ENTREVISTA

Rosario Ortega, experta en acoso escolar: “La sociedad, la escuela y los políticos no pueden mirar para otro lado”

La investigadora Rosario Ortega-Ruiz es una de las autoras con mayor número de referencias académicas sobre bullying y ciberbullying. Catedrática de Psicología del Área de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Córdoba, y profesora visitante en la Universidad de Greenwich (Reino Unido), acaba de participar en el IX Congreso Mundial sobre la Violencia en la Escuela que se ha celebrado esta semana en la Universidad de Sevilla y que España ha albergado por primera vez, organizado por el Observatorio Internacional de Clima Escolar y Prevención de la Violencia, cuyo germen fue el observatorio europeo, donde ya participaba Ortega en el año 1998.

Pocos días después del apuñalamiento múltiple en el IES Elena García Armada de Jerez de la Frontera, con el debate aún latente de si se pudo detectar un caso de acoso escolar en el centro, abordamos la materia con una de las principales expertas en Europa en la investigación sobre el acoso escolar y el ciberacoso, que atiende a elDiario.es Andalucía tras su conferencia 'El ecosistema de convivencia como marco para la prevención primaria de la violencia interpersonal: retos psicológicos y educativos'.

¿Qué temas han abordado en este encuentro mundial?

Los debates y las ponencias han sido de ciencia psicoeducativa, de sociología de la educación, de psicología social, etc. Todo muy vinculado a la ciencia, porque la ciencia tiene que estar al servicio de las prácticas sociales y educativas. La violencia escolar tiene muchas caras. Va desde el bullying, que es un proceso psicosocial a nivel micro, es decir, que sucede entre un grupo de gente próxima, porque normalmente el agresor no agrede espontáneamente a alguien que no conoce, sino que agrede a alguien que conoce y que sabe que es débil y que sabe que va a aguantar su dominio. Es el ámbito donde nosotros investigamos. Pero ese fenómeno no hay que confundirlo con la violencia estructural, por ejemplo, de una escuela, a la que no se le dan recursos, en un barrio pobre y que no puede tirar para adelante con las políticas que tiene que hacer. La violencia estructural sería totalmente macro, y es por ejemplo la desigualdad, la injusticia, la inequidad, la no atención a la diversidad, etc.

¿Qué destacaría del bullying en el momento actual?

El bullying es un fenómeno muy específico, pero no significa que no esté conectado. Cuando un niño aprende a no respetar al otro, a aprovecharse de los más débiles, a tener un comportamiento sostenido de intimidación, de acoso, de maltrato o de burla, se produce un proceso de victimización que es terrible para el niño-víctima y para el niño-agresor. El niño-víctima, por un lado, se va a deteriorar en sus competencias sociales, en su seguridad personal, en su autoestima, en su propia capacidad de concentración para estudiar. La víctima sufre, pero el agresor se lesiona, porque se convierte en un matón, y luego será antisocial, y de eso se pasa a precriminal. Hay una trayectoria de deterioro de la propia conciencia, del propio desarrollo cognitivo, afectivo y social. Pobres padres y madres de un hijo que está siendo victimizado, pero pobres padres y madres cuyo hijo está siendo un matón porque está practicando el delito, la agresión injustificada, la crueldad. Y todo eso es incompatible con tener un criterio moral.

Desde el punto de vista de la sociedad, un niño que durante un tiempo mantiene una conducta de dominio es un riesgo para el futuro porque después son criminales o tienen conductas delictivas

¿Es un fenómeno extendido?

Los riesgos del bullying son muy importantes, pero no le pasan al 100% de los niños en las escuelas. Ese proceso de victimización que describía le pasa a pocos. Puede ir desde el 5% hasta el 25%. Eso es mucho, en realidad, pero tampoco hay que confundirlo con una epidemia ni con algo que le pasa a todo el mundo. Esto no es un fenómeno normativo. Nosotros hacemos investigación, hacemos ciencia. Cuando tenemos resultados, discutidos con la comunidad, publicados y tal, hacemos programas de intervención con las escuelas. Esa es otra parte de la ciencia, menos conocida, y que es la transferencia del conocimiento. Y soy optimista en este sentido porque, por ejemplo, en España se empiezan a financiar proyectos de transferencia de conocimiento, para que se lleve a las escuelas y se haga lo que se llama la prueba de concepto. Muy pocos países tienen la prueba de concepto como una línea de financiación de la Agencia Española de Investigación.

Pero, ¿por qué parece difícil detectar casos de posible acoso escolar? Tenemos el ejemplo reciente de Jerez, aún en investigación.

