La autocracia clásica y la autocracia colegiada esta vez van de la mano contra el Tío Sam, y Europa está en medio, y poco más podrá hacer que verlas venir
Se habla mucho de la actual situación a raíz de la invasión rusa en Ucrania comparándola con diversas cosas, pero en muchas ocasiones con la invasión nazi de Polonia y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, concretamente, comparando a Putin y su régimen con la camarilla de sicofantes del Berlín alucinado de los años 30 y su mesías Adolf.
Sin embargo, a mí personalmente hay una comparación que me parece mucho más importante y, tal vez, interesante. Y es la de la terna de ideologías que competían a muerte en los años 30 y que, por resumir, eran, por un lado, las democracias occidentales, inmersas en una crisis devastadora tras el crack del 29, así como continuas inestabilidades políticas y gobiernos corruptos y en decadencia, la Unión Soviética, enzarzada en una purga interminable interior por Stalin, a la vez que se armaba e industrializaba aceleradamente preparándose para la tormenta que estaba por venir, y un eje que, esencialmente, era Alemania, ya que Italia nunca fue más que un estorbo para ella, y Japón un lejano simpatizante con una agenda propia.
En esencia se podía plantear como democracias debilitadas más o menos liberales, autocracias rampantes lideradas por Alemania y con una rabiosa retórica nacionalista y depuracionista de “traidores internos”, además de excesos raciales sin límite, y un comunismo implacable ideológicamente aún frágil, pero en consolidación.
A posteriori, dada la profunda aversión de Adolf al comunismo y su objetivo declarado de destruir la Unión Soviética como espacio vital para el Reich, aun no siendo este dictador muy diferente del soviético en muchos aspectos, la inevitable guerra se convirtió en una alianza contranatura entre las democracias capitalistas y el comunismo más represivo para derrotar al cabo austriaco.
Hasta ahí la Historia. Y ahora el presente, y la comparación que me interesa, aunque a estas alturas creo que ya está claro por dónde va a ir el resto de este artículo.
Una vez más tenemos un conjunto de democracias liberales capitalistas, esta vez más unidas entre sí, a través de sistemas de alianzas como la UE o la OTAN, pero en realidad, divididas, con unos Estados Unidos al borde de la fractura civil (por no usar una palabra más fuerte), como se vio con el asalto al Capitolio, o países del Este europeo que sólo se muestran unidos con la UE ante un enemigo común, por puro estupor ante la doctrina del shock, y sólo mientras éste no pase; después, ya veremos. Y todos esos países a su vez corrompidos desde dentro por el apoyo velado (o no tanto) de Moscú a los Amanecer Dorado, PEGIDA, Vox, y decenas más del mismo palo, financiados o, como mínimo, apoyados a través de campañas de desinformación y manipulación de la opinión pública, ya que en esta parte del mundo la opinión publica aún cuenta algo.
Por otro lado, tenemos a la autocracia, aunque, irónicamente, esta vez cae del lado de lo que fue el antiguo bloque soviético, y esta vez liderado por, cómo no, un halcón, y, por supuesto, rabiosamente nacionalista, además de revisionista. No sé si les recuerda a alguien de los años 30. Eso sí… no tiene aversión al comunismo, sino a las democracias occidentales: a Estados Unidos por ganarles la Guerra Fría en su día, y a Europa por ser una panda de débiles seguidistas que no merecen la libertad de que gozan. Ah, y con países llenos de “maricones” por todas partes y que se muestran abiertamente. ¡Qué escándalo!
Nos queda el tercer bloque. El insondable Dragón. El que es comunista, pero poquito, lo justo, vamos…, pero que, ciertamente, parece tener claro que, después de hacerle de fábrica barata a los crápulas insaciables de Occidente durante un par de décadas y acumular capital y tecnología, ahora le toca reclamar el lugar que como Señores Bajo el Cielo les corresponde.
La tríada está servida una vez más y, por tanto, el enfrentamiento se producirá de un modo u otro, como guerra fría, caliente o incineradora; eso ya se verá. Puede que Ucrania sea la Polonia de la Tercera Guerra Mundial o no, o que eso ocurra más tarde, o no se produzca de ese modo en este nuevo choque de bloques.
