Empecemos por el principio; empecemos por el título. ¿Por qué “De retrones y hombres” y no “Mundo discapacitado” o “El rincón del diverso funcional”.
Como es bien sabido, existen una serie de humanos en nuestro planeta y en nuestro país que se ven rarunos. A algunos les faltan partes que los demás suelen tener. Otros parece que tienen todas las partes pero las menean de manera curiosa, como bailando house. O las movilizan despacito y sin brío. O simplemente no las mueven para nada. También los hay que poseen las partes estándar pero con diferentes tamaños o formas que las que solemos ver en la tele y en las revistas. Tenemos otros que no ven, o no oyen, o ninguna de las dos cosas, y por supuesto los hay que piensan raro... vamos, que su parte distinta viene a ser lo que denominamos cerebro. La lista es ciertamente extensa.
En español de España, nos encontramos con muchas formas de denominar a este curioso grupo de humanos. Las más habituales son “discapacitado” o “minusválido”; versión más suave, ésta última, de la más antigua y extremal “inválido”. Es decir, en lugar de “aquél que no vale nada” (inválido), “aquél que vale menos” (minusválido). Para la gente que no tiene sentimientos y, por tanto, prefiere abandonar el disfraz del latín y las esdrújulas, están disponibles las denominaciones explícitamente despectivas, como “cojo”, “tullido” o “cascao”, entre otras. Pero también hay gente bien intencionada. No sería justo olvidarnos de ellos. Así, mediante las perífrasis “persona con discapacidad” o “persona con minusvalía”, a veces se recuerda que estos seres sorprendentes son también personas (aunque no quede claro siempre a primera vista) y uno queda mucho mejor. En esta línea, también se ve por ahí “persona de movilidad reducida” y, para los más exigentes, para los que no quieren quedar bien sino muy bien, existen experimentos lingüísticos de extremado tacto, como por ejemplo “diverso funcional”.
En este blog, a pesar de tener a nuestra disposición tan amplia gama de opciones, preferimos usar “retrón”“retrón. Un vocablo inventado, sonoro, que recuerda a ”retarded“ en inglés, a ”retroceder“ y que suena despectivo. Nuestros motivos, y los míos personalmente, son básicamente dos:
Por un lado, si no te sabes reir de ti mismo, tienes un problema serio. Seas retrón o no. Cualquiera que tenga dos dedos de frente lo sabe. Si eres gordo y te molestan los chistes de gordos, 1. lo vas a pasar mal en la vida, 2. los van a contar igual cuando te gires y vas a ver por el rabillo del ojo cómo se ríen disimulando, y 3. te vas a perder algún chiste de gordos francamente bueno. Si encima vas y te empeñas en que la gente no llame “gordos” a los gordos, sino “personas de volumen curiosón”, “humanos de abdomen generoso” o “delgados en desarrollo”, entonces ya ni te cuento.
En segundo lugar, y más importante si cabe, es siempre bueno tener una lista de prioridades. Como escribí un día que estaba inspirado en twitter:
Receta para ser feliz: 1. Aprende a distinguir lo importante de lo que no lo es. 2. Actúa en consecuencia. 3. Sí, sí, actúa en consecuencia.
Sinceramente, hay muchas cosas que hacer que van antes que intentar modificar el lenguaje. Uno puede dedicar sus energías, su dinero y su tiempo a que la sociedad, en vez de llamarnos “minusválidos”, nos llame “locomotivamente creativos”, “chanantemente bailongos” o “personas con biomecánica interesante”. Uno puede enfadarse cuando escucha o lee “minusválido”, y ponerse a mandar cartas al director, escribir comentarios en blogs, quemar diccionarios de la RAE, o traducir el BOE a lenguaje buenista. Pero, lamentablemente, las energías, el dinero y el tiempo, son recursos limitados.
Lo siento. El mundo está hecho así.
Así que, si nos ponemos a luchar por el lenguaje, tendremos menos energías, dinero y tiempo para luchar por otras cosas. Lo cual es una pena, porque hay un montón de cosas realmente importantes por las que luchar.
Por resumirlo de algún modo, los retrones, en casi todo el mundo, son ciudadanos de tercera. En algunos países del norte de Europa las cosas se hacen más o menos bien, pero ahí se acaban las buenas noticias. En el tercer mundo, nacer con una discapacidad, o adquirirla en algún momento de tu vida, es garantía prácticamente segura de una vida de miseria, exclusión y vergüenza. En los países en desarrollo, la cosa mejora un poco, pero no tengas muchas esperanzas de tener una situación económica solvente, una buena profesión, o una vida activa y completa.
En España se ha avanzado mucho en las últimas décadas (sería tonto negarlo) y hay algunas cosas buenas; algunos pasos adelante no totalmente cancelados por los recientes pasos atrás, aunque ya veremos. En España, hay rampas en las esquinas, y en muchos edificios, aunque no en todos. Hay taxis adaptados, autobuses adaptados (en ciudades grandes, no te pases pidiendo) y te puedes subir al AVE con tu silla de ruedas. Hay colegios de integración, algunas asociaciones que te ayudan, y una cierta conciencia social.
Dicho esto, todavía nos encontramos un montón de problemas: Volar en avión es una odisea y una tortura en muchos casos, es muy difícil moverse por carretera y en pueblos pequeños, y casi siempre te toca el peor sitio en el cine o en el teatro, por poner unos cuantos ejemplos de variada importancia. Todo esto es muy molesto y seguro que tú, estimado lector, pondrías el grito en el cielo si el afectado fueses tú y no yo.
Pero lo más grave de todo, lo esencial, el punto que realmente distingue a un retrón de un bípedo (NdT: un no-retrón) es el económico.
Un retrón con un problema más o menos serio, a menos que haya nacido en una familia rica, haya heredado, le haya tocado la lotería, o haya comprado opciones en corto sobre activos referenciados al mercado inmobiliario, va a depender toda la vida de los cuidados de su familia (casi seguro, de su madre). Incluso aunque tenga trabajo y un buen sueldo, ése va a ser su destino. Las cuentas son muy fáciles de hacer, y las haremos en este blog, pero de momento créeme, que si no nos alargamos. Si el retrón no tiene familia, como es muy raro que disponga del dinero que hace falta para vivir solo, acabará recluido en una residencia.
Ésta es la situación actual, esto es lo que significa el término (más moderno) “dependiente”, y esto es lo que hay parcialmente detrás de las buenas intenciones que originaron la llamada “Ley de dependencia”. En pocas palabras, un retrón que tenga una discapacidad más o menos seria y que no sea rico no puede vivir solo. Piensa, estimado lector, si te ha tocado en la vida ser bípedo, cuánto nivel de placer y regocijo te produciría la perspectiva vital que describo. Si piensas cinco minutos y te imaginas los detalles en colores y en Dolby Surround, ya no tengo que convencerte de nada. Si no tienes imaginación, no te preocupes, que ya te iremos pintando buenos cuadros aquí.
Por esto, y por otros problemas serios, reales, económicos, e incluso por las múltiples piedrecitas que hay que superar en el día a día, y de las cuales también hablaremos en el blog, comprenderás que, a este retrón, le importe un bledo con qué sustantivo lo nombren en el BOE.