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El binomio fantástico
Nunca he querido impartir talleres de escritura. Ya hago bastantes cosas y esta no la veía necesaria. No lo achaco exactamente al síndrome de impostora; creo que lo mío es más un síndrome de alumna novata, alumna novata impostora para ser exacta. Lo cierto es que me pone nerviosa que alguien espere que yo sepa hacer algo bien. A cualquiera que me pregunta sobre cualquier tema suelo ponerle las expectativas muy bajas: canto fatal, me pone nerviosa hablar en público, se me da fatal cocinar, el sexo o las plantas. Más que un rasgo de humildad diría que es pura cobardía, así siempre cabe sorprender.
Pero este año, el Centro Andaluz de las Letras vio conveniente contar conmigo para impartir talleres de narrativa a un grupo de jóvenes en Mollina, Málaga. Tendría que retirarme de mi vida una semana en julio y lidiar con talentos selectos y con sus capacidades en punto óptimo. Me vi diciendo sí, la Bathory intelectual que habita en mí se emocionó con el entusiasmo y la frescura que acertadamente presuponía a este alumnado.
Sacrificaba parte de mis vacaciones, pero como decía un buen amigo, las vacaciones a nuestra edad no son para disfrutar, a lo que añadía, las vacaciones son para estar con la familia. En este caso, mis vacaciones serían para trabajar. Porque puede que tengas varios trabajos o actividades, pero las vacaciones no se acumulan. De hecho, en el caso más idóneo se solapan y en el peor se neutralizan.
Por la tarde, en un descanso del taller, comencé a sentir una sensación que se me hacía muy lejana y extraña. ¿Eso que notaba era calma? Resulta que estaba relajada y, aún más, que estaba allí y solo allí
Así, neutralizada, llegué el lunes. Había preparado concienzudamente las actividades, algunas más académicas como la construcción del relato y otras más lúdicas como el binomio fantástico. Sin embargo, por la tarde, en un descanso del taller, comencé a sentir una sensación que se me hacía muy lejana y extraña. ¿Eso que notaba era calma? Resulta que estaba relajada y, aún más, que estaba allí y solo allí. Cuando me percaté, llevaba más de una hora leyendo la nueva novela de Lorrie Moore y ¡sin alarma! No había otro sitio al que ir después, nadie con quien quedar ni otra cosa que hacer.
Eso debe ser a lo que se refieren los demás con estar en paz, aunque estaba trabajando y quizás por esa razón la sensación era aún más plena, porque no había resquicio de culpa por la pérdida de tiempo, es decir, de productividad. Quizás hoy en día el binomio fantástico sea vacaciones y descanso. Tanta fue la relajación que mi cuerpo no tardó en sumarse a la fiesta y también paró. Cómo le gusta a nuestras amígdalas, nuestro estómago o lumbago pillarnos en vacaciones y hacernos suyos. Pero bendito centro de salud y farmacia de Mollina que me han mantenido a flote a base de la química.
Sin apenas voz, mis talleres toman un aire de ritual donde escucho más que hablo. Poetas, cuentistas, filósofos y novelistas, jóvenes que anoche, en la pista de tenis, entre conversaciones sobre literatura, cine o tarot, también celebraban la noticia de la acogida de los casi 400 menores migrantes; quien sabe si el año que viene alguno se ganará una plaza en estos cursos de verano. Yo me limito a comentar sus textos, señalar aciertos, leerles cuentos y contarles batallitas. Ellos y ellas, a cambio, me dan esperanza y una respuesta rotunda a quienes, en un ejercicio torpe y perezoso, pretenden unir, en un binomio absurdo y malintencionado, la palabra juventud con cualquier atributo despectivo.
Yo asocio sus textos con sus nombres, me los prendo, 35 nombres desde la A a la S, porque estoy segura de que en unos años veré una portada y diré: ¡Lo sabía!
Nunca he querido impartir talleres de escritura. Ya hago bastantes cosas y esta no la veía necesaria. No lo achaco exactamente al síndrome de impostora; creo que lo mío es más un síndrome de alumna novata, alumna novata impostora para ser exacta. Lo cierto es que me pone nerviosa que alguien espere que yo sepa hacer algo bien. A cualquiera que me pregunta sobre cualquier tema suelo ponerle las expectativas muy bajas: canto fatal, me pone nerviosa hablar en público, se me da fatal cocinar, el sexo o las plantas. Más que un rasgo de humildad diría que es pura cobardía, así siempre cabe sorprender.
Pero este año, el Centro Andaluz de las Letras vio conveniente contar conmigo para impartir talleres de narrativa a un grupo de jóvenes en Mollina, Málaga. Tendría que retirarme de mi vida una semana en julio y lidiar con talentos selectos y con sus capacidades en punto óptimo. Me vi diciendo sí, la Bathory intelectual que habita en mí se emocionó con el entusiasmo y la frescura que acertadamente presuponía a este alumnado.