Si ya tienes unos años, quizá recuerdes aún aquellas sillas con pala abatible con las que muchas aulas estaban equipadas. Yo, que soy zurdo, cuando iba al colegio me sentaba en sillas con pala para diestros y tenía que retorcer la espalda, la muñeca y estar terriblemente incómodo. Para una persona gorda o incluso demasiado alta, independientemente de la mano que usara para escribir, estas sillas “prefabricadas” —que no permiten ajustar la pala al lado y la distancia deseadas— también eran muy incómodas. Todo viene de la misma raíz: el diseño. Cuando se diseña, considerar la diversidad debería ser lo primero.
Acabo de mencionar la altura de una persona como un factor potencialmente excluyente. Poder ir al baño cuando eres un niño, tienes movilidad reducida o simplemente no llegas a una altura determinada es algo que puede volverse complicado ya que no tienes una talla “estándar”. Pero, a la vez, es tan fácil de salvar como diseñar lavabos, inodoros, etc. a una altura más baja. Con estándar me refiero a un tipo de persona con una talla concreta (varón, de 180 cm, 75 kg de peso).
La estandarización también es sexista, por supuesto. Una revisión de estudios científicos demostraron que los síntomas del infarto de miocardio eran diferentes en los hombres que en las mujeres, pero todos los protocolos estaban diseñados para el hombre. Dado que no se había profundizado en los protocolos que debían aplicarse en mujeres, si una mujer sufría un infarto sus probabilidades de sobrevivir eran bastante más bajas que las de un hombre.
Destreza con la mano dominante, altura, sexo… Para este tipo de variables, entre otras, existe y debe existir el uso flexible. Un ejemplo de esto es que un pasillo sea lo suficientemente ancho para que las sillas de ruedas puedan pasar sin problema alguno, y que donde doblan cuenten con al menos 1,50 metros de radio de giro para permitir el cambio de dirección. Con esa anchura nos aseguramos de que tanto las personas con movilidad reducida como las que no la tienen puedan pasar.
Otro ejemplo de uso flexible es el diseño de la aplicación de cámara de fotos de un móvil estándar. En este caso podemos pulsar la pantalla con cualquier dedo, porque está pensada para usarse de la manera más genérica posible. De este modo, independientemente del dedo que utilicemos, la foto saldrá correctamente; mientras que una cámara de fotos siempre tiene el disparador a la derecha, con la dificultad que ello puede suponer en ciertas ocasiones (exactamente lo mismo que aquellas malditas sillas). En realidad, un móvil es algo flexible en toda su dimensión, ya que son dispositivos altamente configurables. Incluso los iPhone tienen incorporado un lector de pantalla llamado VoiceOver con el que las personas con discapacidad visual pueden hacer uso de ellos.
Volveremos sobre esto, pero la accesibilidad es donde se cruzan tecnología y diversidad de capacidades para interactuar con pantallas, interfaces y webs. Es importante que una aplicación, una web o un servicio digital puedan ser usados por toda la población. En esta se incluyen quienes no tienen discapacidad, quienes sí la tienen y utilizan lectores de pantalla o teclados, quienes tienen daltonismo, baja visión… Aquí es donde entra en juego la concepción de uso flexible, que debe posibilitar una experiencia completa del producto o servicio una vez se ha adaptado a la diversidad existente.
Afortunadamente, el uso flexible se ha ido teniendo más en cuenta con el paso de los años. Una simple silla, que sin embargo nos lo puso difícil a más de uno, es un ejemplo de exclusión que nos recuerda que hay que pensar en la diversidad para que las cosas funcionen.
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