ENTREVISTA
Kirsten Sutherland, cooperante: “La crisis en Gaza no tiene precedentes, se está bombardeando a una población cautiva”

Kirsten, que reside en Sevilla junto a su familia desde 2010, posa delante de los mupis instalados en la Plaza de la Encarnación por la Diputación con los premiados en el Día de la Provincia.

Sara Rojas

Sevilla —
23 de mayo de 2025 06:00 h

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Kirsten Sutherland es una mujer escocesa de acento suave, pero convicción de acero. A los 14 años supo que quería ser cooperante. Y, desde entonces, ha dedicado su vida a una causa más grande que sus miedos: “Luchar contra la injusticia y por la paz”. En Palestina comenzó su “historia de amor” con el mundo de la ayuda humanitaria, a la que lleva entregada 25 años. Como sevillana de adopción, este viernes recibe una de las Medallas de Oro 2025 que la Diputación de Sevilla le ha concedido “por su valioso trabajo con el que contribuye a la acción humanitaria para el desarrollo y la construcción de la paz”, tejiendo puentes entre la acción institucional y la ciudadanía para multiplicar el impacto de cada gesto solidario.

Su vocación –que es lo mismo que su trabajo– la ha llevado a presenciar las crisis más dolorosas del planeta. Y cada vez que vuelve, lo hace con más compromiso si cabe. Hace tan solo dos semanas regresó de Palestina, donde compartió el sufrimiento con los gazatíes sin perder la esperanza. Su vida es un acto de valentía constante. Una valentía que no oculta el miedo, pero lo trasciende. Porque sabe que no hay otro camino para quien lleva la justicia como brújula. Kirsten es profundamente humana, tan sensible que sus recuerdos le arrancan lágrimas, y tan fuerte que esa sensibilidad no la detiene, sino que la impulsa. Habla desde el corazón, con la verdad de esas miradas que no necesitan palabras para transmitir esperanza.

La Diputación de Sevilla le ha concedido la medalla de la provincia por su compromiso en la lucha por la paz y su trabajo en cooperación internacional, ¿cómo ha recibido este reconocimiento?

Todavía no me lo creo... [se detiene por las lágrimas] Hay muchísimas personas además de mí que se juegan la vida todos los días para realmente poner en marcha las respuestas humanitarias. En primer lugar, las personas en primera línea, que son las que trabajan con organizaciones locales. Son realmente ellos quienes merecen este tipo de reconocimiento. Dicho esto, estoy superorgullosa de que mi provincia de adopción reconozca mi labor. Me siento superhonrada.

Además de su compromiso, la Diputación provincial ha valorado que el impacto de su trabajo haya sido destacado por múltiples testimonios de colegas y personas atendidas. ¿Cuál diría usted que ha sido el mayor impacto de su trabajo en estos 25 años de cooperante? 

Creo que hay tres cosas que podría mencionar. La primera es la defensa de los derechos de las mujeres, sabiendo que las mujeres y las niñas suelen ser desproporcionadamente afectadas por las crisis humanitarias y, sin embargo, son agentes poderosas con fuerza y capacidad de transformación en los contextos humanitarios. El segundo es la localización de las respuestas humanitarias y dejar al lado esa imagen del personal humanitario como salvadores blancos. Porque las personas que realmente están haciendo el trabajo, y como he dicho, se juegan su vida todos los días, son las personas en los contextos mismos afectados por crisis humanitarias. Y la tercera es poner a las personas en el centro de las respuestas humanitarias. Todo lo que hacemos debería ser al servicio de las personas y no al servicio de otros intereses y otros actores.

Quienes la conocen dicen que, a pesar de haber presenciado las crisis más dolorosas del planeta, cada vez vuelve con más compromiso que antes. ¿Cómo mantiene viva esa llama después de haber visto tantas atrocidades?

Creo que es precisamente el contacto con las personas afectadas por las crisis. Y ese sentido de solidaridad que sale en ese momento. Y pensar que si yo estuviera en el peor momento de mi vida pasando cosas impensables, me gustaría que otras personas del mundo se levantaran en solidaridad conmigo. Y luego el poder y la energía que transmiten las personas en esos contextos, a pesar de todo lo que sufren. Para mí es una fuente de inspiración y y fuerza.

