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La guerra azul

2040. El conflicto armado provocado por los normales está a punto de acabar. Nosotros, la resistencia, después de muchos años de ostracismo, conseguimos imponer la ley. Esa ley que estuvieron sistemáticamente saltándose cada día aquellos que se creían con la potestad para pisarnos.

Ha habido muchas bajas en todos estos años, coches rotos, ruedas pinchadas, pero al final lo conseguimos. Las plazas de movilidad reducida ya no volverán a ser ocupadas por los normales. Ha costado años de guerra, pero lo conseguimos. Es cierto que tuvimos que tomar la vía radical, pero no había otra manera. Se intentó de todas las maneras posibles, pero seguían sin tomarnos en serio, así que hubo que actuar.

Ahora que parece que los normales han entregado las armas, nosotros suspiramos con calma. Ya no tendremos que pelear más por nuestras plazas, no tendremos que salir del coche esperando que la otra persona nos cuente cualquier milonga, no tendremos que aguantar las sobradas de gente sin escrúpulos que durante tantos años hemos soportado.

De nada valieron la pérdida de puntos, las multas económicas, las sanciones administrativas, las discusiones con gente altiva, las faltas de respeto continuas hacia nuestro colectivo. Todo eso se acabó.

Conseguimos por la fuerza lo que durante años nos negaron sistemáticamente y es muy triste que hayamos tenido que recurrir a esto, pero no nos ha quedado más remedio.

Esto es parte de un sueño. Un sueño recurrente en el que siempre acabamos luchando por lo que nos corresponde, contra la gente que no nos tiene en consideración y es que es una situación en la que todos, como sociedad, tenemos la culpa.

Cada vez más gente toma conciencia de esta cuestión, pero hay otros muchos que lejos de entender nuestra situación se creen con más derecho que nadie. Esto es algo que pasa bastante en ciertos colectivos, como el otro día, cuando a la entrada de un colegio un padre aparcó, sin tarjeta, en zona de movilidad reducida. Un amigo, Eladio, y padre de un niño del colegio, se lo hizo notar y el tipo, lejos de admitir el error le espetó: “Yo aparco donde me sale de los cojones”, así que por la tarde fuimos a poner la correspondiente denuncia aportando pruebas gráficas de todo tipo, incluyendo mi testimonio como testigo.

A este señor chulopera le caerá una bonita multa, ya no por aparcar en sitios de movilidad reducida, sino que, encima, tenemos que aguantar la chulería de esta gente. Porque tienen tan claro que ellos están por encima de cualquiera que les da igual pisar.

Obviamente, ante reacciones de ese calibre, nos van a encontrar en frente y combatiremos, como en el sueño, con todas nuestras armas si es preciso hasta que al resto de los normales les entre el tembleque por siquiera pisar una de las líneas de nuestras plazas. Hay un frase que anda dando vueltas por las redes que dice que si quieres mi plaza, te dejo mi discapacidad. Y en cierto modo, y aunque suene fuerte, me gustaría ver a esas personas tan chulas y altivas, rezumando prepotencia, metidos en una silla de ruedas un solo día. Seguro que se les quitaban las ganas de hacer el imbécil.

Solo espero que no haya que llegar a la situación que describí arriba, creo que todo puede ser bastante más sencillo. Seguimos en la brecha.

2040. El conflicto armado provocado por los normales está a punto de acabar. Nosotros, la resistencia, después de muchos años de ostracismo, conseguimos imponer la ley. Esa ley que estuvieron sistemáticamente saltándose cada día aquellos que se creían con la potestad para pisarnos.

Ha habido muchas bajas en todos estos años, coches rotos, ruedas pinchadas, pero al final lo conseguimos. Las plazas de movilidad reducida ya no volverán a ser ocupadas por los normales. Ha costado años de guerra, pero lo conseguimos. Es cierto que tuvimos que tomar la vía radical, pero no había otra manera. Se intentó de todas las maneras posibles, pero seguían sin tomarnos en serio, así que hubo que actuar.