Pero hay una gran diferencia respecto a los años 30. Esta vez los bloques no democráticos no se odian entre sí ideológicamente porque la ideología se ha diluido a favor de otros principios rectores, más prosaicos y pragmáticos, y ello hace que, inevitablemente, esta vez nuestro bloque se encuentre sólo contra los otros dos. Si el Dragón está usando al Oso como ariete para resquebrajar los muros de Occidente o si su plan es distinto, no lo sé. Si se producirá un triple teatro bélico simultáneo de operaciones en Europa, el mar de la China Meridional y Corea o no, tampoco. Ni siquiera es especialmente relevante el modo o el cuándo, sino el qué. Y el qué es que la autocracia clásica y la autocracia colegiada esta vez van de la mano contra el Tío Sam, y Europa está en medio, y poco más podrá hacer que verlas venir.
Las cartas ya se han revelado. Los actores han ocupado su posición en el escenario y ahora toca vez qué clase de obra han concebido y qué formas de luchas de poder pondrán en juego, sabiendo lo fácil que es que todo se descontrole, incluso ante un error de cálculo involuntario, no digamos ya por una apuesta arriesgada o imprudente.
Lo único que sé con seguridad es que esta vez los comunistas no nos salvarán.
]]>El capitalismo liberal, dejando al margen consideraciones éticas o políticas, se muestra inane para responder a crisis de estas magnitudes que impliquen tener resiliencia como sociedad y Estado
La crisis del COVID-19 está poniendo al aire nuestras vergüenzas como sociedad y nuestras debilidades como sistema. A la pregunta de por qué China ha vencido (al menos de momento) y Occidente no, hay muchas respuestas, pero suelen referirse a que:
A) Son una dictadura y tienen un control sobre la población que nosotros no. Pero, si esa es la respuesta, ¿por qué Irán, dictadura teocrática, no ha tenido el menor éxito? Y, es más, ¿por qué Australia o Corea del Sur, democracias consolidadas, parecen haberlo logrado hasta la fecha? Y no olvidemos que además Australia tiene vínculos muy estrechos con China, y en las primeras semanas de la crisis fue de los países que más casos importados registró.
B) La riqueza de China, con grandes recursos financieros, reservas de divisas y humanas que movilizar. Una vez más, tenemos un problema, porque los países europeos también son ricos, y en renta per cápita, de hecho, más que China, y con una población formada como para disponer de recursos con que combatir la crisis, pero no parece que hayamos logrado nada.
Seguramente, la respuesta no es tan sencilla y cada país por sus características políticas y sociales tiene puntos fuertes y débiles respecto a esta crisis. Pero leyendo las distintas “explicaciones” y meditando un poco llegué a algo y me fui a repasar mis queridos libros de historia y mis manuales de economía.
La tesis que quiero defender aquí es que el capitalismo liberal, dejando al margen consideraciones éticas o políticas, se muestra inane para responder a crisis de estas magnitudes que impliquen tener resiliencia como sociedad y Estado, salvo en lugares muy concretos con población muy disciplinada como se trata de los países del extremo oriente, caso de Japón o Corea del Sur, o con un fuerte contenido de país “de frontera”, como es el caso de Australia, de reciente colonización.
Pero, ¿por qué? Pues bien, en mi opinión tiene mucho que ver, y aquí enlazaré con China, con la idea central que subyace en el capitalismo liberal, que es la del individuo sobre el grupo, que se podría también enunciar como el “yo, para mí, conmigo”. Según esto, la sociedad es un conjunto de individuos que viven en un ambiente continuo de glorificación y exaltación del beneficio individual a costa de quien o de lo que sea, como un 'zeitgeist' rotundo en que cualquier cosa que se diga en su contra es anatema y debe ser inmediatamente suprimido por los medios que sean, oficiales, fácticos o de otro tipo. No hace falta ser muy preclaro para percatarse de que un sistema así es incapaz o, al menos, va a tener grandes dificultades, para reaccionar ante cualquier evento del tipo 'cisne negro' que le golpee, al no tener una conciencia colectiva real.
El segundo elemento que hace a las sociedades así especialmente vulnerables a estos eventos es que las economías capitalistas liberales se rigen por dos principios básicos: las economías de escala (es decir, producir a lo grande, para repartir los costes fijos entre una mayor producción y además abaratar la misma por pura optimización de los procesos); y lo que voy a denominar economía basada en el beneficio marginal extremo, o lo que es igual, apurar al máximo, por efecto competitivo, los márgenes para copar mercados echando a cualquiera que no sea capaz de seguir ese camino.
