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OBITUARIO
En sus últimos años, Julia Uceda solía comparecer ante los periodistas peinada con una permanente impecable, sus ojillos pequeños y luminosos y unas zapatillas deportivas blancas que nunca pasaban desapercibidas. Ella solía decir que la comodidad estaba por encima de la elegancia, pero todo el mundo sabía que lo importante no era el calzado que usaba, sino el lugar adonde le llevaban sus pasos. Y los pasos de Julia Uceda siempre valía la pena seguirlos, en lo vital y en lo poético.
La propia autora distinguía entre escritores de versos, que transitan por caminos conocidos, y verdaderos poetas, moradores de lo insondable. Uceda, con sus tenis o botines, como los llaman en Sevilla, pertenecía sin duda a los segundos. Nacida en Sevilla en 1925, formó parte de una brillante promoción de estudiantes de la Universidad de Sevilla. Debutó como poeta en la colección Alcaraván que capitaneaban en Arcos de la Frontera los hermanos Murciano, pero su espaldarazo definitivo fue el accésit que obtuvo en 1961 su poemario Extraña juventud. Eran tiempos de poesía social, aunque nunca pensó como Gabriel Celaya, que la poesía debiera ser un arma, cargada o no de futuro. Al final, de aquel movimiento apenas salvaba a José Hierro. “Si con 17 años te meten en la cárcel, todo lo que dices después es verdad”, aseveraba.
España era un país poco habitable para su espíritu inquieto, y no dudó en aprovechar una oferta de la Michigan State University y hacer la maleta a Estados Unidos. Allí residió durante largos años, hasta mediados de la década de los 70, ahondando en una nueva veta de su inspiración poética que produjo títulos como Poemas de Cherry Lane, Campanas en Sansueña, En elogio de la locura y Viejas voces secretas de la noche. Era la voz de una poeta que desarrolló casi toda su obra en los márgenes, sin lucir nunca en los círculos de poder literario, hasta que en 2003 recibió el premio Nacional de Poesía por su antología En el viento, hacia el mar, publicada en la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara, que dirigía un viejo amigo de sus años mozos, el también poeta Jacobo Cortines.
Los vaivenes de la vida la llevaron a residir en el pueblo de Serantes, en Ferrol, en Galicia, apartada del mundanal ruido. “El reconocimiento te agrada, pero nunca me ha preocupado en absoluto. Si estás entre mucha gente, tarde o temprano tienes presiones”, decía.
“Para cambiar algo social y políticamente, lo que sirve es el valor, la ética y el no dejarse manipular. Que respondas con la verdad, que no aceptes lo que te den a cambio de un poco de simpatía , afirma. La palabra es un vehículo para todo, pero hay que saber emplearla”, añadía Uceda. “Si lees a Hesíodo, a cualquiera de los maestros griegos, te das cuenta de que ellos son los que encuentran las palabras. Los nombres de los dioses que ellos inventaron todavía siguen vigentes, nombran enfermedades, planetas que se van descubriendo... Sorprende que veintitantos siglos antes de Cristo, esas personas ya hubieran vivido todo lo que estamos viviendo nosotros ahora. Hay que acudir a aquellos mayores, en ellos encontraréis el camino. Siempre releo, una vez al año o cada dos años, a estos escritores”.
También de los clásicos había aprendido el valor de las palabras: “Si no existe la palabra chaqueta, no existe la chaqueta. La palabra descubre las cosas. Un ser humano no sabe lo que es sin el lenguaje, ¿cómo explicaría al médico qué es lo que le duele?”. Pero eso no quería decir que cualquier palabra generara por sí sola poesía, según explicaba ella misma con humor: “Hubo una época en que todos los poetas escribían versos a su mujer embarazada. ¡Pero chico, cuéntame todo eso tomando un café, no escribiendo un libro! Todo eso no tiene nada de extraordinario, ha ocurrido siempre”.
Los terrenos desconocidos que Uceda exploraba con sus zapatillas deportivas blancas eran las experiencias vividas y mundos posibles, lecturas y álbumes virtuales donde iba pegando todos los sonidos, las imágenes y las emociones que nos atraviesan… A su avanzada edad, en los últimos años se asomaba con naturalidad a la red social Facebook, en la que, decía con sorna, encontraba otro tipo de desconciertos.
Respecto a los nuevos rumbos del feminismo, esta mujer que salió de su país natal para encontrar también una plena realización y una libertad expresiva absoluta advertía: “Queda camino por recorrer, para la sociedad y para la propia mujer. A veces nuestras peores enemigas somos nosotras mismas”.
Los premios siguieron sucediéndose para ella: Premio de la Crítica en 2006, Autora del Año en Andalucía en 2013, Premio Internacional de Poesía García Lorca-Ciudad de Granada en 2019, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, otorgada por el Consejo de Ministros del Gobierno de España en 2021… Todos los recibió con gratitud y sobriedad, con el citado sentido de la estadística y sin la menor muestra de envanecimiento. Todos llegaban, quizá, cuando lo importante de su trabajo estaba ya hecho.
Del camino de humo, Zona desconocida, Hablando con un haya o Escritos en la corteza de los árboles fueron los últimos títulos de una producción rica y profunda, que sobrevivirá mucho tiempo a su autora. Será recordada por ella y también por su personalidad única, aquella figura menuda y genial, de la cabeza a los pies.
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