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La jungla del taxi

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Madrid, sábado noche. Centro de la ciudad. Terminas de cenar en un restaurante o de tomar una copa en un bar. Sales a la calle con tu pareja o tu grupo de amigos. Miras hacia tu izquierda y, voilá, en apenas dos o tres minutos ves venir un taxi con la luz verde. Levantas la mano, te subes e indicas tu dirección para poner rumbo a casa.

Esta escena, que podría parecer el arranque de una película o una serie, es un hecho normal en la vida ordinaria de la capital de España, excepto en fechas contadas como los días previos a la Navidad por la concentración de comidas de empresa y amigos en las mismas noches. Lamentablemente, en Sevilla, algo así parece la mayor de las veces fruto de un relato de ficción.

Confieso que, tras 26 años viviendo en Madrid, es de las cosas que más echo de menos. La disponibilidad del servicio de taxi, que en Sevilla es sensiblemente inferior. Al menos, esa es mi experiencia. Cuando salimos ahora, nos suele costar una enormidad encontrar un taxi en la calle, independientemente de la hora del día. En las paradas, la mayoría de las veces no hay. Es más habitual ver gente esperando taxis en la parada que al revés. Plaza Nueva, Gran Plaza, Los Lebreros, Altozano… Lugares diversos y dispersos en los que he tenido esa experiencia recientemente. ¡He llegado a ver colas de clientes esperando un vehículo en la estación de Santa Justa! Y si tienes prisa tampoco sirve de mucho intentar usar alguna aplicación para contratar un viaje.

Y ha sido igual en las visitas continuadas que hemos hecho a la ciudad en los años que estuvimos viviendo fuera. Visitas que en la mayoría de ocasiones coincidían con festividades y puentes, con lo que siempre he experimentado cómo esa sensación de falta de taxis se agudiza en Navidades, Semana Santa, puentes o, qué puedo decir, en Feria.

Los taxistas lamentan la competencia de los VTC, un modelo que a mí no me agrada porque no está suficientemente regulado y sus tarifas oscilan entre las ofertas difíciles de creer y los precios elevadísimos cuando hay más demanda que oferta. Capitalismo lo llaman

En Madrid las paradas siempre tienen taxis esperando a los clientes. Y en estaciones o aeropuertos son decenas los coches que esperan la llegada de viajeros, especialmente en horas punta. Del aeropuerto de Sevilla casi prefiero ni hablar. Los habituales de San Pablo han logrado recientemente incluso alejar la parada del autobús de la salida de la terminal. Lamentable.

¿Cómo se resuelve este problema? Evidentemente, con más licencias. Según cifras de 2019 del INE, Sevilla dispone de 2,81 taxis por cada 1.000 habitantes. Es la menor ratio de las cuatro grandes capitales españolas, superada por Valencia (3,59) Madrid (4,85) y Barcelona (6,49). Un dato que empeora la compleja movilidad urbana, habida cuenta de que la nuestra es, de lejos, la capital con peor red de metro de todas, si es que se le puede llamar red.

Los taxistas lamentan la competencia de los VTC, un modelo que a mí no me agrada porque no está suficientemente regulado y sus tarifas oscilan entre las ofertas difíciles de creer y los precios elevadísimos cuando hay más demanda que oferta. Capitalismo lo llaman.

Insisto. La solución pasa, por tanto, por aumentar el número de licencias y de taxis en la calle. Que haya más oferta para una demanda que se percibe notablemente desatendida. Pero, para eso, hay que compartir el pastel. Y parece que los taxistas no están muy por la labor. Ni el Ayuntamiento (ni este gobierno ni los anteriores) está muy dispuesto a dar la batalla.

El sistema en la capital es perverso. No sólo existe un problema para que haya más vehículos en la calle, sino que el propio traspaso es complicado. Hay una lista oficial de interesados en ceder su taxi a otro conductor en el Instituto del Taxi, de titularidad municipal, pero deciden las asociaciones de taxistas

En Sevilla capital hay apenas 2.000 licencias de taxi. Son 2.082 exactamente en toda la provincia. Hace dos años, a comienzos de 2022, había 2.349 en el mismo territorio; es una pérdida del 13% en dos años. El sistema en la capital es perverso. No sólo existe un problema para que haya más vehículos en la calle, sino que el propio traspaso es complicado. Hay una lista oficial de interesados en ceder su taxi a otro conductor en el Instituto del Taxi, de titularidad municipal, pero deciden las asociaciones de taxistas, no el Ayuntamiento. Son los propios taxistas quienes deciden quién accede y quién no a un traspaso de licencia. Resultado: hay 183 potenciales vendedores, de los que 93 están ya jubilados, y sólo 32 posibles compradores registrados. De nuevas licencias, imagínense, ni hablamos.

La semana pasada, el sector se puso en huelga. Las entidades Unión Sevillana del Taxi y Solidaridad Hispalense del Taxi llamaron al paro para protestar por la intención del Ayuntamiento de liberalizar ese proceso de transferencia de licencias. Es decir, que cada taxista pudiera ceder su licencia a quien quiera, sin necesitar de la supervisión de los compañeros representados en el Instituto, como pasa en el resto de ciudades españolas. Eso abría la puerta, sugieren los convocantes, a la entrada a su negocio de “intermediarios y comisionistas”. El jueves pasado llegaron a un acuerdo con el Consistorio que acepta sus términos.

Entiendo que la posibilidad de que sea el Ayuntamiento de Sevilla quien asuma el control de este servicio público y supervise quién vende y quién compra las licencias es demasiado pedir para la administración municipal.

Y mientras el Ayuntamiento cede a las presiones de estas entidades, delega su responsabilidad de control y regulación de un servicio público y rechaza aumentar no ya los traspasos de licencia, sino el insuficiente número de taxis existentes, el usuario seguirá buscando infructuosamente, da igual el día o la hora, mirando a su izquierda desde la acera y esperando sin éxito una luz verde acercándose desde el horizonte.

P.D.: Del estado de los interiores de algunos taxis, del olor a tabaco de algunos conductores y del miedo que me da que algún taxista me dé una vuelta más larga de la cuenta ya si eso hablamos otro día.

Madrid, sábado noche. Centro de la ciudad. Terminas de cenar en un restaurante o de tomar una copa en un bar. Sales a la calle con tu pareja o tu grupo de amigos. Miras hacia tu izquierda y, voilá, en apenas dos o tres minutos ves venir un taxi con la luz verde. Levantas la mano, te subes e indicas tu dirección para poner rumbo a casa.

Esta escena, que podría parecer el arranque de una película o una serie, es un hecho normal en la vida ordinaria de la capital de España, excepto en fechas contadas como los días previos a la Navidad por la concentración de comidas de empresa y amigos en las mismas noches. Lamentablemente, en Sevilla, algo así parece la mayor de las veces fruto de un relato de ficción.