Una escribe y escribe sobre discapacidad y, a veces, siente que se repite como el ajo. Pero el día a día me demuestra que es muy necesario seguir haciéndolo. Incluso repetirse.
El otro día me preguntaron si el braille se seguía usando. Ya saben, el braille es el sistema de lectoescritura para las personas ciegas basado en puntos en relieve. No hay preguntas tontas. Es normal que el que no sepa, pregunte. Más aún cuando no es usual ver a una persona ciega escribir en braille, sino con el ordenador.
Efectivamente, hoy en día las personas ciegas usamos todo tipo de dispositivos informáticos para escribir y leer. Entonces, ¿qué ha pasado con el sistema braille? Por cierto, pronunciado en español tal y como lo leen, con “ll”.
Los niños ciegos siguen aprendiendo a leer y escribir en braille, como no podría ser de otra manera. El braille es un conjunto de signos, formados a partir de un signo llamado generador que consta de seis puntos, y cada uno de ellos se corresponde con una letra del alfabeto o un signo de puntuación. Es decir, por cada letra, un signo de puntitos en relieve.
Conforme los niños ciegos crecen y asimilan el braille, el paso al ordenador es el camino natural antes o después. Primero, porque al escribir en el ordenador la comunicación escrita con personas videntes es directa. En segundo lugar, porque el braille ocupa mucho espacio físico, mientras que en un ordenador o en un móvil puedes tener cientos de archivos, libros digitales, etc.
Con todo, como he mencionado, el braille no ha desaparecido ni lo hará, porque es imprescindible para la alfabetización de las personas ciegas, por mucha tecnología digital que exista. ¿Para qué usamos el braille, entonces, las personas ciegas adultas? Habrá quien apenas lo use, aunque lo sepa leer y escribir. Por lo que a mí respecta, sigue estando muy presente en mi vida para identificar los medicamentos y para poner etiquetas, por ejemplo. Etiqueto botes de especias en braille, pongo etiquetas a las perchas para saber el color de la prenda que cuelgo en ellas y, cuando cae en mis manos algún disco de vinilo o un cd, le pego su correspondiente rótulo en braille para identificarlo. Sin olvidar lo útil que resulta entrar en un ascensor y localizar la botonera con sus puntitos incorporados. Así que, sí, el braille sigue muy vivo, casi doscientos años después de su invención y ojalá estuviera presente en muchos más productos y objetos cotidianos, como las tarjetas de plástico que llevamos en la cartera, de entidades bancarias, tiendas, bonos de transporte, etc. etc. Un deseo con el que no dejo de soñar.
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