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A mi hija le encantan las películas de miedo. A mí no tanto, aunque estoy volviendo a cogerles el gustillo. De este género, mis favoritas siempre han sido las de vampiros, tema que por supuesto, para no estrechar demasiado la grieta generacional, a ella no le interesa en absoluto. Pero, por traerla a mi terreno, le puse Crepúsculo, a ver si así, con el romance adolescente que subyace, yo ganaba algún punto a mi favor.

En todo caso son vampiros agradables y guapos, que no beben sangre humana y pasean sonrientes bajo la luz del día. Los Cullen, estos jóvenes blancos cis heteros (característica esta última menos vampírica incluso que la del ayuno) tienen empatía y sentimientos tiernos con los que controlan su innata pulsión sexual y de muerte. Por no dejarles, no les han dejado a los pobres ni ataúdes de robles ni sedas rojas ni castillos.  

En definitiva, son vampiros, pero bien podrían ser mormones con tradiciones un poco más peculiares, porque lo cierto es que para la historia de represión sexual y conversión que nos quieren contar da exactamente lo mismo.  

Por supuesto la película no funcionó con mi hija, que se aburrió someramente. No sé en qué momento creí que un conjunto de vampiros descafeinados podría ser una puerta para que se adentre en otras historias más incómodas pero interesantes como The addiction de Abel Ferrara o Vampiros de John Carpenter. Y es que la cosa nunca funciona así.

Algo parecido siento al ver todo lo que ha ocurrido con la propaganda del Orgullo en muchas ciudades. Carteles que, además de feos y poco artísticos (un crimen especialmente en esta ciudad que cuenta con lo mejorcito en cuanto a ilustración, diseño y arte se refiere), no solo no mencionan al colectivo sino que hacen una supuesta representación de este sin ninguna diversidad. Un mes de la diversidad pero, a juzgar por las imágenes, de la diversidad homogénea, cómoda y amable. Un espectro cortado con el cuchillo afilado de aspectos como la pluma o la edad.

No olvidemos que sigue existiendo un debate ilegítimo sobre los derechos de una parte de nuestra ciudadanía diversa y que, igual que llega una alcaldesa en Valencia que se atreve a eliminar un símbolo como la bandera arcoíris, llega un gobierno como en Italia o en Hungría que vuelve a cuestionar derechos que parecían consolidados y a ponerlos en riesgo o derogarlos

Un Orgullo este que presentan con un protagonismo absoluto de la fiesta y el consumo, eliminando por supuesto el carácter reivindicativo de la fecha. Un Orgullo que algunas instituciones quieren descafeinar para que se lo puedan tragar los suyos, que no moleste a los de “que sean lo que quieran, pero en su casa”, a los de “pero no lo parece”.

Todo esto también me recuerda mucho a esos gif con rosas y ositos que recibimos las mujeres el 8 de marzo felicitándonos por ser básicamente seres de luz. Porque, si quitas la protesta, se ve que todo sabe mejor, algo mejor.

Pero no olvidemos que sigue existiendo un debate ilegítimo sobre los derechos de una parte de nuestra ciudadanía diversa y que, igual que llega una alcaldesa en Valencia que se atreve a eliminar un símbolo como la bandera arcoíris, llega un gobierno como en Italia o en Hungría que vuelve a cuestionar derechos que parecían consolidados y a ponerlos en riesgo o derogarlos.

De todos modos quiero terminar estas palabras con la alegría de haber visto en las calles la diversidad y la reivindicación que se mantienen desde aquella primera manifestación por la Libertad Sexual hace ya 46 años en Sevilla y que tanto echo en falta en esta imagen descafeinada para todos los gustos que se quiere dar. Hito histórico, por cierto, que no conocí hasta ver la película Te estoy amando locamente, peli que seguro mañana me arregla el desaguisado de los vampiros. ¡Feliz Orgullo!

A mi hija le encantan las películas de miedo. A mí no tanto, aunque estoy volviendo a cogerles el gustillo. De este género, mis favoritas siempre han sido las de vampiros, tema que por supuesto, para no estrechar demasiado la grieta generacional, a ella no le interesa en absoluto. Pero, por traerla a mi terreno, le puse Crepúsculo, a ver si así, con el romance adolescente que subyace, yo ganaba algún punto a mi favor.

En todo caso son vampiros agradables y guapos, que no beben sangre humana y pasean sonrientes bajo la luz del día. Los Cullen, estos jóvenes blancos cis heteros (característica esta última menos vampírica incluso que la del ayuno) tienen empatía y sentimientos tiernos con los que controlan su innata pulsión sexual y de muerte. Por no dejarles, no les han dejado a los pobres ni ataúdes de robles ni sedas rojas ni castillos.