Por poner un ejemplo ficticio de esto último, imaginemos tres zapateros que producen más o menos al mismo precio, pero uno de ellos consigue hacerlo por un 25% menos. Éste podría ganar más por unidad o bajar precios para echar a los otros dos siendo el único que venda, y además, al producir más, podrá bajar sus costes y todo estupendo. A la larga sólo quedará uno y según la teoría clásica será óptimo y todos tendremos zapatos baratos y buenos, pero resulta que no es así, y aparecen monopolios, oligopolios o directamente corrupción, pero argumentar aquí a fondo esa cuestión va más lejos de mi intención.
Ahora bien, al estar ajustando al máximo el sistema de producción en esta forma, no teniendo margen de reacción, y al tener grandes escalas de producción, las alteraciones dramáticas e inesperadas, políticas, financieras o como en este caso, naturales, hacen que su capacidad de adaptación y absorción sea mínima, produciendo colapsos o amenazas de colapsos casi inminentes.
Entonces, ¿cómo logró nuestra especie sobrevivir a miles de hambrunas, plagas sin asistencia médica y desastres naturales, además de guerras continuas e interminables? ¿Qué había en ellas para darles esa resiliencia (o como ellos lo llamarían seguramente, 'pasar las vacas flacas') sin ningún tipo de sanidad o seguridad social? Pues en mi opinión, la respuesta es: la colectivización de fondo y los sistemas de producción controlada y reglada que en España y Europa sobre todo se manifestaban en los Gremios y en los Realengos, Abadengos y otros señoríos y sobre todo las tierras colectivas de villas y burgos.
Respecto a los Gremios, perseguidos implacablemente para la creación del capitalismo moderno y la proletarización de las masas humildes, es obvio que tal sistema limitaba la oferta en gran medida, pero aseguraba unos márgenes elevados y disponía de una serie de compensaciones para los familiares de los gremiados en caso de muerte o enfermedad, sirviendo así de una especie de mutualidad. Además, los Gremios contribuían a los gastos comunes de la Villa, y multitud de documentos atestiguan sus contribuciones adicionales ante pestes, hambrunas y otras emergencias. Evidentemente cada gremiado buscaba su propio beneficio personal pero, por puro darwinismo social, se acabaron autoregulando así porque, y esto es tan sólo mi opinión, seguramente los que no lo hacían acababan peor, probablemente desapareciendo, en ese entorno socioeconómico.
Acerca de Realengos y demás, implicaban la existencia de enormes terrenos comunitarios de uso compartido en aldeas y pueblos, y en muchas ocasiones reservados para los más pobres o las viudas o huérfanos, que permitían tener un margen de seguridad de subsistencia al que recurrir cuando venían mal dadas, si bien raramente eran suficiente para aliviar los estragos que acontecían. Sin embargo, se produjo su desaparición durante la transición a la Era Industrial, algo necesario para forzar a las masas a emigrar a la ciudad en que, curiosamente, su esperanza de vida y condiciones de la misma en las primeras décadas de industrialización, iba a ser menor que en las aldeas míseras que dejaban atrás, al tiempo que los que se quedaban en ellas habían perdido ese recurso.
No quiero decir que la solución para poder enfrentarnos al COVID-19 o a los que han de venir en próximas pandemias, inevitables por pura estadística, sea volver a ese sistema, sino tratar de aprender de él y preguntarnos si no será que una China pseudocapitalista como la de hoy no tendrá aún en su idiosincrasia ese concepto de lo colectivo, además reforzado por las ideas confucianas del deber hacia el Estado, y ése pueda ser el elemento diferenciador que los tertulianos no parecen haber visto en sus sesudas (o no) reflexiones. Y tal vez habría que pensar si no será necesaria una vuelta de tuerca en esa dirección para estas emergencias o la aún más titánica como es la climática.
]]>Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
Muy bien usado por el PP y ahora por Vox, pero en general por cualquier inmoral con principios de quita y pon
La emergencia climática lo es porque el cambio climático se ha visto de lejos como algo que sí, que está ahí, pero que ya lo abordaremos algún día. Sin embargo, desde la década de los setenta legiones de expertos multidisciplinares llevan avisando por activa y por pasiva con evidencias, cada día más sólidas, contundentes y mejor construidas, sobre observaciones y predicciones que, incluso siempre intentando no alarmar para no ser machacados por los lobbies energéticos, entre otros, han demostrado quedarse muy cortas.
