Todo el mundo sabe que el uso de categorías humanas (o “arquetipos”, como los llama la gente más culta), es decir, meter a las personas en cajoncitos conceptuales con una etiqueta entrecomillada, “gay”, “capitalista”, “de izquierdas”, “loco”, etc., es algo bastante útil para razonar rápido y pronto sobre promedios y generalidades:
Esa almohada rosa gigante con patas sólo te puede valer como mesa si eres gay y capitalista. Aunque claro, hay que estar un poco loco para ser gay y no ser de izquierdas.
Sin embargo, cualquiera con dos dedos de frente sabe también que esta práctica no carece de desventajas. Dado que rara vez un ejemplo individual encaja a la perfección en una de estas etiquetas, cuando vamos a aplicarlas a casos individuales, fallan más que escopeta de feria. Especialmente siendo que hablamos de seres humanos, en su florida y exhuberante diversidad.
En este sentido, la categoría de "retrón” (o cualquiera de sus sinónimos mimosos) es especialmente fallida y, por ello, fuente de gran diversión.
Como exageración extremal de este fallo categórico, a mí me gusta mucho decir, para provocar, que no está claro legalmente si los retrones somos persona o cosa. Esto es una boutade, ya que todos tenemos DNI de momento (al menos los que tenemos papeles), pero aún encierra una pizca de verdad.
Dejadme que os ponga algunos ejemplos que justifican mi chanza, y así nos reímos un rato juntos:
- Cuando un retrón va al cine, al teatro o a un concierto, típicamente ha de ser acompañado por algún bípedo a algún punto concreto del recinto. El desarrollo así como el espíritu del proceso suelen recordar mucho al aparcamiento de un coche (especialmente si el retrón pertenece a la subcategoría “retrón motorizado”) y uno se tiene que morder la lengua para no hacer bromas al respecto.
- Cuando un retrón motorizado viaja en avión, lo obligan a bajar de su silla de ruedas y meten ésta en la bodega. Las consideraciones categóricas de este hecho son múltiples. Por un lado, y esto lo explicaremos con más detenimiento en futuros artículos, esta sustracción es parecida a quitarle a un bípedo el marcapasos, las gafas, los zapatos y los calzoncillos y meterlos en la bodega. Por otro lado, en la bodega van maletas ¡y animales de compañía! Piense el lector entonces qué se entiende por la categoría “equipaje”, pondere cómo encaja el retrón en todo esto, y diseñe mil chistes a precio de saldo.
- En los taxis adaptados, los retrones motorizados vamos en el maletero. No digo más.
- En un concierto de Shakira en el que estuve una vez (ahora me gusta Sibelius, pero en esa época era joven y disoluto), nos pusieron a todos los retrones en una plataforma elevada en medio del mar de bípedos. Estimo que tal solución creó millones de paradojas categóricas en el continuo espacio-tiempo. Todas ellas chanantes.
- He de investigarlo más, pero los rumores indican que los retrones motorizados podemos ir en Zaragoza por el carril bici legalmente. Por la autopista entiendo que no.
- Cuando los retrones pasamos un arco detector de metales, obviamente, pitamos siempre. Así que los guardias de seguridad, con muy buen tino, nos suelen dejar pasar por un costado. Las bromas acerca de que llevamos explosivos en la silla son posiblemente de mal gusto, pero también muy difíciles de contener.
- Asimismo, pitamos en los detectores anti-robo que hay en algunas tiendas. Al salir, pero también al entrar. Espectáculo de humor... y no sigo porque no paro.
Finalizo con un ejemplo de disonancia categórica retrona bien conocido por todos y en absoluto gracioso:
A saber, el atleta Oscar Pistorius. Con sus piernas amputadas, sus prótesis de carbono de alta tecnología, su lucha (ganada) por que le dejen participar en los juegos olímpicos (no en los paralímpicos), su marca de 10,97 segundos en los 100 metros lisos, y su reciente imputación por el asesinato con arma de fuego de su novia, la modelo Reeva Steenkamp.
Si su propia existencia en este mundo no era suficiente, ya de por sí, para romper unas cuantas categorías, este último incidente va todavía un poco más allá. Como nos dijo el amigo Sergio del Molino y extendió más tarde en su blog, los retrones ahora también pueden ser los malos de la película.
Todo el mundo sabe que el uso de categorías humanas (o “arquetipos”, como los llama la gente más culta), es decir, meter a las personas en cajoncitos conceptuales con una etiqueta entrecomillada, “gay”, “capitalista”, “de izquierdas”, “loco”, etc., es algo bastante útil para razonar rápido y pronto sobre promedios y generalidades:
Esa almohada rosa gigante con patas sólo te puede valer como mesa si eres gay y capitalista. Aunque claro, hay que estar un poco loco para ser gay y no ser de izquierdas.