Sobre este blog

Este es un espacio donde opinar sobre Sevilla y su provincia. Sus problemas, sus virtudes, sus carencias, su gente. Con voces que animen el debate y la conversación. Porque Sevilla nos importa.

A quién no

Imagen de archivo de una trabajadora en una oficina.

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Recuerdo de adolescente ver un telefilm de la maravillosa Brooke Shields que se llamaba 'Acosada sin tregua'. Se trataba de una chica que comenzaba a trabajar como informática en Silicon Valley. Ese dato lo acabo de mirar porque no lo recordaba y BUM, trago saliva. Lo que sí se me grabó en alguno de mis rincones oscuros del cerebro fue la sensación de estar descubriendo un miedo nuevo, uno que no identificaba bien y que no veía reflejado en los varones de mi familia con los que vi la película. Esa brecha no la había sentido nunca y eso que éramos devoradores de cine de terror, pero por más violentas y sanguinarias que fuesen las escenas y aunque las víctimas of course fuesen casi siempre chicas jóvenes, nuestro cuerpo se sobresaltaba y tensionaba en los mismos instantes. Pero este era un terror sin sangre, sin golpes, un terror aburrido e incómodo que solo parece afectar a quien se intuye objeto en potencia de un mal intangible que alimenta su poder con la vergüenza de la víctima.

Entre capítulos de 'Sensación de vivir' enterré esta película como tantas otras de sobremesa. Seguí con mi vida, evitando algún exhibicionista callejero, devolviendo una leche a quien me cogía el trasero en una fiesta, pero optimista y estudiando en un sistema público donde la igualdad de oportunidades y los resultados en base al trabajo y al talento eran un hecho. Podías estudiar lo que tus notas te permitieran, te licenciarías y obtendrías el mismo título que tus compañeros,. Silicon Valley te estaba esperando.

Así, un compañero que terminaba sus prácticas en una empresa de tecnología me recomendó para que lo sustituyera. Él estaba muy satisfecho con la experiencia, así que no lo dudé, ¡mi primera oportunidad, mi gran incursión en el mundo laboral serio! La empresa la dirigían cuatro señores directores, aunque la actividad se soportaba sobre una plantilla íntegramente femenina. Mi responsable era un tipo joven y, aunque desde el primer momento se tomaba confianzas en cuanto a bromas y comentarios, no quise mostrarme suspicaz. Al fin y al cabo ¿qué sabía yo de cómo eran las relaciones laborales? Quizá comentarme que alguna vez podía ponerme un vestido o que una chica de mi edad debía experimentar con alguien más mayor (así como él), era algo aceptable en el mundo adulto. Pero el cuerpo, qué listo es, y la madrugada que recibí sus mensajes sobre lo mucho que pensaba en mí, el mío se descompuso. Solo era un mensaje, ¿estaría exagerando? ¿había sonreído más de la cuenta a sus bromas? A la mañana siguiente le pedí amablemente que no volviera a enviarme ese tipo de mensajes personales y me contestó ofendido que le estaba haciendo sentir mal, que le estaba hablando como si fuera uno de esos acosadores de película. Ahí estaba yo, diez años más tarde que Brooke Shields, protagonizando mi propio telefilm hortera con un tipo que terminó encerrándome en su despacho, quitándose la camisa y llamándome estrecha por no hacer lo mismo.

Ese mismo día dejé el trabajo, mi primer trabajo, por supuesto sin explicarle a nadie de mi entorno los detalles de lo que había pasado y que tanto me avergonzaban.

No solo abusan de su poder los ejecutivos con corbata, también los jóvenes políticos idealistas, los intelectuales aliados, los abanderados de la causas justas. Pero ya no tenemos la venda.

Él habrá prosperado cómodamente en su carrera. Era un tipo joven, guapo, deportista, porque esa no es la cuestión, pero no está mal señalarlo ya que también escucho demasiadas mierdas del tipo “os da igual que os acose Brad Pitt”. Pero esto no va de atractivo, esto va de poder y de que sigue estando donde está en todos los ámbitos y en todos los estratos.

Mi compañero no me pudo advertir de esta situación porque no la sufrió. A lo largo de mi carrera me ha pasado de todo, como a la mayoría, y en mis diversas facetas. No solo abusan de su poder los ejecutivos con corbata, también los jóvenes políticos idealistas, los intelectuales aliados, los abanderados de la causas justas. Pero ya no tenemos la venda, y aunque no siempre nos atrevemos o no tenemos cuerpo de sufrir las consecuencias (siempre las hay) de denunciarlo abiertamente, entre nosotras sí nos advertimos.

También mi compañera Bárbara Blasco acaba de escribir sobre una experiencia violentísima que tuvo con un escritor respetado y admirado por todos, y aunque no lo nombre, estoy segura de que él sí lo ha leído y habrá sido su cuerpo, esta vez, el que se ha descompuesto, porque como nos ha grabado ya Gisèle Pelicot, la vergüenza tiene que cambiar de bando.

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