El Grupo Internacional de Expertos sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC), tan atacado por los negacionistas (los de verdad, no los Martínez cualquiera que logran algo de fama pasajera entre cerveza y cerveza repitiendo como papagayos la enésima simplificación burda y obscena que han oído), desde hace dos décadas está dando análisis y predicciones que, con el paso de los años, se han demostrado increíblemente certeras, en sus rangos medios y altos de predicción, y con un nivel de precisión que hace que su lectura sea un excelente ejercicio de vacunación ante la manipulación para cualquier ciudadano.
Sin embargo, por algún motivo, la gente tiende a ignorar la apabullante evidencia científica, que no 'opinología', y, aunque eso no sea una sorpresa, se aferra a los mantras rancios, simplones y ramplones que se les ponen a tiro, siempre que se les diga que pueden seguir consumiendo y sin cambiar nada, salvo, quizá, separar la basura en tres o cuatro bolsas distintas, y ya habría que darles un Nobel de la paz por ello, porque ¡vaya nivel de esfuerzo e implicación!
Ahora bien, ¿por qué se produce dicho fenómeno? ¿Es todo el mundo imbécil o colaborador necesario con un genocidio y ecocidio sin precedentes? Bueno… sí y no.
Aquí entra en juego nuestro amigo, el cojo diabólico. Un genio sin parangón, aunque lo fuera para el mal sin paliativos. No sé si estaréis familiarizados con este personaje deleznable y, sobre todo, si conocéis los que se han venido en denominar “los once principios de la propaganda nazi de Goebbels”. Buscándolos así, tal cual, en Google, los encontraréis fácilmente y podréis leerlos en un par de minutos. Es una lectura corta, pero muy reveladora. Todo aquel que los ha leído un par de veces y los ha interiorizado resulta inmunizado en gran medida contra la propaganda (salvo que sea parte de los propagandistas), porque ya se sabe, el Diablo necesita que creamos que no existe para hacer y deshacer a su antojo.
Obviamente, no voy a entrar a detallar todos los principios, ya que eso lo dejo a cada uno, pero por mencionar alguno de los más significativos en relación al tema con el que nos jugamos el aire, la comida y el agua de nuestros hijos, me gustaría citar dos de ellos:
- Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave. Muy bien usado por el PP y ahora por Vox, pero en general por cualquier inmoral con principios de quita y pon. En cuanto al cambio climático se puede ver por ejemplo con aquello de “pero si lleva tres días haciendo frío (en un punto cualquiera irrelevante), ¿qué coño va a haber calentamiento?”, o si Greta Thunberg coge un tren… “vaya niñata falsa, tanto decir que no hay que contaminar”. La anécdota irrelevante convertida en caricatura, exagerada y tergiversada hasta la náusea.
- Principio de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”. Ejem, creo que éste ni lo voy a comentar. Se explica él solito.
- Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”. Fácil hallar en los ejemplos que puse más arriba cómo toda la troupe vergonzosa de colaboradores mediáticos con el genocidio planetario baila el agua que se les marca por sus auténticos amos, que no son precisamente los accionistas.
- Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, en este caso, con respecto al cambio climático, usando informaciones fragmentarias, desvirtuarlas, retorcerlas, ignorar las partes que no interesan, e incluso decir verdades parciales fuera de contexto cuya refutación lleva mucho más tiempo que el eslogan insidioso y falsario que se lanza desde la horda mediática.
En fin, los otros siete son demoledores y debería mencionarlos, pero espero haber creado el suficiente interés para que el lector dueño de su propia mente los busque, caso de no conocerlos, y los ojee y tal vez a través de su lectura y comprensión, la próxima vez que se encuentre con noticias sospechosas e interesadas, podrá aplicarles un implacable escrutinio desde la pregunta central: ¿es así como me lo habría vendido Goebbels?
Considero que estamos en guerra, una guerra total, como la que declaró Goebbels en 1943, tras la debacle de Stalingrado. El enemigo es insidioso y tiene medios ilimitados. Tal vez no podamos ganar, ya se verá, pero lo que desde luego no podemos hacer es aceptar la derrota antes de que sea completa. Al menos, a mí no me da la gana.
¡A despertar conciencias!
