La quietud inusual para el mes de mayo que envuelve el municipio de Isla Mayor, dentro y fuera de la sede de la Federación de Arroceros de Sevilla, es síntoma del “desastre” que acecha esta campaña a las marismas del Guadalquivir. “Ahora mismo es imposible sembrar nada”, admite Eduardo Vera, director gerente de la institución que representa y defiende los intereses de los agricultores arroceros en la provincia sevillana, mientras recorre unas instalaciones desérticas.
Ese “nada” es tan devastador como la aridez que asola la llanura marismeña, pues significa perder 729 millones de euros en ventas y más de 5.000 puestos de trabajo, paralizar el consumo del que está considerado como el arroz con la mejor calidad del mundo (hasta que se pueda volver a sembrar), así como poner en “peligro” la continuidad del principal productor arrocero de España. Un sector especialmente castigado por la sequía y los elevados costes de producción (el precio del abono se ha llegado a triplicar), y que representa el 5,3% de la producción agrícola, ganadera y pesquera de Andalucía.
Tan solo “un abril lluvioso” podría haber evitado el destino al que se ha visto abocado el mayor arrozal español, tras varias campañas en las que el cultivo del arroz se ha ido reduciendo drástica y paulatinamente en la zona, debido a las plagas (en 2018) y a las consecuencias del cambio climático. Sin ir más lejos, 2021 se saldó con la mitad de la cosecha, al ejercicio siguiente tan solo se plantó un 30% y este 2023, se prevé sembrar “prácticamente nada”. Una decisión que brota de la escasez hídrica generalizada que padece toda la península, sumada a una dotación de agua insuficiente y a la incertidumbre de que vayan a disponer de un suministro “permanente” que pueda garantizar el riego escaso “pero constante” que precisan los arrozales. “Con 1.283 metros cúbicos por hectárea que se nos ha concedido este año no da para sembrar nada, no llegas a final de campaña”, sostiene Vera antes de añadir: “Para el arroz es inviable”.
El futuro de las marismas en juego
Así pues, la situación es dramática por el escenario que dibujan las cifras y por los daños estructurales que aún no se pueden calcular, pero se vislumbran ya a ojos expertos, como los de este nieto de aquellos valencianos que en los años 40 del siglo pasado emigraron a tierras marismeñas para labrarse una nueva vida cultivando arroz. En este punto, Eduardo Vera advierte que los agricultores que “ya no aguantan más” –algunos encadenan tres temporadas sin sembrar– terminarán buscando alternativas fuera del pueblo. “Ese es el peligro: cuando encuentren otro trabajo en el que no tengan que estar todo el día sufriendo y mirando al cielo, pueden perder la motivación y no volver jamás”, deplora el gerente de la Federación, insistiendo en el riesgo de la despoblación, algo que quienes habitan este municipio de tradición arrocera que ronda los 6.000 habitantes “ya hemos vivido”.
Para encontrar un episodio similar al actual en los anales de las marismas, habría que remontarse a la temporada de 1992-1995. También por aquel entonces, la cosecha se redujo al 50% los dos primeros años y, a partir del 94, “no sembramos nada, igual que estamos ahora”, según rememora el gerente de la Federación arrocera de Sevilla. “En esa sequía - continúa Vera - notamos ya una caída de la población, pero el pueblo se logró recuperar de nuevo con el arroz, la pesca y el cangrejo”. Todo lo que vuelve a estar en juego tres décadas después.
A las consecuencias económicas y sociales que se estiman para las 1.100 explotaciones que conforman la Federación (y para la sociedad en general por el “efecto arrastre”), hay que sumar también los daños medioambientales asociados a que la estampa tradicional de las marismas haya derivado en el retrato de un vasto páramo de tierra baldía. De ello da cuenta Carlos Dávila, responsable de la oficina técnica de SEO / BirdLife en Doñana, quien asevera que los arrozales de producción integrada aledaños al Parque Nacional son “especialmente importantes” para la avifauna que, hasta ahora, solían encontrar en este enclave una “muy buena zona de alimentación y descanso” durante sus ciclos migratorios o reproductivos.
Adiós a la “despensa de Doñana”
Por tanto, al no inundarse este año la llanura marismeña del río Guadalquivir para el cultivo del arroz, se va a “perder ese hábitat” conocido como “la despensa de Doñana”, ya que era “muy eficaz para el mantenimiento de estas poblaciones de aves acuáticas migratorias que hacen la ruta entre Europa y África”, como explica Dávila desde SEO / Birdlife. Más de 150 especies de aves (como la aguja colinegra, la cigüeñuela o la cerceta pardilla, un pato en peligro de extinción) que se ven amenazadas por un cambio repentino de hábitos.
A este respecto, el gerente de la Federación de Arroceros de Sevilla lamenta que quizás “no vuelvan nunca más o tarden décadas en hacerlo”. Porque lo que es evidente para quienes trabajan en las marismas es que la presencia de aves disminuye conforme lo hacen las plantaciones de arroz: los dos últimos veranos han acudido la mitad de aves.
En esta ocasión, como avanza el gerente de los arroceros sevillanos a elDiario.es Andalucía, la producción será a todas luces ínfima, sino completamente nula, como se prevé. Concretamente, en estos momentos la Federación (integrada tanto por cooperativas pequeñas como por las industrias más grandes a nivel mundial) está valorando con la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) si cultivar alrededor de 800 de las 37.000 hectáreas que alberga la zona. Esto significaría plantar menos de un 2% de la superficie total, que por estas fechas debería estar ya bañada por las marismas del Bajo Guadalquivir y sobrevolada por las avionetas que esparcen las semillas de arroz.
