Los colegios e institutos andaluces cerraron sus puertas el pasado 16 de marzo; un día antes el Gobierno central decretó el estado de alarma para frenar el rápido avance de contagios por COVID-19 que se estaba extendiendo entre la población. El curso escolar terminó sin que las aulas volvieran a abrirse a pesar de que, a medida que se iban superando las fases más estrictas del confinamiento, empresas, bares, terrazas y otros espacios públicos retomaban la actividad presencial tímidamente. El Ministerio dio unas pautas genéricas a las comunidades autónomas para que éstas las desarrollaran en sus territorios el pasado 11 de junio.
En Andalucía, ese desarrollo se ha traducido en unas instrucciones que la Consejería de Educación trasladó casi un mes después -el 6 de julio- a los centros escolares para que, atendiendo a sus características, se encargasen de elaborar planes de seguridad y protocolos de actuación COVID-19 de cara al próximo curso. Bajar a tierra esas instrucciones y aplicar en la práctica las medidas de seguridad exigidas ha desnudado de forma descarnada las carencias y los problemas que arrastra desde hace décadas el sistema educativo público andaluz: saturación de alumnos en las aulas, infraestructuras obsoletas, deficientes e insuficientes, falta de personal (docente y no docente) y una carestía de recursos tecnológicos.
Con estos mimbres, los equipos directivos de los colegios e institutos andaluces se han puesto a diseñar los planes de actuación en los que vuelcan las indicaciones dadas por la Viceconsejería para abrir sus puertas con seguridad el 1 de septiembre. El día 10 empiezan las clases en Educación Infantil y Primaria, y el 15, en Educación Secundaria y Bachillerato. En esta última semana se han sucedido un reguero continuo de comunicados de directores y directoras de centros educativos en los que alertan de que no pueden cumplir con las instrucciones dadas por la Viceconsejería en su situación actual y sin saber aún cuál será el refuerzo económico y de personal que recibirán. La Consejería ha atendido la petición de sindicatos y asociaciones de docentes y ampas, y este martes 28, se reunirá la Mesa Sectorial.
Estrella Naranjo Serna se estrena el próximo curso como directora del Centro de Educación Infantil y Primaria Huerta de Santa Marina, ubicado en el casco histórico de Sevilla y con unos 500 alumnos. Son dos edificios antiguos enclavados en una finca con amplio patio de juegos que separa dos construcciones. En uno de ellos se ubican las aulas para Educación Infantil y primer ciclo de Primaria. En el otro, están las clases del segundo y tercer ciclo. En otra construcción independiente se encuentran el comedor, el gimnasio y una coqueta biblioteca. Todos los edificios tienen grandes ventanales por los que entra la luz, y el calor en los tórridos meses de mayo, junio y septiembre. Las aulas, de unos 30 metros cuadrados de media, no tienen aire acondicionado aunque sí ventiladores en algunas aulas que, explica, podrán poner al mínimo con las ventanas abiertas para favorecer la ventilación.
Ignacio Ayza es el director del Instituto de Educación Secundaria San Isidoro, también en el centro de la ciudad, muy próximo a la Alameda de Hércules. Un edificio de los años 60 que acoge a 650 alumnos de entre 12 y 18 años por las mañanas -tiene turno de tarde con unos 100 alumnos-. Desde hace un curso, la cafetería del centro está siendo usada como clase. Unas grandes escaleras dividen el edificio de tres pisos por la mitad en dos alas, con un cuarto de baño por planta en el extremo de ambas mitades. En cada cuarto de baño hay tres inodoros, pero las instrucciones le obligan a precintar uno.
Desde el pasado otoño, el director tuvo que clausurar todos los aseos del ala izquierda del edificio por peligro de colapso. Así que la obligación de limitar al 50% el aforo en los sanitarios hace que, en la práctica, esa reducción de acceso baje al 25%. Ayza va a habilitar los dos aseos con los que cuenta en el patio aunque esto suponga que los adolescentes pierdan tiempo y se enreden por el camino. “Se van a poner a fumar”, se resigna. La ratio de baños por estudiante en el Santa Marina no es mucho mejor.