Hay dos razones. Una es que la gente mira para otro lado, y dice “son cosas de niños”. Pero no. Cosas de niños son una pelea, pero una intimidación sistemática, o un niño que le quita todos los días el bocadillo a otro y le dice “como digas algo te vas a enterar, te veo en la calle”, eso los niños lo ocultan y por eso no lo saben los maestros. Y lo ocultan porque saben que eso es maldad desde que tienen cuatro años, y saben que una cosa es chocarse con alguien y otra cosa es dominarlo físicamente o pegarle. Tienen registro cognitivo desde muy pronto de que eso está mal, porque la sociedad se lo dice. Pero eso no sería excusa, porque ya llevamos mucho tiempo en esto. Andalucía fue pionera, y en 1998 hice un proyecto financiado por la Junta para todas las escuelas andaluzas que se llamó Andalucía Antiviolencia Escolar (ANDAVE).

¿Cuál es el papel de la administración en este sentido?

Las políticas públicas lo tienen que saber y los investigadores se lo estamos diciendo cada vez que nos preguntan. Aquel programa ANDAVE surgió después de una cosa como la de Jerez, cuando un niño quemó a otro en Almería. Cada vez que hay una cosa terrorífica y los periodistas lo contáis, los políticos se ponen las pilas. Cada vez que hay un escándalo se moviliza algo, lo cual es lamentable porque antes tiene que sufrir un niño. Las instituciones, la escuela, los periodistas diciendo lo correcto y, finalmente los políticos, no pueden mirar para otro lado. La cadena de mirar un poco para otro lado es una cadena desgraciada. Pero también existe la cadena agraciada: mirar bien. Y algunos miran bien.

Me gustaría que explicara más ampliamente cuando se ha referido al acosador como víctima...

Desde el punto de vista de la sociedad, un niño que durante un tiempo mantiene una conducta de dominio es un riesgo para el futuro porque después son criminales o tienen conductas delictivas. Es un gran riesgo para la sociedad. La pregunta es: ¿vamos a ser capaces de eliminar la delincuencia juvenil? No totalmente, pero hay que hacer algo para prevenirla. Lo que yo planteo es que agresión y victimización están articuladas. Es un concepto complejo. Si yo soy insolente contigo, tú me vas a responder, ¿verdad? Salvo que agaches mucho la cabeza y, por lo que sea, creas que yo puedo dominarte. Eso es horrible para ti como víctima y terrible para mí que voy a educarme a creer que, cuando llego a cualquier sitio, la que parte el bacalao soy yo. Son esos dominantes que hablan en público.

Tenemos que estar todos atentos a cómo nos relacionamos con los demás sobre la base del respeto mutuo, sobre la base de que si tú me saludas, yo te saludo, y que si tú no me quitas mi bocadillo yo lo puedo compartir contigo

¿Qué quiere decir?

El lenguaje de los políticos, por ejemplo, está empezando a ser soez. ¿Por qué? Pues porque en el fondo se han educado para dominar. “El poder es mío. Yo tengo que gobernar”. Y yo me pregunto, ¿y tú quién eres? ¿El niño listo de la película, el del patio del recreo que decía “tu bocadillo para mí, tú te pones allí y tú no juegas”? Si me educo así, cuando soy grande creo que puedo hablar de España como si fuera mía. Eso es algo que está ahí.

También habla de reformar el concepto de bullying, ¿nos podría explicar eso?

He venido a hacer una aportación epistemológica resultado de las investigaciones que tenemos para reformar el concepto de bullying, no solo como una conducta repetida, no solo como una conducta que ocurre en todas las escuelas (las ricas, las pobres, las grandes, las chicas, en todas). Tenemos que estar todos atentos a cómo nos relacionamos con los demás sobre la base del respeto mutuo, sobre la base de que si tú me saludas, yo te saludo, y que si tú no me quitas mi bocadillo yo lo puedo compartir contigo. Esto no es ser muy buenos o muy malos, esto es ser correcto. Y esa corrección tiene que ser la base de lo que llamamos la convivencia. Y si está en la escuela, después estará en la juventud. Porque la escuela es un ecosistema de relaciones, y todo eso está muy relacionado con la vulnerabilidad, porque tanto víctimas como agresores tienen dentro un punto débil donde las emociones fuertes, la ira, el miedo, la ansiedad están debajo, pero también está en medio de lo que llamamos las emociones morales.

La culpa es una emoción moral. Es decir, si yo te ataco tontamente, inmediatamente me siento culpable. Eso es un proceso psicológico que nosotros estamos investigando. O si yo veo que tú estás sufriendo por lo que te estoy haciendo, me da remordimiento, y eso es un proceso psicológico que se pone en funcionamiento. Todo eso tiene que estar en la escuela, quizás no con estas palabras, pero sí ayudando a los maestros a que se enteren. No es que no haya protocolos, es que no lo tienen en cabeza. En aquel programa ANDAVE, la aportación de los maestros era riquísima. El propio concepto de convivencia como ecosistema lo aprendí trabajando con los maestros. Y me hablaban de convivencia. Hay que acercarse a la gente con su lenguaje.

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