Entre otras crisis, ha estado volcada con Palestina, ¿cuál es su relación con este territorio?

Mi vida no sería la que es y yo no sería quien soy sin mi conexión con Palestina. Cuando llegué allí por primera vez, sin conocer nada de ese territorio, la primera cosa que sentí al salir del avión era una sensación de estar en casa. Algo muy tangible. Fue una experiencia personal, educacional, profesional, de aprendizaje extremadamente intenso. Y las veces que he vuelto he sido acogida con amor, con cariño. No paro de aprender de mis compañeros y compañeras palestinas. Todo lo que he vivido y revivido en ese sitio ya es algo que no puedo separar de mí.

Volvió hace dos semanas de Palestina, ¿cómo ha vivido la evolución del conflicto desde que Israel lanzó su represalia sobre Gaza en octubre de 2023?

Muy mal. Muy mal. Y eso que esta última vez estuve en Cisjordania, no en Gaza. Pero todo el mundo está superafectado, devastado, desgarrado. Y no solo en la parte palestina, sino también en la israelí. Todo el mundo está sin esperanza y sin entender cómo puede estar pasando esa barbaridad.

Uno de los episodios más incomprensibles se vivió precisamente el pasado fin de semana, cuando Europa celebraba la final de Eurovisión, de la que Israel fue protagonista, mientras aviones israelíes continuaban bombardeando Gaza. ¿Cómo vivió esa desconexión entre la cultura popular y la realidad del conflicto?

Me genera una disonancia cognitiva muy fuerte. Es que es algo que no puedo entender. Entiendo que esa cantante israelí que pasó por una experiencia muy fuerte, a nivel artístico, tenga legitimidad para cantar sobre eso, pero que se celebre de esta forma y que sea utilizado como herramienta política me parece bastante asqueroso. Y me pregunto qué refleja de nuestra sociedad cuando somos capaces de hacer esa desasociación en este contexto de genocidio.

Una de las herramientas que España puede poner en marcha para no ser cómplice de lo que está pasando en Palestina es suspender cualquier relación comercial con Israel

¿Cómo valora la posición de España frente al conflicto?

Tengo cierto orgullo de vivir en España y de trabajar con una organización española [Alianza por la Solidaridad] por la posición relativamente valiente que ha tenido España con respecto a lo que está pasando. Pero también creo que España tiene a su alcance varias herramientas que podría utilizar para estrechar la presión sobre Israel. No se entiende que Israel llame a la embajadora española por lo que pasó en Eurovisión, pero España no llama al embajador de Israel para que dé explicaciones sobre lo que está pasando en Gaza. Es el mundo al revés. Se ha mostrado valiente, pero puede hacer mucho más a nivel político.

¿Por ejemplo?

Una de las herramientas que España tiene a su disposición y que puede poner en marcha para no ser cómplice de lo que está pasando en Palestina es suspender cualquier relación comercial con Israel, particularmente en el ámbito de las armas.

¿Por qué la respuesta internacional ha sido tan diferente en el caso de Palestina comparado con el conflicto en Ucrania? Europa respondió de manera mucho más contundente contra Rusia.

Yo también he trabajado en la respuesta a la crisis en Ucrania y a nivel humanitario hemos visto una respuesta del público muy distinta. A pesar de toda la solidaridad que se muestra a Palestina, por la naturaleza politizada del origen de la guerra actual, no ha habido esa ola de solidaridad que vimos con Ucrania. La de Ucrania ha sido la respuesta humanitaria mejor financiada de todos los tiempos con respecto a otras crisis y refleja algo de los dobles estándares que tenemos como ciudadanía y a nivel político: somos capaces de solidarizarnos con gente blanca culturalmente más cercana a nosotros versus gente marrón que está sufriendo objetivamente más. En el mundo humanitario tenemos indicadores objetivos para medir el impacto y la severidad de las crisis, porque hay recursos limitados y se necesitan unas herramientas para poder priorizar el uso de los recursos. De este modo sabemos que la crisis en Ucrania no es la peor del mundo. Es la crisis en Sudán, según criterios objetivos, y no se escucha a nadie hablar de Sudán.