]]>Cada vez que en clase se vaya a mencionar a Cristos, curas, Vírgenes, Santos, Navidad, u otra parafernalia del culto vaticano, yo tenga que ser previamente requerido de autorización para no ofender mi libertad
Y si hay algún padre terraplanista, que pueda también hacer que su hijo no dé clase de geografía
No sé a qué viene tanto escándalo con el asunto éste del pin parental. No es para tanto. Y, de hecho, no lo es tanto que, para que los insignes gobernantes de la huerta de Europa se sientan arropados, yo propongo una recogida masiva de firmas, con un change.org o una ILP, para que se institucionalice la figura y, ya puestos, se incluya su blindaje en la Constitución. Eso sí, también respecto a aquello más sensible y protegido, como es la libertad de credo y culto o, lo que viene a ser lo mismo, que cada vez que en clase, fuera de ella, o en la rotonda cerca del colegio, se vaya a mencionar a Cristos, curas, Vírgenes, Santos, Navidad, u otra parafernalia del culto vaticano, yo tenga que ser previamente requerido de autorización para no ofender mi libertad sobre la conciencia del niño (que no su libertad de conciencia).
Pongamos así las cosas en un plano de igualdad, y sin rencores, amigos, que no pasa nada por censurar, pero eso sí, censuramos para todos lados. Y si hay algún padre terraplanista, que pueda también hacer que su hijo no dé clase de geografía. Que en vez de terraplanista es animalista radical, pues nada, que no se pueda mencionar la existencia de nuestro pasado de cazadores paleolíticos salvo autorización expresa. Y así podríamos seguir un rato.
En fin, creo que la idea ya ha quedado clara, así que, venga, ¿quién se anima a abrir la petición en change.org?
]]>Y esa esperanza tiene nombre; una niña, Greta, que ha desatado un terremoto con su tenacidad y decisión, y que también me sacudió sacándome de la inacción
Se ha llegado al momento en que hay que replegarse, redimensionar “la empresa”, si así se me entiende mejor, y reestructurar nuestra posición; y estamos en el tiempo de descuento
Esas tres semanas más, aproximadamente, de verano, añaden varias balas en el tambor del revólver con el que en España jugamos a nuestra particular ruleta rusa de la gota fría
Aún sobrecogidos por la gota fría que nos ha golpeado con dureza, llega el momento, pasada la emergencia inicial, de recapitular.
Hacía algunas semanas que barruntaba qué hacer para aportar algo, por mínimo que fuera, a la creciente indignación y la movilización al alza contra los desmanes que nos han llevado al punto límite climático en que nos encontramos. Durante años, puede que más bien décadas, veía lo que estaba por venir y mi aportación se reducía a quejarme a amigos, familia y a quien se dejara. Sin embargo, en los últimos meses, mi cinismo habitual y misantropía, dio paso a una ilusión renacida y esperanza que, a mis cuarenta pasados, ya no esperaba. Y esa esperanza tiene nombre; una niña, Greta, que ha desatado un terremoto con su tenacidad y decisión, y que también me sacudió sacándome de la inacción.
He llamado a este alegato “retirada sostenible”, tomando prestado el término de James Lovelock, y que, por sintetizar al máximo, refleja el convencimiento del que suscribe, de que no se puede buscar por más tiempo la quimera de un eterno crecimiento sostenible, que no es sino una gran mentira, a día de hoy, pues se basa en recursos infinitamente crecientes, o una reducción infinita de costes (fundamentalmente energéticos en lo que nos atañe) o, más usualmente, una combinación de ambas cosas. Se ha llegado al momento en que hay que replegarse, redimensionar “la empresa”, si así se me entiende mejor, y reestructurar nuestra posición; y estamos en el tiempo de descuento, así que no podemos perder ni un año y, si me apuran, ni un mes. Porque para mí y, creo, para muchos otros, es obvio que el futuro será verde o no será.
Parto de una idea básica, seguramente manida, y es la de que todos, cada uno en su medida, hemos sido y somos culpables del problema, por muy concienciados que estemos y climáticamente responsables que nos consideremos. Pero eso no implica que no tengamos espacio para la mejora, pues éste es muy grande y, en ocasiones se basa en pequeñas cosas, cuya suma, a lo largo de una vida y a lo ancho de un planeta con siete mil millones de habitantes, es inmensa, y tiene un potencial de efecto mariposa inconmensurable.
Sin embargo, a pesar de que mi intención era entrar en detalles y desarrollar las ideas anteriores, la reciente tragedia sufrida por, entre otras muchas zonas, la ciudad en la que trabajo, Orihuela, la ciudad en la que nací, Molina de Segura, y la ciudad en la que vivo y en la que mi hijo crece, Murcia, me han hecho tener que alterar mi intención original, y es por ello que me gustaría, aunque sea extemporáneamente, incidir brevemente en los mecanismos climáticos que han provocado este desastre y provocarán los que están por venir, inevitablemente.
