. Por ejemplo, aquí, aquí, aquí y aquí.
Seguro que os lo habéis encontrado mil veces en el cine, en la tele y en los bares. Pero, por si acaso no estáis seguros de a qué me refiero, dejadme que os lo resuma brevemente en su versión más rampante, incluyendo las conclusiones capitalistas más asquerosas y destructivas que de él se suelen extraer.
La historia va más o menos así:
Aquí tenemos a Manolito. A pesar de haber nacido con todo en contra (sin brazos, en la miseria, ciego, de padre borracho y madre prostituta), a pesar de haber sufrido, encima, la más brutal y diabólica de las malas suertes a lo largo de su vida (atropellado por un camión seis veces, leucemia juvenil de la que casi no sale, secuestrado por la mafia rusa para vender heroína, riñón extirpado para venderlo en el mercado negro cuando la mafia ya no lo necesitó más), a pesar de todo esto, ahí tenéis a Manolito.
Gracias a su esfuerzo, a su inquebrantable voluntad, a su tenacidad, a su ilusión, a su optimismo, a su sonrisa sempiterna y a que Dios aprieta pero no ahoga, ahora, a sus 27 años es la persona más joven —y la única en la historia— en haber conseguido el mismo año el premio Nobel de la Paz, el de Física y el primer puesto de la lista Forbes de las personas más ricas del mundo.
¡Ay Manolito! ¡Qué orgullosos estarían tus padres si no hubiesen muerto de lepra cuando aún gateabas!
Hasta aquí los hechos. Pasemos ahora a la única explicación posible de esta bonita historia:
En primer lugar, queridos amigos, hay que enfatizar que la suerte no ha tenido nada que ver en todo esto. El único motivo detrás del éxito de Manolito es sin duda su extraordinaria capacidad de trabajo y su tenacidad. De hecho, la correlación entre lo que uno trabaja y lo que uno consigue es tan perfecta que hay teólogos que sospechan que existe cierto tipo de comité divino que se encarga de darle a cada humano lo que se merece según una exacta —aunque desconocida— ecuación.
Tampoco debemos adjudicar, por supuesto, ni un sólo gramo de mérito a ninguna persona de su entorno ni a la sociedad en la que ha vivido hasta el día de hoy. Todo lo que ha conseguido Manolito, lo ha conseguido él solo. Lo mismo le habría dado trabajar rodeado de gente en Madrid que en una choza, como un ermitaño, en la selva.
Con la historia y su explicación en la mano, no es difícil extraer algunas enseñanzas morales muy claras que nadie debe perder de vista:
En primer lugar, si trabajas mucho, todo te irá bien. Esto no falla.
Como conclusión lógica directa, si no te han ido las cosas bien, es que no has trabajado lo suficiente. Posiblemente seas un terrorista fascista comunista perroflauta cubano. Si no lo eres, lo que es seguro es que eres un vago. Es decir (no me gustaría dejarme matices importantes), todos los pobres son vagos y son pobres precisamente porque son vagos.
Asimismo, podrías pensar que el punto del que partes importa. Pero no es así. Ahí tienes a Manolito como ejemplo de que el teorema funciona siempre sin importar de dónde empieces. Si dices que te han ido mal las cosas porque no tienes brazos, estás ciego y te ha secuestrado la mafia rusa, obviamente estás apelando a excusas para que no veamos tus debilidades de carácter. Además de vago y pobre, eres taimado y mentiroso.
La historia de Manolito demuestra que tampoco tiene nada que ver tu suerte, o tu entorno o la sociedad.
Como plus teórico-moral, podemos concluir que, si vemos a una persona muy rica, automáticamente sabemos que es muy trabajadora y que su riqueza no es otra cosa que un premio bien merecido.
Todo esto apunta contundentemente a que las siguientes políticas son justas:
- Ayudar a los pobres no sirve para que salgan de pobres, así que sólo hay que ayudarlos si nos sobra el dinero y nos da la gana porque, además de ricos, somos buena gente.
- La igualdad de oportunidades es irrelevante, así que no hay que intentar garantizarla.
- A nivel de estado y por los mismos motivos, el gasto público en protección social sirve de muy poco, así que sólo lo subiremos cuando lluevan euros del cielo y, por supuesto, lo recortaremos sin piedad cuando vengan vacas flacas.
- Los ricos deben ser homenajeados, admirados y sus partes bajas han de ser besadas por todos. Son el referente moral, el faro de virtudes que nos ha de guiar.
