“Me indigna que no solucionen las cosas sencillas de arreglar”. Manuel Cruzado, de 63 años, es una persona con discapacidad visual absoluta pero él prefiere que le llamen “ciego”. “No tengo capacidades diferentes ni diversidades funcionales ni sensoriales ni nada de eso. Tengo una carencia, la más importante: no veo. Dejémonos de historias”, suelta nada más empezar.
Manuel cree que hay “mucho postureo” en relación a las personas con alguna discapacidad como él, desde los puntos de vista “político, social y hasta empresarial”. Su forma de afrontar la vida, con alegría a juzgar por el tiempo pasado con él, se podría resumir en una frase: “Prefiero que me llamen ciego pero que a las latas de bebida les pongan una marquita para diferenciarlas y no tenga que abrir tres hasta que acierte con una de cerveza”.
Sentado en la cocina de su casa, la sonrisa blanquísima en contraste con las gafas negras, Manuel lamenta que la eliminación de las barreras y la accesibilidad, algo básico para el día a día de una persona con ceguera, no esté presente en el discurso político a unas semanas de las elecciones generales. Es consciente de pertenecer a “una minoría”, pero no entiende bien por qué esas cuestiones “no se usen para ganar votos o simplemente para ayudar a un grupo de ciudadanos”.
“No hay un interés real, casi siempre es postureo”, remacha este sevillano, nacido en Los Palacios pero que desde muy pronto creció en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Datáfonos digitales, vitrocerámicas sin mandos centrales o webs inaccesibles dificultan sus vidas: “La gente no se da cuenta. Sin maldad en general, pero hay falta de sensibilidad con los ciegos... ¿O tú le vas dando el pin de tu tarjeta a tus amigos?”, bromea recordando cuando en un bar de Rota (Cádiz) se le ofreció pagar en una TPV totalmente digital. “Y si vengo solo, ¿te digo a ti el pin?”, le contestó al camarero. “Eso no es facilitar la vida, es trato discriminatorio. Eso no es moderno, es una mierda”.
“No queremos tener ventajas, pero tampoco desventajas”
Pasar tiempo con Manuel –Manolo para sus amigos– es percibir que hay muchas realidades que dificultan la vida de las personas invidentes. “No queremos tener ventajas, pero tampoco desventajas”, defiende. En la calle, con ayuda de su bastón, se mueve bien aunque la llama “la selva”, con “lianas” que le ayudan, sobre todo de un tiempo a esta parte con la proliferación de pavimentos con relieve, semáforos sonoros o botoneras de ascensor en braille, por ejemplo. Son rutas, en mayor medida, entrenadas y practicadas previamente, puntualiza, porque desplazarse en solitario supone un punto de dificultad. Bien lo sabe de sus habituales traslados en autobús hace ya años entre Cádiz, Sevilla y Granada, que repasa en la conversación con elDiario.es Andalucía.
La limitación evidente de Manuel, que sufre ceguera total desde los 19 años, no le impide hacer muchas cosas, aprovechando además que lleva casi diez años jubilado de la ONCE. Desde primera hora de la mañana, después de tomarse un café, este escultor comienza a crear figuras y belenes. Su manera de entrar en la Escuela de Arte merece capítulo aparte. Fue hace tiempo, cuando lo compaginaba con el tándem, otra de sus aficiones, compitiendo por España con su amigo David.
También probó con el aeromodelismo junto a uno de sus dos hijos. Con fama de 'manitas' entre sus más cercanos, relata cómo en una ocasión se rompió una pieza de un helicóptero y acudió a la tienda, donde recibió la enhorabuena del vendedor ante su destreza con los componentes del aparato: “Es la primera vez que conozco a un indigente que sabe tanto de helicópteros”. Como no podía ser de otra manera, desde entonces para sus amigos es Manuel 'el indigente'.
El problema más gordo para nosotros es, aunque suene paradójico, la tecnología. Yo no quiero que inventen una cámara para ver. Quiero que nos hagan la vida más fácil, simplemente
Además de todo esto, sale a navegar en su barco de vela por la Bahía de Cádiz. “Qué día de navegación, Luis”, le comenta a su amigo, con quien presume de las dos albacoras que logró pescar.
