El suicidio aún es un tema tabú. Nos cuesta sustraernos a la realidad de alguien que desea acabar con su vida. Suele asociarse a la enfermedad mental, pero lo cierto es que muchos en una etapa de terrible sufrimiento pueden considerarlo como una solución. Solo que es una solución definitiva para un problema pasajero. Después del suicidio no hay vuelta atrás.
Cuando estudié periodismo, hace ya más de veinte años, en las facultades de Comunicación se enseñaba que del suicidio no se habla en los medios. Era una recomendación omnipresente en los manuales de estilo. Se creía que obviando estas noticias se evitaban los suicidios. Pero desde el año 2000, la OMS empezó a recomendar la necesidad de una correcta y responsable información sobre el suicidio para prevenir unas muertes evitables.
3.600 personas se suicidan cada año en España. Son más que las mujeres que mueren asesinadas por sus parejas, son más que los fallecidos en accidente de tráfico. ¿Seguimos mirando para otro lado?
Cuando hablamos de suicidio, pensamos en trastornos, en enfermedad mental, en locura, pero en realidad, detrás de alguien que piensa en desaparecer, lo que subyace es un terrible sufrimiento, una ausencia absoluta de esperanza. A menudo en las noticias se asocia el suicidio con ciertos trastornos mentales como la bipolaridad, la esquizofrenia, o el trastorno límite de personalidad. Efectivamente las personas con estos diagnósticos en salud mental se suicidan más, porque sufren más. Sufren por su enfermedad, por el aislamiento social, por la falta de apoyos, por incomprensión, etc. Pero no solo les afecta a ellas. El suicidio no es algo inexplicable o simple.
El ochenta por ciento de las personas que se suicidan atraviesan un problema de salud mental, como la depresión, tan frecuente en nuestras sociedades. Depresión motivada por problemas muy variados, como el juego, el alcoholismo, la falta de red de protección familiar, el aislamiento social, problemas laborales, etc. El creciente negocio del juego online y el alcoholismo lleva a personas a situaciones límites de ruina económica y aislamiento social muy peligrosas. También ocurre entre profesionales entre treinta y cinco y cuarenta y cinco años, que lo dieron todo profesionalmente, y caen en depresiones porque, de pronto, ya no cuentan con ellos en sus empresas. Esto, sumado a la soledad, la falta de red familiar, el aislamiento, formula el cóctel mortal. El suicidio nunca es el resultado de un solo factor o hecho.
Hay que quitarse el miedo a hablar del suicidio, como en los años ochenta hubo que romper el tabú del SIDA y como actualmente hablamos de violencia contra la mujer. Las personas quieren salvarse y para salvarse necesitan entender qué es lo que les pasa y cómo pueden salir de donde están.
Hoy por hoy el suicidio no está en la agenda política. Dos iniciativas en los últimos tiempos han quedado en agua de borrajas. El diputado Alberto Reyero (Ciudadanos), y el diputado Iñigo Allí (UPN), presentaron ante sus cámaras sendos proyectos para la prevención del suicidio. Proyectos aplaudidos por todos los grupos políticos, pero que, transcurridos seis meses, cayeron en el olvido.
Por eso, para poner el suicidio sobre la mesa, para evitar 3.600 muertes al año y el sufrimiento de 3.600 familias que quedan destrozadas de por vida, el próximo domingo 11 se celebrará en Madrid la I Carrera contra el Suicidio, organizada por la Asociación La Barandilla, que este 2018 también ha puesto en marcha el teléfono contra el suicidio (910380600). Al que, desde el pasado 2 de febrero, ya han llamado ochocientas personas pidiendo ayuda. Muchas de ellas son hoy sobrevivientes.