Este es un espacio donde opinar sobre Sevilla y su provincia. Sus problemas, sus virtudes, sus carencias, su gente. Con voces que animen el debate y la conversación. Porque Sevilla nos importa.
El museo de las relaciones rotas
Zagreb me recibió fresca en una noche de lluvia, pero lo que en un principio me pareció incluso exótico (no recuerdo la última vez que vi llover en Sevilla) terminó transformándome en una alimañita huidiza en busca de refugio constante.
Lo bueno de las condiciones adversas es que el instinto prevalece y ya desde el primer día no tuve más remedio que cogerle el punto a esta ciudad sin pasos de cebra ni semáforos para peatones, aprendiendo rápido que Zagreb es una ciudad cuyos portones hay que allanar sin permiso. Mientras los edificios presentan a los viandantes sus fachadas neoclásicas (en su mayoría despellejadas como la piel de un crío en un verano de los ochenta), sus portales esconden patios o jardines que atravesar para llegar al interior de un restaurante, una cafetería o un club de jazz, simplemente siguiendo la humareda de los fumadores que disfrutan de sus cigarros o puros en el interior.
Tras una de esas puertas se escondía un museo. Existen como cien dedicados a los temas más curiosos: desde el museo de arte naif o de los selfies, hasta el de las setas o el cannabis, pasando por el de las resacas. Pero de entre todos, el que más me interesó y en el que entré fue el museo de las relaciones rotas.
Estoy segura de que cada visitante sale del museo pensando qué objeto enviaría y cuál sería la leyenda o etiqueta con la que lo acompañaría
Sin duda, es una de las ideas de negocio más brillantes que he visto nunca, porque da igual cuáles sean tus intereses, hobbies, cultura, tradición o procedencia; todos, absolutamente todas, hemos vivido algún tipo de ruptura. El museo, además, expone las donaciones que recibe desde cualquier parte del mundo: cartas, prendas u objetos cargados del peso emocional de una ruptura. No todas las rupturas eran de pareja, también había piezas de rupturas familiares, duelos, incluso rupturas laborales. Las salas exponían desde un mensaje casi borrado en un post-it hasta una película o un vestido de novia.
Estoy segura de que cada visitante sale del museo pensando qué objeto enviaría y cuál sería la leyenda o etiqueta con la que lo acompañaría. En esos textos descubrí grandes escritoras, aunque probablemente no sepan que lo son, como aquella que simplemente había enviado atadas por una gomilla unos dos mil envoltorios de chocolatina con el mensaje “Desde que te fuiste”, o la creadora de ciencia ficción que guardó la costra de su novio para poder clonarlo cuando ya no estuviera con ella con tanto empeño que llegó a estudiar ingeniería biológica. Y es que ya sea comer dulces o estudiar una carrera, una ruptura siempre tiene un impacto que nos impulsa hacia algún lugar, nos mueve a hacer cosas, ya sean mejores o peores. Pasos para salir de ese hoyo, normalmente de una forma torpe, si no absurda y casi nunca demasiado digna.
Ya sea comer dulces o estudiar una carrera, una ruptura siempre tiene un impacto que nos impulsa hacia algún lugar, nos mueve a hacer cosas, ya sean mejores o peores. Pasos para salir de ese hoyo, normalmente de una forma torpe, si no absurda y casi nunca demasiado digna
Algunos mensajes estaban escritos desde el dolor, otros desde la melancolía, la nostalgia, muchos desde la venganza, el despecho o la ira; y es que si el tipo de relaciones que establecemos nos define, lo hace mucho más el modo en que las abandonamos, cuando ya no hay nada que ganar o ni siquiera que salvar. Aunque me hago cargo de que hay relaciones que merecen ser despedidas con un abrazo, otras con un empujón y otras incluso quemadas y enterradas, pero sea como sea necesitamos un ritual para ello, si es con algo de ayuda mejor. Por eso, partiendo de esta idea fantástica del museo, se podría fundar una especie de oficina gubernamental que nos recogiera ese objeto donde se concentra el dolor de una ruptura y se deshiciera de él como en un exorcismo. Yo mandaría el paraguas que me ha acompañado en este viaje, porque según me cuentan desde Sevilla, este ha sido mi otoño.
Zagreb me recibió fresca en una noche de lluvia, pero lo que en un principio me pareció incluso exótico (no recuerdo la última vez que vi llover en Sevilla) terminó transformándome en una alimañita huidiza en busca de refugio constante.
Lo bueno de las condiciones adversas es que el instinto prevalece y ya desde el primer día no tuve más remedio que cogerle el punto a esta ciudad sin pasos de cebra ni semáforos para peatones, aprendiendo rápido que Zagreb es una ciudad cuyos portones hay que allanar sin permiso. Mientras los edificios presentan a los viandantes sus fachadas neoclásicas (en su mayoría despellejadas como la piel de un crío en un verano de los ochenta), sus portales esconden patios o jardines que atravesar para llegar al interior de un restaurante, una cafetería o un club de jazz, simplemente siguiendo la humareda de los fumadores que disfrutan de sus cigarros o puros en el interior.