Hay que ser muy canalla para hacer lo que hicieron. Hay que tener muy pocos escrúpulos para defender sus actividades. Hay que ser muy sinvergüenza para tratar de ocultarlo. Y hay que estar muy enganchado al dinero para mirar a la cara a las víctimas y decir que ya no hay pruebas.
Hablo de la talidomida.
España va tarde en todo y en este asunto no iba a ser menos. Un juez ha tardado 50 años en sentar en el banquillo a Grunenthal, la farmacéutica que distribuía el medicamento. El Gobierno tardó casi el mismo tiempo en reconocer la existencia de estas personas, los hijos de la talidomida. Ahora Grünenthal se apoya en este retraso para pedir el sobreseimiento de la causa. Apenas hay pruebas. ¿Quién va a guardar una receta durante medio siglo?
El lunes 14, varios afectados contaban a los medios su origen, su experiencia y sus expectativas para este juicio. Como otros 20 mil niños en el mundo, nacieron con graves malformaciones en las extremidades. Algunos carecen de manos, otros de brazos o piernas; algunos tienen extremidades retorcidas, débiles, casi inútiles. Otros nacieron sin ninguna extremidad: solo cabeza y tronco. Uno de los afectados dijo a EFE que en España nacieron 3 mil pero la mayoría ya no están vivos: murieron de bebés o se suicidaron.
El descubridor de la talidomida fue Heinrich Mückter, un médico del ejército alemán durante el nazismo. La empresa fue juzgada y pagó 600 millones. Alemania se sintió responsable de aquella tragedia internacional y creó una fundación para indemnizar a los afectados, fuera cual fuera su nacionalidad. Pero las ayudas nunca llegaron a España.
Ahora, el representante de la farmaceútica declara ante un juez en Madrid que en realidad la talidomida no estaba indicada para embarazadas. ¿Por qué se recetó, entonces? ¿Por qué no incluyeron esta contraindicación en el prospecto? Eran otros tiempos, viene a decir.
180 miembros de la asociación de Víctimas de la talidomida piden una indemnización de 204 millones de euros. Pero, como dice una de las afectadas, no es cuestión de dinero, sino de justicia. Quieren que Grünenthal reconozca su culpa, que las familias sepan que la malformación no fue cosa del azar o la genética. No. Una empresa vendió un producto que creaba bebés deformes. Lo hizo a sabiendas. Y cuando retiró el producto de buena parte del mundo siguió exportándolo a España, por entonces bajo una dictadura en la que el sufrimiento de los discapacitados se ocultaba o acallaba. No hay que olvidarlo: Franco también fue cómplice.
En el fondo, es cuestión de dinero. El objetivo de la empresa es ganar dinero. No busca el sufrimiento de las personas, pero cuando aparece (como en el desastre de Bhopal) trata de pagar la menor multa posible. Grünenthal ganaba dinero con la talidomida, hoy se define como una compañía para el tratamiento del dolor y en 2012 ingresó 973 millones de euros.