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Sin horas valle

8 de noviembre de 2021 21:57 h

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El altavoz inteligente que descansa sobre la mesita de noche, junto a mi cama, emite dulces campanillas cada mañana para que me ponga en marcha. Electricidad. Me levanto de un salto, porque soy de las que tarda poco en espabilarse, y conecto la cafetera de cápsulas para hacerme el café. Electricidad. Después, descongelo pan en el microondas. Se me olvidó sacarlo por la noche. Electricidad. Le preparo el vaso con leche a mi hija, que sigue remoloneando en la cama. Electricidad. Entre tanto, le he pedido al altavoz que me ponga el programa de radio de la mañana. Electricidad. Hace unos minutos que el pan se tuesta en la tostadora. Electricidad. Ya huele a mañana en la cocina. Pienso en la factura de la luz… en la lavadora que tengo que poner. ¿De qué dispositivo podría prescindir para reducir el consumo eléctrico? Todos son básicos. En esta parte del mundo dependemos de la electricidad, hasta tal punto que un corte de luz de varias horas nos sumiría en un pequeño caos doméstico ¿Apagones? Tiemblo solo al imaginarlo.

El día se ha convertido en una especie de gincana, tratando de que todo encaje, persiguiendo ese megavatio hora más barato. Vivir, con lo que ello implica para cada cual, y que resulte lo menos gravoso posible, sin renunciar a los básicos de limpieza, alimentación e higiene personal, se hace estresante. Angustiante. Electrizante en el sentido literal de la palabra.

La angustia se eleva a la enésima potencia cuando, literalmente, nuestra vida depende de la energía eléctrica: para respirar, para movernos, para suplir la función de nuestros riñones enfermos. Respiradores. Electricidad. Dializadores. Electricidad. Condensadores de oxígeno. Electricidad. Sillas motorizadas. Electricidad. Nebulizadores. Electricidad.

Las personas electrodependientes viven enchufadas a una máquina que funciona con energía eléctrica. No un día a una hora, sino todos los días a todas las horas. El encarecimiento de la luz ha vuelto a constatar cuán vulnerables son. Se trata de la electrodependencia con mayúsculas. Depender de una máquina para vivir. La escalada de precios de la energía eléctrica supone una espiral de angustia para estas personas. No pueden esperar el mejor momento, porque necesitan todos los momentos. Electricidad. Para ellos no hay horas valle.

El altavoz inteligente que descansa sobre la mesita de noche, junto a mi cama, emite dulces campanillas cada mañana para que me ponga en marcha. Electricidad. Me levanto de un salto, porque soy de las que tarda poco en espabilarse, y conecto la cafetera de cápsulas para hacerme el café. Electricidad. Después, descongelo pan en el microondas. Se me olvidó sacarlo por la noche. Electricidad. Le preparo el vaso con leche a mi hija, que sigue remoloneando en la cama. Electricidad. Entre tanto, le he pedido al altavoz que me ponga el programa de radio de la mañana. Electricidad. Hace unos minutos que el pan se tuesta en la tostadora. Electricidad. Ya huele a mañana en la cocina. Pienso en la factura de la luz… en la lavadora que tengo que poner. ¿De qué dispositivo podría prescindir para reducir el consumo eléctrico? Todos son básicos. En esta parte del mundo dependemos de la electricidad, hasta tal punto que un corte de luz de varias horas nos sumiría en un pequeño caos doméstico ¿Apagones? Tiemblo solo al imaginarlo.

El día se ha convertido en una especie de gincana, tratando de que todo encaje, persiguiendo ese megavatio hora más barato. Vivir, con lo que ello implica para cada cual, y que resulte lo menos gravoso posible, sin renunciar a los básicos de limpieza, alimentación e higiene personal, se hace estresante. Angustiante. Electrizante en el sentido literal de la palabra.