Para empezar, puede que el titular no sea del todo correcto. O sí, porque ésta es la historia de tres personas sin hogar en Sevilla que han ganado un concurso literario con el que se ha querido llamar la atención sobre este drama, pero afortunadamente ahora mismo viven bajo el techo de organizaciones sociales. Pero hay un cuarto protagonista que sí, que en el encabezamiento de su relato puso como dirección “desde el banco segundo de la Plaza Nueva, ‘mi hogar’”. Cuando fueron a buscarlo, no lo encontraron.
La idea de esta pequeña aventura literaria partió de la Asociación Cristo Vive con motivo de la Semana de las Personas sin Hogar, que todos los años se celebra en noviembre. A su presidente, Joaquín Moreno, se le ocurrió que al margen de los campeonatos de ajedrez o parchís o del concurso de pintura, este año las personas que están en esta situación podían escribirle una carta abierta a la sociedad. La idea se difundió entre las entidades que luchan contra el sinhogarismo y cristalizó en una veintena de misivas.
El certamen se cerró con tres ganadores. Habrían sido cuatro, pero al que escribió desde la Plaza Nueva “no ha habido manera de localizarlo”, apunta Joaquín Moreno, que define a las personas sin hogar como “las grandes olvidadas de la sociedad”. De paso, subraya que los tres vencedores coincidieron en su incredulidad por este reconocimiento, “les sorprendía que pudieran haber ganado algo”, un laurel literario que se completó con el regalo de algún que otro libro y una comida en el restaurante Ojalá.
Caída con estrépito
El más echado para adelante del trío vencedor es Francisco Climent, Paco, que está en la Asociación Nacional AFAR en Alcalá de Guadaíra, municipio en el se llevó un buen tiempo aparcando coches en la calle. Su historia, cuenta, es la de una caída con estrépito: casa en el centro de Sevilla, colegio de pago y vida laboral que empezó abriendo bares y restaurantes y terminó regentando pubs y discotecas. “Y llegué a jugar en los infantiles del Sevilla”.
Pero hubo un día en el que las cosas se torcieron: “me junté con gente no muy recomendable”, se separó al poco tiempo de casarse, “caí en la droga” y se hundió en la depresión al morir sus padres. Lo perdió todo y acabó viviendo en la calle. “Para que te pase esto no hace falta nacer en Los Pajaritos o las 3.000 Viviendas”, filosofa.
Y en eso coinciden nuestros tres protagonistas, en que cualquier persona puede verse viviendo en la calle (“tengan cuidado, a cualquiera de ustedes les puede pasar lo mismo”, advierte Paco en su carta), a lo que suman que lo peor de esa situación es la soledad. Y así lo refleja el propio Paco en su texto: “Cuando veo a alguien que conozco, vuelvo la cabeza o la agacho para que no me reconozcan. Siento vergüenza, aunque es casi imposible que me recuerden. He cambiado mucho, aunque en el fondo desearía que se acercaran a mí o que me pararan llamándome la atención por mi nombre. La soledad me mata, no la puedo soportar. Agradezco hasta que me den los buenos días”.
Un ciclo con difícil salida
“Con lo de las cartas queríamos hacer partícipe a toda la sociedad, que sepa la historia que hay detrás de una persona que vive en la calle”, explica Laura Pulido, trabajadora social en AFAR. “Entran en un ciclo del que es muy difícil salir, muchos tienen adicciones y encima son personas que no son jóvenes, que tienen entre 40 y 55 años”, relata, al tiempo que da detalles de la intrahistoria de Paco, o de la de Ana María de la Rosa, que también es usuaria de AFAR y es otra de las ganadoras de este concurso.
Ana vivía en Marchena, tiene cuatro hijos y hace un par de años se separó de su marido. “que me maltrataba física y psicológicamente”. Un día uno de sus hijos volvió antes de lo previsto y sorprendió a su padre gritándole a su madre. “Acabó agarrándolo por el pecho y me metí por medio, pero ahí pensé que me tenía que ir”, recuerda, una vivencia que también ha plasmado en su carta: “Me tuve que marchar de mi casa abandonando todo, no podía aguantar más y antes de que algún hijo mío acabara en la cárcel por hacer algo a su padre decidí que era yo la que tenía que salir de allí”.
