Hay expresiones que no dicen nada. Hay construcciones lingüísticas que repelen. ¿No les pasa? A mí cada vez más. Especialmente en el lenguaje político de estos tiempos. Esa forma de hablar que pretende ponerlo todo en valor, cuando parece que únicamente se valoran a sí mismos y su puesta en escena.
Ahora si una ley, un proyecto o un trabajo no incluye la palabra “perspectiva de” pierde enteros en el mercado.
En muchas ocasiones su uso es significativo, tal es el cometido de las palabras. Pero con demasiada frecuencia se abusa de ella para revestir de valor al proyecto, insuflándole ese aire de estar en el torrente principal.
Ahora, tras la manoseada “perspectiva de género”, llega a sus pantallas la “perspectiva de discapacidad”. Es decir, se resalta la intención de tener bajo el foco, en el punto de mira, la discapacidad. ¡Se nota, se siente, la discapacidad está presente! Pobrecita… Ella, por eso de ser limitante, pedía a gritos la concurrencia de un tercero. Como si la discapacidad por sí misma no tuviera poder suficiente para que se atiendan sus necesidades, cumpliendo con los derechos.
A mí este uso del lenguaje me hastía. Valoro la simplicidad, la claridad. En la claridad no hay trampa ni cartón. La claridad tiene sustancia. Estas palabras vaciadas me hacen desconectar del discurso, que muy probablemente es lo que se pretende, desde mi retorcida perspectiva de periodista, harta ya de paparruchadas diversas. Desposeer de contenido una gran palabra sumándole otra no solo no engrandece a ninguna, sino que ambas se diluyen.
Leía no hace mucho que una consejería de vivienda iba a aplicar la perspectiva de discapacidad a cierto proyecto. Oiga, ya dábamos por hecho que la accesibilidad es una premisa sine qua non para cualquier proyecto público. Si no se consigna explícitamente que incluye “la perspectiva de discapacidad”, ¿debemos inferir que todo aquello que no lo menciona en su título no contempla a las personas con discapacidad? Líbrenmne de esos planes estrella en los que se ondean mil banderas como mérito extraordinario. No se cuelguen medallas. Lo único que hacen es cumplir con la ley. No es mérito. Es un derecho.
Hay expresiones que no dicen nada. Hay construcciones lingüísticas que repelen. ¿No les pasa? A mí cada vez más. Especialmente en el lenguaje político de estos tiempos. Esa forma de hablar que pretende ponerlo todo en valor, cuando parece que únicamente se valoran a sí mismos y su puesta en escena.
Ahora si una ley, un proyecto o un trabajo no incluye la palabra “perspectiva de” pierde enteros en el mercado.