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Llamémosle por su nombre

Nuria del Saz

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Y su nombre es… autismo. Desde que la gran mayoría conocimos el autismo a través del personaje de la película Rainman (1988), protagonizada por Dustin Hoffman, hasta nuestros días, se ha recorrido un buen trecho. Muchos ya no presuponemos que las personas autistas son seres aislados y especialmente dotados para calcular fechas. Hoy sabemos que las personas con autismo comparten un diagnóstico, pero su variedad y singularidad es tan diversa como lo somos los seres humanos. Igual que todas las personas ciegas no somos ni hacemos nuestra vida de la misma manera, las personas con autismo son diferentes entre sí y tienen capacidades, necesidades e intereses distintos. Puede parecer algo obvio hoy, pero este mayor conocimiento sobre su singularidad, marca una diferencia para seguir avanzando hacia la deseada inclusión.

Unos viven con una condición introvertida, mientras que otros muestran afecto y no parecen tan aislados. Unos tienen lenguaje y otros apenas pueden expresarse, etc. De ahí el símbolo del infinito de colores. El autismo no es lineal, sino que es un espectro. Una condición diversa. Diversidad que requiere, por tanto, de apoyos y adaptaciones individuales para que cada persona pueda desarrollar todo su potencial y vivir su vida.

El lema con el que este 2023 celebra el día de concienciación sobre el autismo me trae a la memoria la anécdota que me contó en cierta ocasión mi vecina María, cuyo hijo menor es autista. Cuando Manuel era pequeño, a veces, tenía crisis de conducta. En una de esas situaciones difíciles, un perfecto desconocido había reprochado a María no educar bien al niño. Otro día, en el metro, con el pequeño tirado en el suelo, miradas reprobatorias alrededor, miradas prejuiciosas, miradas de incomprensión… denotando ninguna empatía ante lo que allí sucedía. Un niño aparentemente descontrolado y una madre que, a duras penas, podía calmarlo. Ante la mirada torcida de una señora, María aclaró que el niño era autista. A lo que la buena mujer respondió: “!ah, que no es de aquí, no?

Y su nombre es… autismo. Desde que la gran mayoría conocimos el autismo a través del personaje de la película Rainman (1988), protagonizada por Dustin Hoffman, hasta nuestros días, se ha recorrido un buen trecho. Muchos ya no presuponemos que las personas autistas son seres aislados y especialmente dotados para calcular fechas. Hoy sabemos que las personas con autismo comparten un diagnóstico, pero su variedad y singularidad es tan diversa como lo somos los seres humanos. Igual que todas las personas ciegas no somos ni hacemos nuestra vida de la misma manera, las personas con autismo son diferentes entre sí y tienen capacidades, necesidades e intereses distintos. Puede parecer algo obvio hoy, pero este mayor conocimiento sobre su singularidad, marca una diferencia para seguir avanzando hacia la deseada inclusión.

Unos viven con una condición introvertida, mientras que otros muestran afecto y no parecen tan aislados. Unos tienen lenguaje y otros apenas pueden expresarse, etc. De ahí el símbolo del infinito de colores. El autismo no es lineal, sino que es un espectro. Una condición diversa. Diversidad que requiere, por tanto, de apoyos y adaptaciones individuales para que cada persona pueda desarrollar todo su potencial y vivir su vida.