Ante la imposibilidad de asegurar un suministro de agua continuado durante toda la campaña (que suele culminar en octubre), las comunidades arroceras asociadas a la Asociación de Comunidades de Regantes de Andalucía (Feragua) están barajando la posibilidad de ceder el volumen de agua que les asignó la Comisión de Desembalse el pasado mes de abril. Al respecto, el gerente de la Federación de Arroceros de Sevilla defiende que la compensación económica que obtendrían los agricultores por la cesión iría destinado a “cubrir los costes fijos de cada comunidad de riego”. “Nada más, no vamos a ganar beneficios”, afirma Eduardo Vera, apelando a los gastos que tiene que asumir el arrocero para mantener la casa de bombas, entre otras infraestructuras, de cara a la campaña siguiente, en un año en el que no va a sembrar. “La cesión de agua significaría un pequeño ahorro en costes, pero nos va a costar dinero el no sembrar”, insiste.
Trabajar por el futuro del sector
Por todo ello, a estas alturas del año (cuando ya deberían “estar sembrando”), lo que toca es “trabajar para evitar próximas sequías”, siendo “lo más eficientes posibles con el agua”, mejorando las infraestructuras y creando “otras nuevas”. “Es la única solución que vemos”, esgrime quien lleva cuatro años liderando la institución arrocera en Sevilla, haciéndose eco de las reivindicaciones de un sector que se coloca a sí mismo a la cabeza de “la lista de los más afectados” por la falta de agua. En este sentido, a corto plazo demandan a todas las administraciones “ayudas directas” para que el agricultor pueda “sobrevivir”, pues “no plantar significa aguantar a pulmón sin gastar, tirando de ahorros hasta la campaña siguiente y mirando permanentemente el cielo”, tal y como describe el representante de los mayores productores de arroz a nivel nacional.
“Las ayudas que están llegando ahora, los famosos fondos Next Generation, son para las industrias, las grandes empresas, pero al agricultor, al ganadero no les está llegando nada”, recrimina quien es también representante del sector arrocero de España en Bruselas. A partir de ahí, “hay que hacer cosas”. A medio y largo plazo, desde la Federación sevillana sugieren “reforzar las infraestructuras hídricas que tenemos” en pos de maximizar la eficiencia. Y, en segundo lugar, “crear nuevas infraestructuras” para captar el mayor volumen posible de agua cuando vengan las anheladas lluvias.
En otro orden de ideas, Eduardo Vera menciona “otra de las batallas” que está librando el sector en el tablero europeo: la necesidad de salvaguardar el producto con sello de excelencia del que hacen gala los productores marismeños, frente al arroz que introducen en el continente países asiáticos en vías de desarrollo “a precios muy bajos, pero que son de peor calidad porque cuentan con menos exigencias”. “Estamos sin aire y encima podemos enfrentarnos a que la campaña que viene, si logramos sembrar, los precios estén por debajo de nuestros costes de producción porque otros productos de peor calidad hayan copado el mercado”, alerta este defensor de los agricultores arroceros españoles.
De ahí que demande “ordenar la entrada del arroz según criterios exigentes”, con medidas de contención como la cláusula de salvaguarda que ya se ha aplicado en ejercicios anteriores. Hoy esa cláusula se antoja todavía más necesaria a juicio de Vera, en tanto que la marca sevillana va a estar ausente en el mercado al menos durante este año. “El peligro” es que, entretanto, se venda “un arroz muy barato procedente de fuera de Europa, y el consumidor se acostumbre a un producto que no cumple ni con la trazabilidad ni con la seguridad alimentaria ni con las norma que nos exigen en España para hacer un arroz excelente”, declara quien presenta el arroz de las marismas como “el más limpio” y “ecologista” del planeta.
Optimismo a pesar de todo
En cuanto a las perspectivas de futuro, si bien reconoce que en los últimos años, “prácticamente no se ha hecho nada nuevo” en materia de infraestructuras hidráulicas, confía en que “tarde nunca es”. “Lo que tenemos que hacer es ponernos ya”, apremia el director gerente de los arroceros de Sevilla. Con todo, lamenta que la sequía haya entrado de lleno en la campaña electoral. “Lo peor que nos puede pasar un año de sequía es que haya elecciones porque los políticos empiezan a prometer lo que pueden hacer y lo que no”, opina Eduardo Vera.
En este contexto, lo único que espera es que los políticos “cambien la mentalidad” y apuesten por impulsar la agroindustria andaluza para convertirla en “la más potente del mundo”, empezando por cuidar a los sectores que constituyen un eje fundamental para la sostenibilidad económica, social y medioambiental que trasciende a los municipios asociados a ellos por el turismo, la hostelería y la logística que son capaces de poner en funcionamiento.
Pero ese objetivo, “sin agua no lo podemos conseguir”, recuerda. De ahí que abogue por que, más allá del 28 de mayo, la escasez hídrica siga entre las prioridades de los gobernantes. “Ojalá que después de las elecciones empiecen a aparecer proyectos de eficiencia y de refuerzo de infraestructuras hidráulicas”, expresa sin apartar la mirada del cielo.