Una bailarina escribe desde la cárcel, donde ha sido confinada por intentar prender fuego a las oficinas de la Junta de Andalucía en la Isla de la Cartuja, Sevilla, tras intentar en vano pedir una subvención. Este es el impactante argumento de Solo quería bailar (Tránsito), el brillante debut en el campo de la novela de Greta García que se ha convertido en una de las revelaciones de la última temporada literaria.
Sevillana de 1992, García era conocida hasta ahora principalmente como bailarina y cofundadora del dúo Hermanas Gestring, además de coreógrafa y artista de circo. “Ha sido una sorpresa para todo el mundo a mi alrededor, y para mí misma”, dice la autora del inesperado éxito de su obra, que ya va por la segunda edición y ha cosechado excelentes críticas. “Hace unos años me empecé a obsesionar con la escritura, aunque al principio lo hacía más bien como ritual personal. Empezó como un juego, y mira”.
Un mundo, el de los libros, que describe como “terrorífico de difícil”, en comparación con el de los escenarios, aunque reconoce que ha tenido una gran ayuda de sus agentes y de la escritora mexicana Brenda Navarro, con la que realizó un taller que la ayudó a rematar el primer borrador de la novela.
Políticamente incorrectos
Por otro lado, Solo quería bailar se caracteriza por una voz narradora potente, netamente andaluza, procaz y escatológica en extremo. “Primero vino esa voz, y luego la idea de meter la Administración en la historia, porque es parte de mi vida”, dice con sorna. “En un principio buscaba escribir algo que me diera vergüenza leer en voz alta. Y que me diera risa o pena. Para eso me ayudaron mucho los talleres online, porque, igual que en escena pruebo cosas y obtengo un feedback del tirón, en los talleres también pude obtener reacciones inmediatas. Fue así como fui dando forma a ese personaje libre y gamberro”.
“Uno en su interior es bruto y políticamente incorrecto de forma constante”, prosigue García. “No estoy de acuerdo con todo tipo de humor y de chistes, pero para que mi personaje fuera creíble tenía que salir el monstruo y la brutalidad que todo el mundo tiene en su interior. La idea no era escribir un libro de educación vial”.
Para la sevillana, “los órganos, los excrementos de la vida diaria” tenían que tener cabida en una historia extrañamente conmovedora sin dejar de ser hilarante. Y ahí entra el elemento de la burocracia con la que choca la protagonista. “No es algo que le pase solo a los artistas o escritores. Mira a la gente que pide la ayuda al alquiler, y se pega dos años esperándola. Hoy, para vivir, tenemos que enfrentarnos todos a esa burocracia, y me revienta. Pero ahora he pedido una ayuda a la Junta de Andalucía, espero que no me la denieguen después de escribir esta novela”, ríe.
Habla andaluza
“Si quiero trabajar en la cultura y tener las mejores condiciones económicas posibles, tengo que relacionarme con las instituciones. Y eso supone chocarme constantemente con la misma pared”, agrega García, quien encontró el detonante de su ficción las ayudas anunciadas por la administración autonómica andaluza en plena pandemia, y que sembraron el caos en la comunidad artística. “Nos sentimos como ratas de cloaca, pasando una noche entera pendientes del ordenador. De repente, era una situación absurdísima. Y luego están todos esos trámites, ir al buscador, subir los documentos, mandar fotos con tantos píxeles…Con el tiempo una se va espabilando, pero es una situación que veo en todos mis compañeros. Al final, el trabajo de una persona depende de su mayor o menor talento con el ordenador”.
¿Servirá una novela para cambiar las cosas algún día? “¡Ojalá!”, responde al instante. “Pero no soy optimista, está todo tan corrupto… Tendríamos que replantearlo todo de raíz, incluso la gente que trabaja en la administración está quemada, se percibe como imposible la posibilidad de que esos protocolos tan perversos mejoren”.
Asimismo, el habla andaluza es determinante en Solo quería bailar. “El andaluz así escrito salió de manera bastante natural, desde que comencé la escritura la protagonista hablaba en andaluz, las expresiones y el orden de las palabras y las palabrotas, al leerlo tenía que sonar de una manera, así que empecé por los diálogos y se hacía raro solo tener una parte, entonces probé y probé y con ayuda de Sara Fernández Polo, una buena amiga, afinamos el hasta dónde”, comenta.
Cuando se le pregunta si esta decisión tiene una dimensión política, se toma unos segundos antes de responder. “Creo que es imposible en 2023 tomar una decisión que no sea política, queriéndolo o no, claro que es un posicionamiento y reivindicación del andaluz. Además, ha sido muy divertido escribirlo así, preguntar a colegas y poner el oído en el autobús y los bares y las amigas, me chiflan los acentos de todas partes, me fascinan y me encanta leerlos y escucharlos”.
Remover las entrañas
La creadora, que se reconoce deudora de obras como Fóllame de Virginie Despentes, de la narrativa de Agota Kristof o de obras como Lectura fácil de Cristina Morales o el Molloy de Samuel Beckett (“cuando lo leí grité ¡quiero hacer un libro igual!), así como de películas como A Girl Walks Home Alone at Night, subraya que, tanto en su faceta escénica como en la literaria, ”siempre intento remover las entrañas, aunque sea para distintos públicos y ámbitos. Pero la escritura me ha parecido un trabajo más introspectivo, un espacio de meditación absoluta“.
Pero también está el humor, corrosivo, explosivo, incluso sórdido. “Uno de mis objetivos era que me generara a mí misma la risa. Reescribir y reescribir y leer en voz alta, y que me generara a mí misma, al menos, un cosquilleo contagioso, como el que se produce entre el artista en escena y el público”.
Ahora, Greta García sigue compaginando su trabajo artístico con el literario, aunque se queja de falta de tiempo. “La novela la escribí porque, con la pandemia, no tenía vida social ninguna. Ahora estoy en una época más loca y tengo demasiada, me temo”.