Según esa escala, ¿en qué posición se encuentra la crisis de Gaza?

Tampoco está entre las peores crisis del mundo si hablamos del número de personas afectadas, porque al final Gaza y Cisjordania son territorios pequeños. Pero es cierto que la crisis en Gaza tiene unas características muy específicas que hacen que sea algo sin precedentes en el mundo humanitario y en el mundo en general. Porque es una población cautiva, que no tiene salida, que depende totalmente de la ayuda externa y que está siendo bombardeada en su cautividad.

¿Es suficiente la ayuda humanitaria que está recibiendo Palestina?

Para nada. Esta semana el gobierno israelí anunció que iba a reanudar la entrada de asistencia humanitaria en Gaza y dejó entrar nueve camiones de asistencia pertenecientes a Naciones Unidas. Es un número irrisorio. Es un gesto que a la vez es patético y cínico porque hay una población que está al 100% en riesgo de hambruna. No estamos hablando de inseguridad alimentaria. Estamos hablando de hambruna forzada. Entonces dejar entrar nueve camiones cuando antes de la guerra entraban entre 300 y 600 camiones al día no merece siquiera un comentario. Es de cínico. Todo eso que dice Netanyahu de la apropiación de la asistencia humanitaria por parte de Hamás es humo para distraer la atención de lo que realmente está pasando. Porque ni mi organización ni los otros actores humanitarios en Gaza hemos experimentado esa supuesta apropiación de la ayuda por parte de Hamás. Se puede tener cualquier opinión sobre Hamás, pero sigue siendo un movimiento cercano a la gente y sabe que apropiarse de la ayuda humanitaria cuando la gente está desesperada sería una ruina para ellos.

Esa cortina de humo, ¿qué es lo que está tapando?

Es un espejismo de Israel para intentar crear un sistema alternativo humanitario que no cumple para nada con los principios humanitarios de independencia, neutralidad e imparcialidad. Es un intento de controlar quién recibe asistencia, cuándo, dónde y por parte de quién. Y de quitarse de encima la inconveniencia de los actores humanitarios internacionales que han sido muy vocales, quizás no todo lo que deberían haber sido, pero han sido muy vocales sobre lo que está pasando en Gaza.

Hacerse con el control a costa de miles de vidas.

Sí, porque es la cosa más ridícula que he escuchado en mi vida. Que va a haber cuatro puntos de distribución de ayuda controlada por un subcontrato privado y con ayuda distribuida por una organización de nueva creación que no cumple con los estándares mínimos humanitarios. Este sistema paralelo sigue criterios que son peligrosos para la gente y para los trabajadores humanitarios. Obliga a la gente a andar muchos kilómetros para recibir una caja de comida, sin transporte y en un contexto apocalíptico. Es totalmente inviable. Es una locura. Quiere públicamente mostrar que está haciendo todo para atender a las necesidades humanitarias de la gente, pero de la forma más ilógica del mundo. O sea, tiene un sistema humanitario en su sitio que funciona, que lleva ahí años trabajando con actores locales y el problema es que no se está dejando trabajar a ese sistema.

Me imagino que eso produce mucha frustración en las organizaciones que lleváis años trabajando sobre el terreno.

Sí, es una impotencia total durante todo este proceso. Estamos haciendo lo que podemos. Sobre todo, son los actores locales quienes están haciendo todo lo que pueden y siguen trabajando a día de hoy, a pesar de las terribles circunstancias que están viviendo. No sabemos hasta cuándo podrán aguantar. A gran escala, hay muchas asociaciones que han parado porque no hay harina, no hay gasolina, etcétera, etcétera... Pero a pequeña escala, que es la escala que nosotras trabajamos, milagrosamente de la nada alguien ofrece una vaca para sacrificar y se hacen comidas calientes, o se encuentran sacos de harina para distribuir a mujeres para hacer pan. Todavía se pueden hacer cosas, pero obviamente no es suficiente.

¿Qué papel están jugando las mujeres en el conflicto? 

