Rescatar a los desaparecidos por el franquismo: “Que mi abuelo esté identificado no implica dejar de luchar”
La búsqueda de las víctimas de desaparición forzada completa a veces el círculo del duelo con un entierro con nombre y apellidos, por eso “hay que abrir todas las fosas comunes”, exige Pastora Aldana
El cementerio recobra vida. Las callejuelas asumen un desacostumbrado bullicio con la festividad de Todos los Santos, cuando la gente adecenta las tumbas y visita a sus muertos. Un ritual nuevo para Baldomero González, alcalde socialista de Villaverde del Río (Sevilla) asesinado por los golpistas de Franco hace casi 90 años. Es su primer día oficial de difuntos. Antes era un desaparecido. Junto a una lápida con su nombre deposita una rosa roja su nieta, Pastora Aldana.
“Siento la necesidad de venir, de sentarme en un banco frente al nicho donde está mi abuelo con mi abuela, porque sus huesos ya están aquí”. Las palabras procuran desvelar emociones atávicas. “Y este es el primer año que vengo este día [1 de noviembre, refiere, cuando atiende a SevillaelDiario.es]. Mi madre hubiera disfrutado de venir y que estuviera su padre”, sentencia.
Baldomero González Parrilla fue ejecutado por los golpistas el 22 de agosto de 1936 en la tapia del camposanto del vecino municipio de Alcalá del Río. Con él caen otros 12 paisanos. El trabajo arqueológico localiza en 2019 varias fosas comunes y rescata de la tierra a 14 víctimas del franquismo. Años más tarde, el cotejo de ADN pone nombre y apellidos solo a tres. Uno, el alcalde del PSOE.
“Que mi abuelo esté identificado no significa que deje de luchar. Hay que abrir todas las fosas comunes que quedan y presionar a las administraciones para que aporten a los científicos porque con las pruebas que existen ahora los huesos que están en muy mal estado no los pueden identificar”, denuncia Aldana. El Gobierno de España ha asignado fondos estatales para desatascar los análisis genéticos en la Universidad de Granada, una cuestión denunciada por el Defensor del Pueblo Andaluz que depende de la Junta de Andalucía.
Opuesto a “quemar la iglesia”
Pastora Aldana sonríe y saluda a vecinas que trasiegan trapo en mano entre columbarios y paredes de nichos. “Sigo luchando, veo un hueso y siento que todos son mis muertos”. Recuperar a los desaparecidos forzados es una obligación de Estado, asiente. Una placa –puesta el 25 de marzo de 2023– reza a la entrada de la necrópolis “en Memoria de los vecinos de Villaverde del Río asesinados por la defensa de las libertades”. Una frase finiquita la retahíla de represaliados: “Los hombres mueren, las ideas permanecen”. Debajo hay un estrenado ramo de flores.
“Un grupo de socialistas encabezados por mi abuelo se opuso al intento de quemar la iglesia”, cuenta. “Aquí no hubo guerra ni víctimas de derechas”, explica. “No pasó nada”. La matanza fascista reniega esa quietud y señorea con más de veinte villaverderos muertos a tiros. Apenas un pedazo de la sangre que muestra el genocidio fundacional del franquismo en Andalucía, una finca sembrada con al menos 45.566 desaparecidos en 708 tumbas ilegales.
“El aire se llevaba / de la honda fosa el blanquecino aliento. / –Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa, / larga paz a tus huesos... / Definitivamente, / duerme un sueño tranquilo y verdadero”. Los versos de Antonio Machado decoran la lápida. Pastora deposita una flor. “En casa recito mucho esta poesía, es muy bonita y representa todos los años que mi abuelo ha estado en esa fosa y que ya está libre y sus huesos aquí”, avienta.
Un nombre encabeza la losa: Carmen Rodríguez Gómez. “Viuda” del alcalde socialista “fusilado a los 50 años por defender la democracia” y cuyos “restos vuelven a su pueblo” 87 años tarde. Ahora yacen juntos. “Me da pena –llora la mujer– que haya gente que piense que esto lo hacemos por venganza, están muy equivocados. Lo hacemos por amor. Por dignidad. Y que nadie nos diga que nos olvidemos. Queremos recuperar los cuerpos, los huesos, tenemos derecho. Que mi madre ya no ha podido verlo y es un castigo que ninguno de los hijos de mis abuelos pueda vivir estos momentos”, enfatiza.
