La Corona británica cambia de cabeza, pero no de mermelada: Carlos III se mantiene fiel a las naranjas sevillanas
El embajador británico en España, Hugh Elliott, se sorprende cuando se le dice que aquí eso de hacer mermelada casera no es que sea precisamente una tradición en la mayoría de hogares españoles. Viene a cuento porque se le ha preguntado que cuánto tarda él en hacerla, y empieza a dar detalles empezando con que ya sabemos todos que lo más difícil es quitarle la piel a las naranjas. Las caras de la concurrencia le hace entender que va a ser que no.
Elliott responde mientras sostiene un recipiente cerámico con las naranjas que le acaban de dar, que no son unas cualquiera: son de los naranjos más antiguos, no solo del Alcázar de Sevilla, sino de toda la ciudad. Las han cogido del entorno del Cenador de Carlos V para que hagan un singular viaje de monarca a monarca, porque su destino es convertirse en mermelada que acabará en la mesa para el desayuno del rey británico, Carlos III. Porque los británicos pueden cambiar de monarca después de los 70 años en el trono de Isabel II, pero lo que no cambian por nada es la mermelada de naranja amarga tan de su gusto.
La historia es recurrente, pero vuelve a salir a escena porque esta vez el propio embajador se ha pasado por el Alcázar hispalense a recoger en persona las naranjas que luego él mismo convertirá en confitura en la cocina de la embajada en Madrid. Y no solo la hace, sino que la envasa, le pone su etiqueta personalizada y la envía por valija diplomática a Buckingham para el goce y disfrute de la familia real británica. Eso sí, tiene la prevención de guardarse unos cuantos tarros que luego entrega como presente en sus encuentros oficiales.
En esta ocasión, Elliott se ha llevado a cuestas 30 kilos de naranjas y 10 de limones, con lo que tiene materia prima más que suficiente para elaborar una mermelada muy del gusto británico desde por lo menos el siglo XVIII. Así lo contaba el propio diplomático una vez desde los fogones de la embajada mientras hacía la confitura, atribuyendo el descubrimiento a los primeros viajeros románticos en una historia por la que también asoma el duque de Wellington, al que le impresionó tanto naranjo por todos lados cuando estuvo en Sevilla.
Desde los tiempos de Alfonso XIII
Ahí tenemos la protohistoria de la conexión británica con esta confitura, pero ¿a qué viene eso de que el Alcázar regale naranjas a los Windsor? Pues no es una tradición milenaria que digamos, porque el ritual habría empezado con Alfonso XIII y más concretamente con su esposa, Victoria Eugenia de Battenberg, nacida en Londres y nieta de la reina Victoria, una historia de la que se hizo eco el vetusto The Times. Las crónicas no dejan constancia de cómo se dio el primer paso, pero lo cierto es que se dio aunque con el paso de los años se perdió la costumbre, hasta que se recuperó hará unos cinco años por el entonces alcaide del monumento, Manuel del Valle.
Ahora la cosa ha ido a más, porque cuando se retomó esta singular colaboración entre palacios reales lo hizo de manera discreta y ahora se ha convertido en toda una herramienta de promoción de la ciudad. El embajador no solo ha recogido la fruta en persona (en otras ocasiones se le ha entregado al cónsul honorario, Joe Cooper), sino que le recibió el alcalde, Antonio Muñoz, que aprovechó para acreditar que la mermelada que elabora Elliott –le regaló un bote el año pasado– está bastante buena.
El diplomático, por cierto, entra en el juego y alguna vez ha explicado que él no hace jam sino marmalade, que es específicamente mermelada de naranja amarga de Sevilla. La receta se la pasó su madre Julia, aunque la atesora su familia desde mucho antes y no está dispuesto a darla a conocer así como así porque “es más secreta que los secretos de Estado”, asegura, y juega al despiste señalando que “tiene unos mil ingredientes, así que seguramente alguno se podrá deducir”.
¿Le gustará a Carlos y Camilla?
Elliott ha aprovechado su estancia en los jardines del Alcázar para conocer el que pasa por ser el naranjo más antiguo de Sevilla que, en función de la versión que se coja de la leyenda, lo plantó Pedro I en el siglo XIV o Carlos I de España y V de Alemania, que habría procedido a ello cuando se casó en este mismo palacio con Isabel de Portugal en 1526. Lo cierto es que el árbol parece que tiene al menos cinco siglos a sus espaldas, que ha podido cumplir gracias a que se han ido cuidando y seleccionando sus retoños, convirtiéndose así en el decano de los más de 40.000 naranjos que hay en la capital hispalense. La producción de naranja amarga supera los tres millones de kilos, que entre otros usos se aprovechan para fabricar compost, alimentar al ganado, generar electricidad o elaborar cosméticos.
Eso sí, unas 500 toneladas las importa la compañía Wilkin & Sons, que es proveedor oficial de mermelada para la Casa Real británica nada menos que desde 1911. Mucho más modesta será la cantidad que haga llegar para el desayuno de los Windsor el embajador, que está con la intriga de “a ver si le gusta al rey”, un Carlos III que ya conoce Sevilla, el Alcázar y sus naranjas, y que ahora “se las va a comer en la mermelada”. Elliott apunta que podría decirse que la remesa de este año es “edición de la coronación”, que se celebrará el 6 de mayo. Y por cierto, ¿se sabe si a la reina consorte, Camilla Parker, le gusta la mermelada de naranja amarga de Sevilla? “Esas son preguntas que se irán respondiendo a lo largo de este año...”.
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