El verano hoy día, en esta región del globo, comienza de dos a tres semanas antes y termina unas semanas más tarde respecto a hace 30 años, y aunque termine, astronómicamente hablando, en el último tercio de septiembre, climatológicamente no concluye hasta bien entrado octubre. Esas tres semanas más, aproximadamente, de verano, añaden varias balas en el tambor del revólver con el que en España jugamos a nuestra particular ruleta rusa de la gota fría.
El Mediterráneo está, según las fuentes que se consulten, entre 1 y 2,5 grados en media más caliente que hace apenas unas décadas y, aunque parezca poco, su efecto es muy importante, especialmente, porque no sólo se trata de que su temperatura sea mayor en media, sino que en verano esa aumento sobre la normalidad anterior es mayor y produce una mayor evaporación y aportación de humedad a la atmósfera y la formación de patrones de vientos de levante muy húmedos y cálidos. Sumemos a eso que, para el mes de septiembre y en el mes de octubre, los episodios borrascosos y de entradas de masas de aire frío del Atlántico en capas altas son ya habituales y, de la conjugación de ambas circunstancias (sin mencionar la propia inestabilidad que se está generando en el Atlántico con la perturbación de la Corriente del Golfo, cuya influencia, aún por determinar, escapa a la comprensión de este redactor) tenemos los elementos, bien conocidos por todos, para las gotas frías o DANAS.
Pues bien, es fácil percatarse de que, si el periodo en que ambos factores pueden coludir se dilata significativamente y, a la vez, la escala de la aportación de humedad mediterránea es mucho mayor, potencialmente, tenemos muchas más posibilidades que en el pasado de que se formen episodios más, menos, o igual de desastrosos que el que nos acaba de sacudir, y que, por tanto, serán más frecuentes en el futuro inmediato, y con una probabilidad de que lo que ahora nos ha parecido inusual y excepcional se convierta, poco a poco (o tal vez más rápido de lo que creemos) en lo habitual y esperable. En resumen, episodios más frecuentes, más destructivos en potencia, y con un periodo de riesgo más prolongado cada año respecto a lo que estábamos acostumbrados.
Esta exposición, desde la perspectiva de persona interesada en la ciencia, pero ni mucho menos climatólogo o meteorólogo, seguro que deja muchas cosas en el tintero, que es imprecisa respecto a lo que podía haber sido si la hubiera hecho a través de un paper un experto, y que podría haber ido mucho más lejos, pero su objetivo era tan sólo apuntar mínimamente los orígenes del problema y las consecuencias más que previsibles del mismo.
Tampoco voy a entrar a analizar los elementos de riesgo adicionales que suponen la desbocada voracidad urbanística que, en las últimas décadas, ha llenado ramblas, cañadas, cauces y llanuras de aluvión y escorrentía, con inmensas zonas residenciales e incluso industriales, en un delirio constructor suicida, porque dicho análisis se ha hecho cumplidamente, y con numerosos ejemplos, en las últimas semanas, y, en realidad, en los últimos años, por muchos periodistas, y a su esmerado trabajo de denuncia e información me remito. Sólo apuntar que la combinación de este elemento con lo expuesto anteriormente es un cóctel terrible, de repercusiones que no por previsibles son menos dramáticas.
He tenido, acuciado por la actualidad, que dejar la mayor parte de los conceptos que pretendía desarrollar apenas esbozados y de las pequeñas cosas que todos podemos hacer, en mi humilde opinión, sin comentar, lo que quedará tal vez para otro momento; pequeñas cosas que suponen sin duda retos para alcanzar esa retirada sostenible que defiendo y que implicará sacrificios para todos, reproche social a la larga para los que no los hagan y un nuevo modo no tanto de vivir como de enfocar la vida.
Personalmente, ya estoy poniendo en práctica en mi vida personal muchas de ellas, y tratando de ir a más, y lo que recibo moralmente supera a las molestias, si se las puede llamar así, que el cambio de actitud y rutinas me puede producir y, lo que es más importante para mí, me permite mirar a mi hijo con la esperanza de que, cuando sea un adulto, pueda sentirse orgulloso de su padre y decir de mí cuando ya no esté con él: “Mi padre fue un buen hombre”.
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