Verdad, justicia y reparación
“Cuando pedimos verdad, justicia y reparación no hablamos de tomarnos la justicia por nuestra mano sino de saber qué ocurrió y recuperar la verdad, queremos traer a nuestros muertos al cementerio, como hace cualquiera. No sé cómo alguien puede pensar que eso es buscar alguna revancha... venganza sí fue lo que hicieron con ellos, contra personas que no cometieron ningún delito”, reitera Aldana.
“Mi abuelo, por ejemplo, era carnicero y tenía su piara de cabras, su despacho de carnicería donde hacía chorizos, morcilla, manteca colorá… Era muy culto y compraba el periódico y lo leía al que quería saber las noticias”, reivindica Pastora. Y era socialista y primer edil durante la democracia de la II República Española que atacó el fascismo patrio. “Mi familia era toda de gente trabajadora”, saborea.
“A mi abuela siempre la vi vestida de negro, sin contar nada, muy prudente, y pienso en todo lo que hemos perdido al no poder hablar tantas cosas con ella”, siente. La nieta mira la tumba que comparte con Baldomero González. “Ahora vengo aquí a diario –prosigue–, tengo la necesidad de estar con mi abuelo, que no lo conocí, de ponerle una rosa, imaginar lo que hubiera disfrutado con él contándome historias y leer la poesía que está en la lápida”.
Lírica contra el silencio impuesto. Como el querer –y el dolor– heredado que mueve a buscar a los civiles asesinados por los golpistas. Y rimas, acaso, para doblegar la desmemoria colectiva. Un olvido enquistado que aún suelta ocasionales desafíos cotidianos: ‘no hay que abrir heridas, hace mucho tiempo, olvídate, deja a los muertos tranquilos’. “Yo lo tengo superado y seguiré luchando para recuperar a los desaparecidos, mi abuelo ya está aquí pero quedan muchos… cuando la gente conoce esto suele entenderlo”, exculpa.
Besar los huesos
“Cogí ese hueso y lo besé”. Pastora extrajo una tibia de la tierra. “Lo hice como si fuera de mi abuelo, con el mismo cariño”, recuerda. Corre noviembre del año 19 y el tiempo queda paralizado en el camposanto. “Cuando el equipo arqueológico me dijo si quería levantar el primer hueso no lo dudé un momento. No sabía de quién era, pero es que me daba igual”, insiste. “Tengo una foto preciosa que me hiciste –apunta al periodista–, la tengo guardada”.
Las sepulturas guardan amasijos de huesos y destapan una pura miscelánea de sensaciones. “Llorar, reír, una extraña mezcla de tristeza y alegría, que no soy llorona y lloré todos los días y sentí esa necesidad de besar ese hueso, fue un momento muy emocionante, como la culminación de todo lo que viví en el cementerio”, cita. En la necrópolis alcalareña “apareció una fosa, luego otra, en cada una varias personas” mal ajusticiadas a balazos.
Los cadáveres brotan bocabajo. Un esqueleto porta un hatillo con una cuchara, un mechero, una navaja, un proyectil de Mauser y un penique británico. Cerca hay una bala incrustada en un cráneo. Pastora masculla una “sensación agridulce” porque no hay precisión científica para nominar los 14 individuos exhumados. “Nunca pensé que se podían identificar a unos y otros no, sino que al aparecer los huesos ya estaban todos identificados”, confiesa.
“A las familias que están ahora en este proceso –de búsqueda de los desaparecidos e identificación de las víctimas ya recuperadas– les digo que mientras haya esperanza hay que seguir buscando, no se puede desfallecer”, aconseja. “Yo voy a estar ahí, mientras mi voz me lo permita, voy a seguir, porque veo un hueso y siento las mismas emociones que si fuera mi abuelo, todos son mis muertos, y que él esté aquí no significa que vaya a dejar de luchar”. Y porque, como dice Pastora Aldana, “la memoria tiene que permanecer viva y si la olvidamos, se borra de la historia”.
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