No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.
Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com
El otro día, un amigo publicó la siguiente imagen en facebook, me hizo gracia y la compartí.
Al cabo de unas horas (o al día siguiente, no recuerdo muy bien), publiqué otra imagen contra las corridas de toros.
Al poco tiempo, recibí un mensaje de un grupo animalista (muy cordial) en el que me afeaban un poco la conducta por haber publicado la primera imagen, la de Batman y Robin. Con mucha sensatez, me explicaban que no ayudaba a la causa de los derechos de los animales hacer mofa de los veganos. Que compartir esa imagen hacía daño a los perros, a los gatos, a los caballos y, sobre todo, a las vacas, cuya versión masculina acababa a la sazón de defender en mi mismo muro de facebook de las rancias estocadas del hispanismo ancestral.
Vamos... el viejo mandamiento que reza: No te reirás de las cosas serias.
Lo primero que sentí fue un poco de culpa. Al fin y al cabo, había leído hace poco un artículo muy bueno en El caballo de Nietzsche (sí, he tenido que mirar —de nuevo— si la 'z' iba ante que la 't' o era al revés) y me había quedado tan impresionado que me estaba planteando volverme vegano... lloré mucho cuando murió mi perra hace unos meses (más que por muchos humanos) y tengo una empatía por los animales, creo, bastante más elevada que la media.
Por suerte, ese sentimiento tan inútil llamado “culpa” me dura muy poco a mí y rápidamente contesté a mis amigos animalistas que todo muy bien, que seguiré defendiendo los derechos de los animales al mismo tiempo que mi derecho a hacer humor del tema que me dé la gana y que —ya que estábamos— me recomendasen, porfa, un estudio científico en el que se analizase de modo riguroso el efecto en la salud de una dieta vegana.
Después de contestar, al cabo de un rato, me di cuenta de que lo había hecho de modo intuitivo y que quizás sí que había un problema, una contradicción.
No es que me preocupen mucho las contradicciones. Sé que la vida es compleja y me gusta la cita de Whitman:
Pero claro, eso de estar pensando en cambiar de dieta por empatía con los animales a la vez que dañaba al movimiento animalista con mi irresponsable comportamiento en las redes sociales me pareció que excedía los límites de lo que tenía en mente el poeta norteamericano; que merecía una explicación (al menos para mí mismo).
Así que empecé a pensar.
La pregunta clave era, ¿por qué había compartido la imagen de Batman y el Robin vegano?
La primera respuesta que se me ocurrió: Porque el chiste era bueno.
El meme de Batman hostiando a Robin siempre me ha gustado, pero es que ésta variación, además, tenía un juego de palabras estúpido y absurdo, una exclamación sin venir a cuento por parte de Robin y una apelación muy bien traída a las albóndigas (con un chuletón no habría funcionado tan bién).
Me reí porque me hizo gracia y lo compartí porque la felicidad y la risa se comparten. Quizás era una mofa, pero era buena.
Por ejemplo, el siguiente chiste —usando el mismo meme— también se refiere a un tema serio... pero no es gracioso.
Así que sí: el chiste del Robin vegano era bueno. Pero esto no cerraba la explicación. A pesar de su gracia, ¿cómo puede ser que no sintiese ni el más mínimo remordimiento a la hora de compartirlo si, en efecto, se trataba de una mofa que dañaba al movimiento animalista y, por ende, a los animales? ¿Es que el humor me vuelve un psicópata? —me pregunté.
Lo cierto es que aún no estoy seguro de la respuesta a estas preguntas, pero sí que he llegado a dos reflexiones que sugieren que la cosa no es tan seria y que, incluso, mi actitud respecto del meme-chiste vegano podría ser (quizás) hasta sana y positiva para la causa.
Por un lado, me parece que una mofa sólo es cruel si el objeto de la misma es una víctima de la opresión; alguien débil y vapuleado. Si te mofas de alguien que es más o menos fuerte o vive más o menos bien, tampoco es tan grave. Mofarse de un perro apaleado, de una mujer violada, de un niño desnutrido o de una persona con discapacidad que vive en la pobreza y la dependencia es cruel y posiblemente inmoral. Un vegano o un luchador por el concepto abstracto de la “diversidad funcional”, normalmente, débiles y víctimas... no son. Para luchar, hay que tener al menos algo de fuerza. Los que están oprimidos tienen una bota bien gorda en el cuello que no sólo les dificulta la respiración, sino que normalmente también les impide hablar. Los que luchan, no tanto.
Así, los dos chistes anteriores no serían crueles en modo directo. No obstante, podrían serlo en modo indirecto. Es decir, aunque no dañen a los luchadores por las respectivas causas, podrían dañar a las causas en sí y a las gentes o animales que estas causas defienden.
Sin embargo, creo que esto no es siempre así y aquí es donde entra la segunda reflexión.
Me he dado cuenta de que existe un “síndrome del militante”, mediante el cual muchos defensores de causas justas nos vamos tomando más y más en serio a nosotros mismos, a nuestros principios, a nuestros conceptos, mediante el cual nos vamos volviendo más y más dogmáticos, más y más refractarios a todo lo que cuestione nuestros textos sagrados, nos vamos imbuyendo más y más de un talante hierático y alejado de esa realidad que afecta al día a día de nuestros “defendidos”, nos volvemos un poco pesados, duros de mollera y, en general, bastante coñazo.
Hay pocas medicinas tan potentes como el humor para re-encauzar esta deriva.
Las causas y el sufrimento de las víctimas son cosa seria. Nosotros, compañeros de lucha, no tanto.
Sobre este blog
No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.
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