“Fue mi manera de explotar”, dice ahora echando la vista atrás. “Estaba muy castigada, sin autoestima y sin personalidad, como un robot”, así que cogió una bolsa con cuatro cosas y desapareció sin destino alguno. Estuvo tres meses viviendo en la calle “y me abandoné, no me alimentaba bien y empecé a beber, lo único que quería era olvidarme y dormir”, hasta que su situación se canalizó a través de los Servicios Sociales y acabó en AFAR, donde “me han devuelto las ganas de vivir”.
“Me encontraba vacía, desamparada. Fue el infierno. La calle para mí era soledad, tristeza, frío, rechazo por la mayoría de personas. Las puertas se me cerraban por todos sitios”, cuenta en su misiva, que cierra con un toque de esperanza: “El hambre y la pobreza siguen existiendo y existirán pero está en cada uno de nosotros parar con nuestras acciones lo que se encuentra al alcance de nuestra mano”.
En la situación en la que se han visto Paco y Ana hay en Sevilla capital, y de manera estrictamente oficial, 444 personas, pero claro, hablamos de un registro que se remonta a 2016 y que el Ayuntamiento se ha comprometido a actualizar. Sin ir más lejos, Cáritas Diocesana ayudó a 529 personas sin hogar en 2019, y la Asociación Pro Derechos Humanos eleva hasta 640 las que fueron atendidas por los Servicios Sociales durante el confinamiento.
Sociedad de dos caras
El tercer ganador es Héctor Andrés Matwiejczuk, un bonaerense que en 2002 llegó a Sevilla y al que las cosas le iban bien hasta que “se torcieron un poquito”. En 2015 perdió su trabajo como repartidor de publicidad y todo empezó a ir a peor, hasta que acabó en el albergue municipal, “pero en parte soy un afortunado porque no he llegado a estar ni un día en la calle” al pasar de ahí a Cristo Vive. “Llegué el 10 de marzo y el 14 se decretó el estado de alarma, me han acogido muy bien y estoy muy agradecido”.
Con su mensaje, Héctor ha querido dirigirse a una sociedad que ve dividida en dos partes, “una que se preocupa por los demás y otra que es terrible. Yo voy con la primera, siempre he ayudado sin preguntar y la gente también me ayudó de esa manera”. Y así lo plasma en su carta a la sociedad: “Todos somos parte de ti y creo que juntos podríamos mejorarte, estamos en tiempos difíciles pero creo que no es imposible. Yo con mis actos me he ganado tu respeto y también tus guantazos, y en ambos casos fue a pulso. Con lo poco que pueda aportar espero serte útil y espero que tu lado bueno siga creciendo”.
“Las cartas les han servido de desahogo, se han sentido personas y parte de la sociedad”, apostilla Joaquín Moreno, presidente de Cristo Vive, que lamenta no haber podido localizar a Ricardo García, que desde la Plaza Nueva mandó una misiva con regusto amargo y en la que confiesa su sensación de que para los Servicios Sociales es pura estadística, “solo un número atendido y despachado para que pase el siguiente”. “Estás todo el día en la calle, viendo la opulencia de los que tienen y quedas al margen de la caridad de los que dan, así como el desprecio de los que no dan, con mirada y gesto bien claro pareciendo decir «desaparece ya»”.
“Mil veces he pedido lo que no pudo ser, haber nacido en medio de África, porque allí todos están por igual”, relata, al tiempo que confiesa que tiembla “cuando me dicen que quieren reinsertarme en esta sociedad”, a la que define como “competitiva, deshumanizada por lo general, egoísta, exclusivista…”. Por ello, cree que “bien merece o merecemos una pandemia para igualarnos a todos”, un pesimismo pese al cual suaviza el final de su mensaje: “Cuando me veas por la calle y te extienda mi mano para pedirte, aunque no me des una moneda, al menos dame una sonrisa y si puede ser desde el corazón. ¡Mucho te lo agradeceré!”.