Cuando estuve en Gaza el año pasado, conocí a mujeres superpotentes. Mujeres voluntarias que habían perdido todo y habían sacado la fuerza y la resiliencia para ponerse a liderar comités informales de gestión en los campamentos de personas desplazadas. Se dedicaban a identificar las necesidades y en darles respuestas, participando en la distribución de kits, la provisión de servicios, la realización de sesiones de sensibilización sobre enfermedades transmisibles. Por ejemplo, una mujer que vivía en la parte este de Gaza había perdido su casa, su hijo había sido asesinado y se había encontrado un campamento de personas desplazadas en el centro de Gaza y se había convertido en la lideresa extraoficial de ese campamento. Aprovechando sus contactos personales y profesionales, logró traer servicios de las organizaciones locales e internacionales al campamento. Y como había sido profesora antes de la guerra, había montado una escuela informal para los menores. Con ella entramos en una clase de niñas adolescentes que nos contaban cómo estaban viviendo esa situación y sus aspiraciones para el futuro que eran: “Solo quiero vivir mi vida en paz”; “Quiero volver a mi dormitorio”; “Quiero volver a mis peluches”... A mí, como madre, me llegó al corazón.

Aspiraciones muy diferentes a las que tienen las adolescentes en occidente...

Sí... Es algo que me sorprendió en Gaza en general. Yo esperaba encontrar a la gente muy desesperada, frustrada, enfadada. Y encontré, obviamente, a gente desesperada y frustrada, pero no escuché en ningún momento ninguna expresión de odio ni hacia la comunidad internacional ni hacia los israelíes. Lo que escuchaba era “solo queremos vivir en paz, queremos volver a nuestras vidas, queremos volver a nuestras casas y nuestros seres queridos”. Eso es lo único que quieren.

Se estima que en Gaza han muerto más de 180.000 personas a causa de la guerra, ya sea en bombardeos o de forma indirecta

¿Confían en que la comunidad internacional pueda detener esta guerra?

Sabemos que hay un actor en particular que es el único que puede poner fin a esta guerra, que es Estados Unidos. Y creo que es imposible que termine esto sin intervención internacional, porque hemos visto que el Gobierno israelí ha manipulado todo su sistema legal para mantenerse funcionando y no hay nada que pare aquello, ni las manifestaciones semanales de la sociedad israelí, ni la poca presión que ha recibido externamente. La comunidad internacional es la única esperanza que hay.

Si la comunidad internacional no interviene, ¿qué esperanza le queda a usted y a todos los gazatíes de que esto acabe?

Es muy fácil quedar sin esperanza. Todos los días hay que hacer un ejercicio de generar energía para afrontar el día con todas las cosas terribles que pasan. Y eso yo, que soy una privilegiada que solo lo experimento de forma vicaria. Pero cuando estoy allí veo pequeños espacios de esperanza. Por ejemplo, la última vez que estuve allí, todas las tardes daba un paseo hasta un espacio compartido por palestinos e israelíes judíos. Allí no pensarías que estuviera pasando lo que está pasando, porque es un espacio pacífico, compartido, donde todo el mundo es respetuoso y todo el mundo disfruta de ese espacio. Entonces ese tipo de experiencias te da la esperanza de que realmente no es un problema entre personas lo que pasa ahí, porque las personas son capaces de vivir en paz, sino que es un problema profundamente político y son los líderes políticos los que están fallando a su gente en ambos lados. Así que tenemos que agarrarnos a la esperanza sea como sea, porque imaginar que este horror humano puede alargarse meses o años... es impensable.

¿Hasta cuándo se podría aguantar?

Una cosa es la resistencia en cuanto al acceso a asistencia material y otra es la resistencia emocional de la gente. La gente me contó que no tienen otra opción que seguir resistiendo y seguir siendo resilientes, aunque lo único que querrían sería derrumbarse en el suelo porque no pueden más. Y esos son los mensajes que intercambio con mis compañeras todos los días: “Estoy aterrorizada. Estoy llorando sin parar porque solo pienso en que mis niños van a morir en esto y no puedo más, pero tengo que mantenerme en pie porque es lo único que puedo hacer”.