- Hay que dejar que los ricos hagan lo que quieran. Al fin y al cabo, ¿quién mejor que ellos sabe lo que es bueno y decente?
- Debemos bajar los impuestos a los ricos. ¿Quiénes somos nosotros para tocar el justo premio de su riqueza que el comité divino de la ecuación perfecta les ha concedido?
Como se puede apreciar, este mito tan edificante es potenciado y funciona mucho mejor cuando Manolito tiene una discapacidad (¡Científico del CSIC y no puede ni levantar un vaso de agua!). La anéctdota es mucho más fácilemente elevada a ley general en la parte del “teorema” que niega la importancia del punto de partida si el protagonista de la historieta es retrón. La discapacidad se convierte en una prueba más de que no importa lo que te toque en la vida, de que sólo importa lo mucho o poco que trabajes.
Por eso al sistema le gusta tanto usarnos a los retrones para difundir este mito.
En estas cosas andaba yo pensando mientras veía este corto (bastante entretenido y que os recomiendo, aunque no hace falta verlo para seguir el artículo).
A primera vista, se trata de un ejemplo clásico del mito del “ejemplo de superación”. El protagonista sin miembros es, de hecho, un conocido “conferenciante” vendedor de inspiración barata a granel con el que me confundieron un día absurdamente en Méjico (otro día os lo cuento).
Y, sin embargo, el corto tiene algo. A mí, hasta me gustó y todo.
Si me conocéis un poco, ya sabéis que una contradicción de este tipo me arranca inevitablemente a pensar... y luego me arranco por bulerías a escribir un artículo para contaros lo que he pensado.
Pues bien, lo primero que hay que dejar claro es que la versión capitalista del mito es obviamente estiércol, ponzoña, propaganda burda, bazofia diseñada para destruirnos primero moralmente y luego económicamente. Sólo busca separarnos, declarar inútil la solidaridad y el cuidado de nuestros semejantes, vestir a los millonarios más despiadados, ladrones y psicópatas con ropajes honorables de pro-hombres llenos de virtudes y en general mantener un statu quo en el que les resulta fácil y lucrativo que seamos sus esclavos y sus compradores de baratijas.
Las razones por las que esto es lisa y llanamente así las explico aquí. Básicamente, porque es mentira que lo que uno tiene sea el justo premio por su trabajo, es mentira que el juego sea limpio, es mentira que las cartas no estén marcadas, es mentira que el azar no juegue un papel, o que no lo juegue la sociedad en la que vives, o tu entorno, o tu punto de partida.
Esto es claro y evidente, pero hoy quiero ir más allá.
Porque el corto me gustó y le gusta a mucha gente... y no es suficiente con declarar esa reacción emocional como algo primitivo, como un resultado de la manipulación, como algo que se elimina —¿o se reprime?— con educación. Como todos los mitos usados para la propaganda, el del “ejemplo de superación” tiene un 90% de mentira y un 10% de verdad y, como todos los mitos usados para la propaganda, no parte de la nada, sino que trabaja con unos mimbres que están ahí: en nuestra humanidad común.
Si es pernicioso caer en la trampa y comernos con patatas la versión oficial del mito y sus repugnantes “conclusiones” morales, no es menos dañino rebelarnos y negarlo en su totalidad. Al hacer tal cosa, estamos rechazando una parte de nosotros que (como casi todas nuestras partes) es buena y valiosa, la estamos tirando con todo el paquete y se la estamos regalando al enemigo para que haga con él lo que quiera.
No sé muy bien cómo hacerlo, pero creo que tenemos que recuperar el mito del “ejemplo de superación” para nosotros. Tenemos que conseguir que sea nuestra nuestra arma y no la suya.
Después de tantas décadas de hegemonía capitalista del discurso, esta reapropiación es sin duda larga y difícil, pero quizás podemos empezar por decirles (1) “A diferencia de vosotros, a quienes os dan muchas veces todo hecho, nosotros tenemos que ganarnos con esfuerzo y lucha cada palmo de dignidad” y, sobre todo, (2) “Por muchas botas que nos pongáis en el cuello, siempre, siempre, nos vamos a levantar; nunca, nunca, nos vais a aplastar del todo ni os vais a librar de nuestra mirada desafiante”.
Lo que superan los “ejemplos de superación” no son desgracias del azar, casi fenómenos meteorológicos. No. Lo que superan es vuestra opresión, organizada y deliberada.