Antonia Heredia y la epopeya de la memoria
La historia de Antonia Heredia es la de una discreta heroína que protagonizó una epopeya: cuidar y difundir el patrimonio del pasado. Con sigilo, efectividad y trabajo construyó los cimientos del monumento de la memoria, los pilares en los que se sustenta el repositorio de nuestra historia.
Antonia Heredia (Sevilla, 1934-2024) es reconocida y admirada por sus colegas y por todos aquellos que tienen sensibilidad histórica como la persona capaz de una empresa monumental. Organizó la metodología científica que ha permitido ordenar la memoria del pasado, catalogar papeles que, sin personas como ella, se habrían perdido en los memoricidios de nuestro caprichoso presente. A ella se deben inventarios fundamentales que han resistido los embates del tiempo y que sirven a los archiveros actuales para seguir avanzando en el rescate y supervivencia de las crónicas del ayer. Todo eso que sirve para que nos reconozcamos y construyamos lo que está por venir.
En realidad, Antonia Heredia guardaba un secreto. Más allá de su ciencia y sus métodos científicos, era una mujer capaz de oír las voces del pasado. Cuando inicia su trayectoria profesional en el Archivo General de Indias en Sevilla se ocupa de los fondos de la Audiencia de Filipinas, la Audiencia de Quito, los Correos Marítimos, la Capitanía General de Cuba y los Consulados Mercantiles. Desde su escritorio minúsculo articulaba los diálogos de ultramar. Era como si desde nuestro presente pudiera otear el horizonte del imperio. Era la archivera que seguía la travesía de la Flota de Indias o del Galeón de Manila y reconocía la importancia de los correos marítimos en los que España construyó su modernidad. Porque en esos papeles de ultramar que ella inventariaba en el Archivo de Indias se articulaba la empresa de la globalización. Antonia Heredia manejaba las cartas y los documentos que viajaban en los galeones donde se trasladaban órdenes, se informaba y registraba todo lo que se descubría. Toda la ordenación del mundo, porque los correos marítimos eran tan relevantes como el itinerario de navegación del oro o la plata. La información era y es poder.
Probablemente, una de las grandes hazañas académicas de Antonia Heredia haya sido componer el último gran mapa del descubrimiento: organizar el confuso y disperso territorio de la memoria ultramarina a través de sus papeles
Antonia Heredia conocía bien la materia que archivaba. El mundo de ultramar formaba parte de su biografía, tanto profesional como vital. Su tesis la dedicó a la renta del azogue en Nueva España a comienzos del siglo XVIII, el valioso material del que se obtenía la plata por medio del proceso de amalgamación creado por el sevillano Bartolomé de Medina. Cuántas veces, al pasar por las Atarazanas, los antiguos astilleros de Alfonso X, recordaba la relevancia de la Real Sala del Azogue donde se recibía ese mercurio que se trasladaba a América.
Y en el Archivo de Indias pudo llevar a cabo dos grandes empresas que han servido de guía a los que han llegado luego: la organización y descripción de los fondos documentales de instituciones mercantiles como el Consulado de cargadores a Indias y el Consulado marítimo y terrestre de Sevilla. Probablemente, una de las grandes hazañas académicas de Antonia Heredia haya sido componer el último gran mapa del descubrimiento: organizar el confuso y disperso territorio de la memoria ultramarina a través de sus papeles.
Sin embargo, no ha sido ése su único legado. En el año 1972 fue nombrada directora del Archivo de la Diputación Provincial de Sevilla. Allí permaneció hasta 1995 protagonizando otra de sus discretas revoluciones culturales. En esa época, las diputaciones provinciales se adaptaban a su nuevo papel en la España democrática. Y en el caso de la de Sevilla, guardaba una fabulosa memoria documental que se remontaba al siglo XV. Gracias a su iniciativa se inventariaron y documentaron los fondos de los antiguos hospitales medievales descubriendo un asombroso legado.
La erudición del siglo XIX
Ella supo ver que la Diputación de Sevilla guardaba un secreto para quien supiera ver más allá de la espuma de los días: la recuperación del espíritu de erudición de la desconocida Sevilla de finales del siglo XIX. Antonia Heredia rescató e impulsó con gran brillo intelectual la revista Archivo Hispalense, una publicación que se inició en 1886 por la Sociedad de Bibliófilos Sevillanos. Es ese mundo protagonizado por personajes como Rodríguez Marín, Luis Montoto, José Gestoso, Manuel Chaves Rey (el padre de Manuel Chaves Nogales) o Marcelino Menéndez y Pelayo, que era asiduo de las tertulias que organizaban los famosos bibliófilos el duque de T’Serclaes y el marqués de Jerez de los Caballeros.
La revista Archivo Hispalense que impulsó Antonia Heredia desde su excelente trabajo en el Servicio de Publicaciones de la Diputación de Sevilla es uno de los hitos poco reconocidos en la historia de una ciudad y en realidad de un país. Allí se han publicado monografías, investigaciones y estudios que han servido para reinterpretar el mundo de las humanidades.
Pero Antonia Heredia no sólo se limitó a alumbrar las penumbras de ese saber olvidado. También creó la colección de bolsillo “Arte Hispalense” en el que han aparecido trabajos sobre autores que, colocados en nuestras bibliotecas, nos componen una Historia del Arte con mayúsculas. Desde Velázquez a Murillo, pasando por Herrera el Mozo hasta llegar a Valeriano Bécquer, Sorolla, Zuloaga o Carmen Laffón y Teresa Duclós. Una colección en la que también se han rescatado los grandes prodigios arquitectónicos de la ciudad, como la Iglesia de San Luis o la antigua Lonja de Mercaderes, sede del Archivo de Indias, un edificio al que la propia Antonia Heredia dedicó uno de sus libros monográficos.
También en la Diputación realizó guías e inventarios que han servido de brújula a los nuevos archiveros, como el “Plan de Organización de Archivos Municipales de la provincia de Sevilla” cuyos resultados están publicados en la colección “Archivos municipales sevillanos”. Sin olvidar que como directora del Archivo General de Andalucía se ocupó del “Reglamento de Archivos Andaluces” del año 2000.
Dentro de la memoria de nuestra querida y admirada Antonia Heredia olía a América, a océanos, a temporales y a tiernos momentos del pasado
Sin Antonia Heredia el mundo de los archivos sería hoy mucho más pobre. Representa a la perfección ese papel de tantos maestros que con dedicación, brillantez, inteligencia y criterio han marcado el camino a seguir. Y que, probablemente por haber sido una mujer, esa revolución ha quedado en un discreto papel sólo reconocido por lo que conocen bien el laberíntico y complejo mundo de los papeles de nuestra memoria.
Sin lugar a dudas la reconoceremos como artífice de los monumentos de la memoria y, al mismo tiempo, como la persona que aún se emocionaba al acariciar un legajo, reconocer el óxido de ciertas tintas de los papeles antiguos o el aroma a salvado de las cascarillas de trigo que los virreyes de Indias usaban como secante para sus documentos. Dentro de la memoria de nuestra querida y admirada Antonia Heredia olía a América, a océanos, a temporales y a tiernos momentos del pasado.
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