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La vida de barrio

15 de julio de 2024 20:41 h

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El ser humano es gregario por naturaleza. Como los lobos, vive su vida en manada, a través de la familia, del grupo de amigos, de los compañeros de trabajo. Círculos sociales y personales en los que desarrollamos nuestra vida y con los que compartimos penas y alegrías, idas y venidas, problemas y soluciones. De hecho, aún nos extraña el solitario, el antisocial; o nos da lástima la persona mayor (o no tan mayor) que se encuentra sola en la vida, aislada involuntariamente de la sociedad, una de las graves epidemias de la sociedad contemporánea.

Creo que más rica, diversa y enriquecedora es la vida cuanto más social es, con más gente diversa y diferente la compartimos. Y creo también que es más fácil abrir ese abanico de relaciones en ciudades más pequeñas, entornos más amables, menos apresurados y ansiados que el de una gran capital. Incluso más en el pueblo o el barrio que en el centro histórico o comercial de una localidad más grande.

Es una idea que, siguiendo el modelo científico, estoy experimentando en mis propias carnes en este año que llevo viviendo de vuelta en Sevilla. Como muchos a mi alrededor bien saben, me he involucrado en la fundación y puesta en marcha de una peña bética en mi barrio de toda la vida, en Nervión. Más allá de los matices futbolísticos y de rivalidad local, el resultado provisional del experimento no es, por esperado, menos magnífico.

Un nutrido grupo de personas a las que lo único que nos relacionaba es una afición compartida y que, en apenas unos días, nos descubrimos compartiendo organización de eventos, preparación de instalaciones, trámites administrativos y recaudación de cuotas. Cada uno de su padre y de su madre, algunos, familia, otros amigos y no menos los que han llegado a la peña a través de lo visto y leído en medios de comunicación y redes sociales.

Como muchos a mi alrededor bien saben, me he involucrado en la fundación y puesta en marcha de una peña bética en mi barrio de toda la vida, en Nervión. Más allá de los matices futbolísticos y de rivalidad local, el resultado provisional del experimento no es, por esperado, menos magnífico

De forma natural, comenzamos a compartir información personal sobre familia, empleo, gustos y devociones. Descubrimos un sentido del humor compartido o una sensibilidad cercana. Ya somos un círculo social con el que enlazar una parte de nuestras vidas, un grupo de amigos.

Y como éste, el barrio ofrece muchos ejemplos. Entidades y asociaciones a los que los vecinos se apuntan con una excusa puntual, pero en torno a las que desarrollan buena parte de su vida. Clubes deportivos, asociaciones de vecinos, casas regionales o hermandades. Muchos de ellos con bar, ambigú y selecta nevería.

En Nervión, he conocido en el último año varios ejemplos más de cerca. La Casa de Ceuta, como la de Asturias y Castilla y León, está en el barrio. Los caballas de la ciudad se reúnen en un señor local y organizan actividades, como la visita reciente con familia y amigos a su ciudad natal. Los ceutíes, como muchos de estos colectivos, sufren el envejecimiento de su masa social y echan en falta la entrada de nuevos socios. Ley de vida, y síntoma de esa sociedad contemporánea tecnológica a la que me refería antes y que aísla a las generaciones más jóvenes, no sólo ya en las grandes capitales.

Otro ejemplo que tengo cercano es el de Astervión, la asociación de la tercera edad que, a pesar del magnífico local que posee y del amplio abanico de actividades que ofrece, echa también en falta la incorporación de nuevos usuarios. O el de la asociación de extrabajadores de El Monte, Moncase, que estrenó recientemente su flamante espacio social.

Y las que quizás son las grandes dinamizadoras de la vida social del barrio, las hermandades. En Nervión, la de La Sed y la más joven pero pujante de La Milagrosa. Vivo justo tras su sede canónica y en invierno y primavera es raro el fin de semana que no organizan alguna actividad cultural, musical o de convivencia, por no hablar de las estrictamente religiosas o de la obra social.

Más allá de la fe de cada uno (yo soy profundamente agnóstico), siempre he creído y defendido que las hermandades son en buena medida las entidades que más y mejor articulan el tejido social de la ciudad. He sido testigo cercano esta primavera de un curioso ciclo de cultura cofrade celebrado en el IES Beatriz de Suabia con participación directa de La Sed y La Milagrosa. No se me ocurre mejor ejemplo.

Mientras escribo estas líneas desde la nueva sede de la Peña Bética de Nervión, aún pendiente de terminar su reforma y estrenarla, me ratifico en lo que planteo. Busca una excusa, un motivo, una causa; encuentra un colectivo con el que relacionarte y en el que involucrarte. Coleccionistas de comics o sellos, aficionados a la música o a un equipo de fútbol, jóvenes o mayores, creyentes o no. Descubre al otro, al vecino, al paisano. Y disfrútalo. La vida, de la mano de los demás, es más plena y llevadera. La vida es mejor en el barrio.

¡Os dejo que me están esperando para terminar de pintar el salón de la sede y ya me estoy escaqueando!

El ser humano es gregario por naturaleza. Como los lobos, vive su vida en manada, a través de la familia, del grupo de amigos, de los compañeros de trabajo. Círculos sociales y personales en los que desarrollamos nuestra vida y con los que compartimos penas y alegrías, idas y venidas, problemas y soluciones. De hecho, aún nos extraña el solitario, el antisocial; o nos da lástima la persona mayor (o no tan mayor) que se encuentra sola en la vida, aislada involuntariamente de la sociedad, una de las graves epidemias de la sociedad contemporánea.

Creo que más rica, diversa y enriquecedora es la vida cuanto más social es, con más gente diversa y diferente la compartimos. Y creo también que es más fácil abrir ese abanico de relaciones en ciudades más pequeñas, entornos más amables, menos apresurados y ansiados que el de una gran capital. Incluso más en el pueblo o el barrio que en el centro histórico o comercial de una localidad más grande.