Y con respecto a los recursos materiales, hay estudios que se hacen cada día para documentar los stocks que hay en el mercado local, en los almacenes. Pero eso fluctúa cada día. A principios de semana estábamos ante el riesgo de que cientos de personas empezaran a morir de hambre porque no había alimentos en el mercado local y, días después, tuvimos la noticia de que se iba a dejar entrar un poquito de ayuda, lo justito para que la gente no muera.

¿De cuántas víctimas estamos hablando?

Es cierto que las personas que mueren de hambruna no se contemplan en las cifras sobre personas asesinadas durante la guerra. Esas cifras hablan de personas que mueren durante bombardeos, pero no se contempla, por ejemplo, el padre de mi compañera que falleció porque al huir al principio de la guerra, olvidó su medicación para hacer frente a una enfermedad crónica. Ese tipo de muertes, toda la gente que ha muerto por no recibir su tratamiento oncológico, entre otros casos, no se contabiliza en las cifras de víctimas. Si contabilizamos a esa gente, se estima que han muerto más de 180.000 personas a causa de la guerra, ya sea en bombardeos o de forma indirecta, que en realidad es muy directa.

¿Cómo se debe complementar la acción gubernamental con la labor que desempeñan las ONG en contextos humanitarios?

Con la financiación. Sabemos bien que hay una crisis muy profunda en el sector humanitario, que está siendo desmantelado. Hay una crisis de financiación que hace que Naciones Unidas vaya a tener que contraerse un 25% en cuanto a su estructura y a las personas que atiende a través de sus programas. Eso lo sentimos también las organizaciones internacionales porque a nivel europeo varios gobiernos han bajado la financiación para ayuda oficial para el desarrollo, para destinar ese dinero a gasto militar. No entiendo por qué siempre tiene que ser la cooperación el primer punto de hacer recortes para poder atender a otras políticas.

El presupuesto del Gobierno andaluz para cooperación internacional ha ido bajando a un ritmo muy alarmante a lo largo de los últimos años

Esos recortes se producen a todos los niveles, no solo europeo, ¿no?

Sí, por ejemplo, en la ciudad de Sevilla. Para poder aprobar los presupuestos municipales, el acuerdo de PP con Vox ha implicado un recorte a la política de cooperación internacional, especialmente castigando a las organizaciones que trabajan en Palestina. En un momento como este no se entiende cómo se utiliza la cooperación como arma ideológica. No hablamos de política o de dinero, sino de las vidas de personas.

También el presupuesto de la comunidad autónoma para cooperación internacional y para acción humanitaria ha ido bajando a un ritmo muy alarmante a lo largo de los últimos años. Y eso que la Agencia Andaluza de Cooperación fue líder en la política de cooperación y en la acción humanitaria durante años, cuando en el resto de España estaba siendo muy castigada esa política. Ahora nos toca a nosotros sufrir ese castigo.

¿Y eso es una cuestión de prioridades de cada gobierno?

Pues sí, porque hemos visto que con los presupuestos más grandes de la historia de la comunidad andaluza, año tras año se recorta el presupuesto para cooperación. Es una política muy valiosa, no solo en cuanto al impacto que tiene sobre las vidas de las personas, sino en cuanto a la visibilidad y la marca andaluza en el exterior. Si tú vas a Palestina, todo el mundo conoce a la Junta de Andalucía y a la Agencia Andaluza de Cooperación debido a que ha tenido mucha visibilidad a lo largo de los años en Palestina. Pero eso ahora se está perdiendo.

La ayuda humanitaria se convierte en hoja de parra para tapar la falta de acción política

¿Cree que esa labor de la ayuda humanitaria está lo suficientemente valorada por las instituciones y la sociedad en general?

Creo que los cooperantes seguimos siendo bichos raros para la sociedad y la gente suele pensar que somos voluntarios, que hacemos esto de forma altruista, cuando es una vocación y una profesión a la que se puede dedicar tu vida. Pero, en general, creo que la sociedad andaluza es una sociedad supersolidaria. Lo hemos visto con la crisis en Ucrania, el terremoto en Marruecos, el terremoto en Siria... No paran de llamar personas a nuestras sedes para preguntar cómo pueden ayudar. Y me resulta muy conmovedora esa expresión de solidaridad, que al final es un mandato recogido en el Estatuto de Autonomía, la solidaridad entre pueblos. Me pregunto si nuestros líderes políticos son capaces de expresar el sentido de la gente cuando hace esos recortes. Porque la cooperación es algo muy priorizado por la gente a nivel de España y de Europa, pero existe un desequilibrio en cuanto a cómo se traduce eso en el presupuesto que se dedica a esa política.