“A mí la vitrocerámica digital no me sirve de nada”
Se reconoce votante de izquierdas y anima a la clase política a “concienciarse de verdad de los problemas” a los que se enfrentan cotidianamente las personas ciegas. “Prefiero que no me llamen discapacitado sensorial pero que me pueda casar sin autorización médica”, dice en referencia a una modificación del Código Civil de 2016 que pudo salvarse a tiempo pero que “ocurrió hace dos días”. “Yo lo único que pido es que la vida se nos haga más fácil. No nos discriminéis innecesariamente. A mí la vitrocerámica digital no me sirve de nada”, protesta, “ni una Thermomix de las nuevas, sin botones, porque te intento hacer un gazpacho y seguramente me salga un puchero”.
“El problema más gordo para nosotros es, aunque suene paradójico, la tecnología”, dice recordando lo que le pasó con aquel TPV. Unos días después, por cierto, volvió al mismo bar y le acercaron esta vez el TPV de las teclas de goma, que puede utilizar sin problema. “Yo no quiero que inventen una cámara para ver. Quiero que nos hagan la vida más fácil, simplemente”.
“La tecnología nos ha abierto un mundo, por ejemplo con los audiolibros. Nos da mucho, pero también nos quita mucho. No es que no se pueda adaptar a nuestra circunstancia, sino que no se nos tiene en cuenta. De boquilla todos nos respetan, pero la realidad de las cosas es mejorable. Y la discapacidad no es exclusiva de unos cuantos. Nadie está libre de serlo. No es cuestión de tecnología, sino de demanda. Si hubiera millones de ciegos, sería otra cosa. No hay un interés real”, apunta.
El PSOE quizás sí haya hecho cosas, y el PP también, pero la foto es una condición de los políticos. Eso sí, si le dieran a Vox la cartera de Servicios Sociales, ¡que dios nos coja confesados!
Manuel se desplaza con cuidado en su casa, que comparte con Amelia. Por la calle se ayuda de su bastón con las prudencias lógicas. Algún patinete en medio de la acera y alguna bici pasando demasiado rápido por el carril bici “aumentan los riesgos”, reconoce. “Hay poco control en esas cosas. La gente no piensa en que pueda molestarme, no se da cuenta, es lógico porque somos una minoría”, insiste. “Hay que concienciarse de verdad de ciertos problemas, haciendo cosas mano a mano con las asociaciones, y que los políticos se impliquen. Está muy bien que haya un día sin música en la 'calle del infierno' de la Feria, pero hay que ir más allá”, reflexiona.
Más sensibilidad
De padre carpintero, Manuel moldea unas figuras en su pequeño taller mientras habla de la posición de los políticos frente al tema de la discapacidad: “No estamos hablando de darle la vuelta a la economía, sino de tener más sensibilidad”, se queja. Y aclara que, para él, “influye más la persona que las siglas de un partido”. “El PSOE quizás sí haya hecho cosas, y el PP también, pero la foto es una condición de los políticos. Eso sí, si le dieran a Vox la cartera de Servicios Sociales, ¡que dios nos coja confesados!”, sentencia.
De sus inicios como escultor recuerda que no le resultó fácil, no por el hecho en sí sino por los trámites para poder siquiera empezar a aprender. Para entrar en la Escuela de Arte le obligaban a hacer un dibujo, aparte de la prueba de modelado, pero “los ciegos no podemos dibujar y me negué a hacer un monigote como me insinuaron que hiciera”. Tuvo que ser en Jerez, finalmente, donde “fueron más sensibles” y me admitieron. Allí fue “uno más, aunque diferente”, alejado del “ambiente protegido” de los centros de la ONCE en los que trabajó en varios puntos de Andalucía.
Manuel no quiere parecer que está “en el chiste o en la broma” todo el rato, pero sus reflexiones “responden a realidades”, asegura. “Yo no estoy tan capacitado como tú, partamos de ese punto y dejémonos de chorradas. Puedo ser tan feliz, o más, que cualquiera, pero no tengo las mismas capacidades. Soy ciego y no veo”. Lo único que pide es sentirse como en aquella Escuela de Arte de Jerez: sentirse reconocido diferente, pero aceptado, integrado. “En un mundo que no estaba preparado para que yo estuviera confortable, pero donde me hicieron sentir muy bien”. Así se lo traslada a la clase política: “sensibilidad” ante los “ciegos” para que su vida “sea más fácil”.
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