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La crisis por la sequía azota al pueblo que vive del agua. En Isla Mayor (Sevilla) ya no siembran arroz ni pescan cangrejo rojo. El sustento se escurre entre los dedos. Las ayudas económicas al entorno del Parque Nacional de Doñana quedan lejos de arreglar el entuerto que aprieta el cuello a su periferia social. Sin agua no hay vida, tan simple, en el rincón del mundo que retrató la película La Isla Mínima y que sucumbe a una tierra sedienta que amenaza con ruina y exilio.
La isla del arroz ya es la marisma seca. “Es una catástrofe”, enfatiza el alcalde isleño, Juan Molero. La emergencia por la sequía agarra una raíz dramática para quienes viven de la marisma del río Guadalquivir. “Hay familias que se están yendo del pueblo para buscar el pan en otro sitio”, lamenta, después de un trienio en que el arrozal ha decrecido de la mitad de la superficie cultivable al “desierto” actual.
“¿El futuro? Uf… irte fuera a trabajar como se está yendo la mitad de las personas”, dice Amalia Sayago, ahora en paro y empleada hasta “septiembre del año pasado” en una de las empresas pesqueras que facturaban hasta 20 millones de euros anuales cada campaña. “Mi padre es camarero y se ha tenido que ir a Alemania”, ejemplifica. “Y ya no es solo el cangrejo y el arroz, es una cadena que afecta a todos los comercios, porque si yo no gano dinero en el vivero no voy a comer en un bar o a una tienda a comprarme ropa”, agrega. Las calles están salpicadas de letreros que rezan “se alquila” o, más drástico, “liquidación”.
“El escenario pinta mal y las soluciones no son sencillas”, según Molero. Un remedio es el ansiado “proyecto de modernización” que aporte agua de la zona más alta de la cuenca. Una obra compleja que necesita inversión durante años para que sea realidad. El Ayuntamiento de Isla Mayor, en espera, ha puesto en marcha un “concurso de ideas” para “resolver o mitigar alguna de las problemáticas a las que se enfrenta la comarca”, en colaboración con la Universidad Loyola de Sevilla.
“La sequía es la más persistente y además parece que viene para quedarse”, subraya el alcalde isleño. “Sin agua no hay futuro”, grita el campo andaluz para exigir inversiones hidráulicas. Andalucía posterga la emergencia por sequía pero busca agua debajo de las piedras: desde el traslado en barcos a explorar reservas subterráneas o instalar desaladoras, con polémica. O pesca problemas inesperados como líquido radiactivo en los grifos.
El ‘pacto de Doñana’ atiende la crisis de un acuífero que se seca. El dinero llueve para mejorar las condiciones socioeconómicas de la zona -los gobiernos central y andaluz aseguran que invertirán unos 1.400 millones de euros– aunque esta transición ecológica deja fuera la periferia del parque, más allá de pozos ilegales y hectáreas regadas con dinero público.
“Al final el agua es vida”, resume Marisol Baixauli, nueva generación de una familia isleña dedicada al sector arrocero. “Es increíble que en los tiempos que estamos no hayamos sido previsores para sostener y canalizar un agua desalada, más dulce”, sostiene. Una falta de “conciencia hidrográfica” que se traduce en ausencia de infraestructuras que ahora resultan vitales.
“Todo va en declive y es a nivel nacional porque si en Isla Mayor no hay arroz eso significa que el 40 por ciento de la producción nacional queda desabastecida”, en palabras de Baixauli. Es “un problema sistémico”, continúa, “y con esta situación fomentamos las importaciones porque no tenemos producto ni puestos de trabajo”. Y afina el enfoque: “Es un problema también humanitario, de una sociedad que toma un alimento que a veces sabe la procedencia y otras no”.
El sur de Europa sufre la peor sequía de los últimos 60 años. La crisis climática llega a los grifos de media España. Catalunya declara la emergencia ante la peor sequía de su historia. El presidente andaluz, Juan Manuel Moreno, pide ayuda a la Unión Europea ante la “catástrofe”. La Junta afloja la cartera ante la “situación límite” de los embalses. Pero más allá de los titulares, la tierra enseña el duro rostro cuarteado de la crisis.
Como en la marisma sevillana. “Yo trabajaba en un vivero pelando cangrejos para sacar las colitas, que es lo que venden, y éramos muchas mujeres, en la plantilla donde estaba éramos unas 60 o 70 mujeres, según la cantidad de cangrejos que hubiera”, explica Amalia Sayago. “También están las mujeres en planta, que empaquetan, echan sus productos… que no es nada más pelar, son muchos puestos de trabajo”, sigue.
“Y ahora estamos paradas todas”, finaliza. “Antes empezábamos en estas fechas y he estado muchos años hasta Navidad con contrato y el año pasado eché tres meses nada más y ya llevo parada desde septiembre”, cuenta. “Lo único que queda es el campo”, los pocos jornales que puedan cosechar “en las fresas porque este año ni papas ha habido”, dice. Y el exilio, “irse fuera a buscar trabajo, o la ruina”.
La exportación de cangrejo rojo de otras zonas de la península era antes un complemento a la campaña local y, con la crisis del agua, casi el único sustento para los viveros. “Se supone que en febrero entra cangrejo de fuera, de Portugal, pero no sé cómo está la situación ahora mismo, pero de aquí no hay”, dice Sayago.
La falta de productos de la marisma, como el arroz y el crustáceo, vacía los platos de “una cadena” que contamina a toda la población. “Cangrejo de aquí ya no hay así que cada vez nos cuesta más tener y los que traen de fuera son más pequeños, por ejemplo ya no podemos hacerlos a la plancha y hemos tenido que retirar ese plato de la carta”, aseguran Joaquina Castro y Pascual Ribera, que regentan el restaurante El Tejao.
“Ya son varios años seguidos y esto va contagiando a todos los negocios, algunos han tenido que cerrar, porque aquí ya sea directamente o no, todos comemos del agua”, explican. Las mesas están y los comensales, “de momento”. “Pero notamos mucho en trabajadores que venían de fuera y ya se nota que cada vez hay menos y también de la gente de aquí, que poco a poco cada vez hay menos movimiento”, afirman. La emergencia por la sequía, mientras, convierte la isla de arroz en una tierra cuarteada que muere de sed.
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