¿También por parte del Gobierno de España?

Creo que España es ahora mismo un bastión en Europa en cuanto al presupuesto dedicado a cooperación. No ha crecido de la forma que estamos esperando ni de la forma prometida por el Gobierno, pero en cuanto a no aplicar recortes, es como una isla ahora mismo en Europa. Y eso es algo que hay que poner en valor. Las personas en palestinas agradecen mucho la ayuda que llega, pero todos sabemos que a las crisis humanitarias en gran medida, al menos las provocadas por conflictos, solo hay soluciones políticas. Entonces a veces la ayuda se convierte en hoja de parra para tapar la falta de acción política. Eso es lo que ha pasado en Palestina durante muchos años y hemos visto que esa forma de proceder es totalmente insostenible. Se necesita ayuda, pero se necesita más que otra cosa acción política.

Y eso es lo que echan en falta hoy.

Es el único camino. Sabemos que no va a haber una resolución militar de esto. Y para poner fin a la guerra solo hay un camino político.

Toda su vida se ha dedicado a defender valores como la justicia, la tolerancia, la empatía... ¿Cuál diría que es el que más falta hace en la sociedad actual?

Creo que lo que más hace falta es igualdad y deshacernos de las relaciones y dinámicas de poder en nuestro mundo que hacen que mantengamos a ciertos países y ciertas sociedades en una posición de poder, a costa de la posición de otras personas, de otros países y otras sociedades. Tenemos que explotar esto por los aires para que podamos vivir en un mundo más igualitario, mejor para todos.

Después de haber visto tanto horror, atrocidades, ¿qué le impulsa a seguir trabajando en contextos tan crudos y dolorosos?

Es mi vida. No me planteo dejarlo, aunque sepa que tengo una probabilidad media-alta de morir y conviva con el miedo. En Ucrania, que también es un país en guerra, no sentí miedo porque hay muchas medidas de seguridad para protegerse. Pero como en Gaza no hay ningún lugar seguro, experimenté mucho miedo. Lloré sin parar en el autobús de camino a casa pensando en que podría morir y no volvería a ver a mis hijos. Pero al llegar a la frontera me estabilicé y ya cuando entré, todos los bombardeos, los drones, las bombas se convierten en un ruido de fondo. Y tú ves a la gente allí que presta atención durante un segundo y vuelve a lo que estaban haciendo antes. Y esa capacidad de tirar adelante con la vida a pesar de las circunstancias excepcionales, te da también la fortaleza mental y emocional para sobrellevarlo. Reconozco que esto distorsiona un poco mi perspectiva sobre la vida porque a veces cuando mis niños se quejan por algo y les digo: “Mira, no te va a caer una bomba encima. Tienes cama, tienes casa, tienes todo”, sé que es algo que no reconforta mucho a un adolescente.

A pesar de todo lo vivido, ¿le queda espacio para la esperanza?

Lo que me da esperanza y hace que no caiga en un agujero negro en ese mundo a veces tan feo en el que vivimos es el espíritu de la gente con la que trabajo. Y la resiliencia y las sonrisas y la risa de la gente que está viviendo cosas que no podemos siquiera imaginar, pero son capaces de reír, de sonreír, de hacer chistes y de sacar sus vidas hacia delante. Y creo que es un ejemplo poderoso para todos. Sería muy frívolo para mí caerme en la depresión sabiendo que hay gente que realmente lo está pasando mal y son capaces de seguir viviendo. Lo que me mueve es algo porque pienso que todos llevamos por dentro: el deseo de apoyar a personas que están pasando por el momento más difícil de su vida. La injusticia es algo intolerable y creo que tenemos que luchar todos contra la injusticia y por la paz. La esperanza que tengo es que hacer todo este trabajo al final nos va a llevar a la paz, la justicia y la igualdad. Esa es mi única aspiración.

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