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Emprender a los 50 tras sufrir un ERE o “darle la vuelta al edadismo”: así superó Julio el 'síndrome del teléfono apagado'

“Rendirse no es una opción” vale para el rugby y también para la vida. Lo sabe bien Julio Estalella, un apasionado del deporte del balón ovalado al que le tocó “la china” del ERE de Abengoa cuando tenía 53 años tras casi tres décadas en la multinacional. Ya no sonaba el teléfono y las 'largas' eran el pan de cada día pese a que intelectualmente se sentía y siente “más fuerte que nunca”. Sabía que había que insistir, que el nuevo rumbo llegaría, aunque quizás no en forma de salsa picante. Aprendiendo “a cabezazos”, este emprendedor sénior de la Generación SAVIA superó el Síndrome del Teléfono Apagado e hizo real eso que dicen de que a partir de los 50 las personas tienen la experiencia vital y profesional para seguir dando guerra en un mercado laboral cada vez más complicado.

A sus 57 años, este ingeniero industrial, que “siempre” vuelve a Sevilla, tiene cuatro hijos en torno a la veintena y va acelerado, no con prisas, al café que comparte con este periódico mientras saluda a un proveedor. Imparte un curso esa tarde, y no para tras aquel “batacazo” en su trabajo de siempre. Llegó a dirigir la unidad de recursos humanos y bromea en torno a lo que se comentaba de 'Palmatraz', de donde salió “con la secreta esperanza de encontrar algo”, pero “sabiendo que Sevilla es una plaza muy estrecha”. “Por la mitad y si encuentras algo, me decían”. Un gabinete de crisis con amigos el 11 de febrero de 2020 en torno a un asado (“ningún gran plan ha salido comiendo una ensalada”) fue la primera piedra para Quietud, un negocio de salsas picantes “muy sabrosas” que se ha internacionalizado y con el que ha logrado vender más de 10.000 botes en dos años.

“Debían de andar mal de candidatos”, bromea, porque se llevó el segundo premio de la IV edición de los 'Premios +50 Emprende', una iniciativa de la Generación SAVIA, el proyecto de la Fundación Endesa en colaboración con la Fundación Máshumano, lleva cinco años impulsando la empleabilidad de los trabajadores que han pasado del medio siglo. El confinamiento aplazó su cita con el notario. Se había plantado en Madrid, se había sentado con consultores. Dejó pasar el verano, y se propuso empezar, como tantos otros, su nueva vida a partir de aquel septiembre, de forma paralela a la formación en aquel mundo en el que se iba metiendo.

Un documental, una llamada y la presbicia

“Había visto hacía tiempo un documental sobre tabasco”. Así arrancó aquella etapa que hoy tiene proyectos en Estados Unidos. Búsqueda de fábricas, compra de botes, pruebas con amigos, “y nos pusimos a producir”. Ampliaciones de capital, un mercado creciente y misiones comerciales en las que “se abren oportunidades. Esas mismas que se le fueron abriendo a Julio, que se sigue reinventando y que colabora con una ingeniería de almacenamiento térmico en sales fundidas. ”El 'teléfono apagado' es la constatación de eso mismo, de que el teléfono ya no suena y que hay que desplegar tus encantos“, afirma ahora, seguro de sus opciones.

Estando en Galicia, un consultor me llamó y me propuso que presentase el proyecto de las salsas. Corría ya el verano de 2022. “¿Pagáis el viaje?”, preguntó con la verdad asomando. Ejerciente de provincias, se reconoce, frente a un salón gourmet al que había acudido en Madrid, casualmente se topó con la sede de Endesa. Unos chistes de por medio y un saber estar, con su proyecto empresarial avanzando, le sirvieron para llevarse el reconocimiento, también económico, que “nunca viene mal”.

Ya desvinculado del rugby (un “mal jugador” que llegó a directivo), asegura que “las grandes capacidades se tienen a partir de los 50”, aunque el trasiego diario requiera de “un cabezazo” después de comer, no en el sentido del aprendizaje sino reponedor. Iniciativas como la de la Generación SAVIA ayudan a “visibilizar” a personas que, como él, tuvieron que poner el contador a cero para seguir saliendo adelante. “Darle la vuelta al edadismo”, resume al recordar cómo compartió experiencia con un viejo conocido del mundo del rugby al que le pasó lo mismo que a él.

“Se puede”, zanja pese a que todavía sigue “pegando cabezazos”, repite. Con el criterio más afianzado, Julio se siente “vitalmente fenomenal” y “muy orgulloso” de ir sacando adelante su empresa de salsas picantes, con unos hijos en edad universitaria. A falta de “ese click” de salir los fines de semana “a gastar”, esa prudencia económica no le impide tirar de la experiencia en sus quehaceres diarios: “Con mi edad, la presbicia no te permite ver de cerca, pero a los gilipollas los ves de lejos”, sentencia.

Julio Estalella no sabe si por vivir en San Esteban cree “en la providencia divina” y en “adaptarse a las circunstancias temporales”. Trabaja mucho los fines de semana y marca su propia agenda. Pese al nombre de su empresa, no para. Tampoco se detuvo ante el desempleo cuando llegó esa hora. Mira atrás con el orgullo de haber salido adelante y mira al futuro al otro lado del charco para comerse algo “grande”.

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