Todo producto moderno y bien diseñado, toda empresa potente que se precie, dirige sus esfuerzos específicamente a unos determinados grupos sociales; a sus segmentos de mercado, como a veces se denominan en la jerga del marketing.
Así, el libro "Cincuenta sombras de Grey" es “porno para amas de casa”, Justin Bieber canta a las niñas de secundaria, las galas de TVE1 estaban hechas pensando en los jubilados y el desodorante Axe apunta especialmente a las axilas de hombres jóvenes que buscan... algo más que oler bien.
Por otro lado, aunque sorprende escuchar en "El discurso del Rey" que, durante la Segunda Guerra Mundial, la Familia Real inglesa ya tenía claro que, más que una familia, eran una empresa, hoy en día es obvio que casi todas las instituciones son “empresas”, casi todo lo que hacen son “productos” y casi todo lo que dicen es “publicidad”.
La Iglesia Católica no es una excepción.
Su estructura empresarial, su producto y su publicidad se centran y se han centrado siempre, por un lado, en los pobres... al menos nominalmente, claro. Los ricos tienen más difícil ir al cielo que un camello pasar por el ojo de una aguja, pero lo tienen soprendentemente fácil para ir al Vaticano.
Es lo que tiene volverse una empresa... la cuenta de resultados empieza a preocuparte mucho y eso te hace plantearte que, quizás, tus principios declarados y tu publicidad no tienen por que coincidir con tus acciones... y, si no, pregúntenselo a Esperanza Aguirre.
El otro segmento de mercado predilecto de la Iglesia son y han sido siempre los retrones.
Como pone de manifiesto el hecho de que a mí se me haya apodado en ocasiones “Lázaro”, la hazaña de “curar” retrones es una de las especialidades católicas de toda la vida.
También lo he vivido en mis carnes cuando voy por la calle y me cruzo con una monja. En serio. Esas señoras entrañables, miembros de un club que menosprecia a las mujeres y las delega para siempre al puesto de “soldado raso” en sus estructuras, esas mujeres que intuyo modestas, abnegadas y quizás un poco melancólicas, me echan unas miradas absolutamente indescriptibles. La alegría, la ternura, la maternalidad y la beatitud con que me miran son alucinantes y ameritarían sin duda una nueva categoría de “mirada monja” en mi reciente post.
Antes pensaba “ésta no sabe lo que me gusta pecar” y sonreía maliciosamente. Pero la edad me ha vuelto comprensivo y ahora les devuelvo una mirada sin malicia.
En cuanto a la publicidad, en fin, qué decir que sea más claro que este reciente vídeo en el que el nuevo Papa Francisco baja entre los mortales a besar a un retrón que “casualmente” ha llegado a la primera fila de la multitud para darle una “sorpresita”:
No quiero olvidar las muchas cosas buenas que la Iglesia Católica ha hecho por la gente con menos recursos y por las personas de movilidad chanante. Las aprecio, las valoro y siempre las saco a relucir en las conversaciones con mis amigos más anticlericales. Me gusta hacer énfasis en que, aunque andan preocupados por el dinero (como casi todo el mundo y como ya he dicho), también es verdad que la Iglesia es una de las pocas instituciones que aún basa algunas de sus iniciativas en principios y no sólo en el beneficio económico.
Pero no perdamos de vista la paradoja comercial.
Si tus segmentos de mercado son los pobres y los retrones y tu producto es “ayudar”, uno tiene que considerar qué ocurriría en un caso de éxito total. Cuando ya has sacado a todos los pobres de la pobreza y todos los retrones tienen una vida digna e independiente, parecería que te has quedado sin clientes.
Así que bajamos la persiana y liquidamos la empresa, ¿no?
Ahora que lo pienso, quizás esto tenga algo que ver con el asunto de dar peces en vez de cañas de pescar, o con repudiar el uso de condones en África... o con el hecho de que las “curaciones” de retrones sean, digamos, de “mentirijilla”.
Es algo que tiene pleno sentido comercial. Imagínate que nos curan a todos y ya nadie va a Lourdes.