Las entradas y las salidas
Las instrucciones emitidas por la Viceconsejería de Educación estipulan que los centros deben escalonar las entradas y salidas para evitar aglomeraciones, pero no se pueden robar minutos al horario lectivo. En el caso de las escuelas de Infantil y Primaria, la corta edad de los primeros cursos dificulta las cosas, porque las familias no pueden entrar al centro. En el Santa Marina sus responsables han dividido las entradas por las tres puertas con las que cuenta. Pero en la práctica, la puerta que deberían usar los más pequeños no puede abrirse porque las raíces de una gran palmera han levantado el suelo y condenan el portón. Estrella ha reclamado por escrito al Ayuntamiento para que arreglen la situación pero, de momento, no ha tenido respuesta.
Esta directora se pregunta quién tiene que comprar las pegatinas para señalizar los flujos de paso a los menores, así como el resto de señalización que deberá usar, y quién tiene que colocarla. Todavía no se les ha especificado este extremo. “No nos han dado el dinero de gasto y funcionamiento”, recuerda.
Por ahí deben entrar y salir poco más de 150 menores de entre 3 y 5 años cada día. La directora del centro, que fue nombrada a principios de este mes de julio, ha pedido al Ayuntamiento apoyo de la Policía Local y de Protección Civil para organizar las entradas y salidas porque sólo tiene un portero. “De momento no nos han dicho que no nos lo dan”. Los pequeños entrarán a las 8.45 y a las 9.00 horas los del resto del centro por otra puerta. Ha pensado en la posibilidad de solicitar a los padres de la etapa infantil que se organicen para que un adulto lleve o recoja a cuatro niños para evitar aglomeraciones de personas en una vía estrecha y abierta al tráfico de vehículos.
En el caso del Instituto San Isidoro, la edad de los estudiantes hace innecesaria esta custodia pero en cada puerta ha de haber un conserje con una mesa en la que haya gel hidroalcohólico. Abrirán sus dos entradas: por la de la calle Amor de Dios entrarán los alumnos de Secundaria y por la calle Cervantes los de Bachillerato. Este instituto tiene tres conserjes. Ignacio afirma que necesita un cuarto.
Mascarillas obligatorias en el aula del Instituto
En circunstancias normales, cada vez que suena un timbre de cambio de hora en el San Isidoro se mueven por sus pasillos, escaleras y otras zonas comunes entre 100 y 150 alumnos. Con las nuevas medidas de distanciamiento y la escasa dimensión de las aulas, los jefes de estudios se devanan los sesos para diseñar un horario que se asemeja más que nunca a un sudoku endiablado. En una clase cualquiera del San Isidoro, con más de 30 alumnos dentro, es físicamente imposible mantener la distancia de un metro y medio de seguridad, así que el uso de mascarillas es ineludible. El centro no tiene aire acondicionado. La mascarilla será obligatoria para todos.
Para cumplir con la distancia de seguridad a la hora del recreo, en un primer momento Ignacio ideó dividir esa media hora en dos, de manera que la mitad permanecía en el aula los primeros 15 minutos mientras el resto bajaba al patio, y luego bajaba la otra mitad, y viceversa. Ahora ha cambiado de idea porque ha encontrado la forma de hacer dos turnos de recreo sin perder horas lectivas ni afectar al horario y la agenda de los profesores de las diferentes asignaturas, tal y como exigen las instrucciones de la Junta.
Clases en el patio
Las clases no son mucho mayores en el colegio Huerta de Santa Marina, apenas 30 metros cuadrados. Este centro formará grupos de convivencia, como ha propuesto la Consejería. Cada grupo de convivencia estará formado por las dos líneas de cada nivel, unos 50 niños. No llevarán mascarilla aunque a duras penas podrán distanciar sus pupitres unos de otros, así que su directora, aprovechando las grandes dimensiones de su patio, que disfruta de bastantes zonas de sombra, prevé sacar las mesas a la calle y dar clases al aire libre.
Estas son sólo algunas de las medidas que han ido ideando en estas últimas dos semanas los equipos directivos de estos dos centros con un único afán: abrir las clases y volver a la escuela física en septiembre. Pero se han dado cuenta de que sin recursos “es imposible”. Explican que en las condiciones materiales en las que se encuentran no pueden garantizar un entorno seguro, premisa fundamental, porque la falta de personal de limpieza suficiente para culplir las normas es común en todos los centros. Según Estrella, el último mensaje del delegado del distrito fue que el Ayuntamiento pondría a disposición de los centros de la ciudad a 270 personas para desinfectar a repartir entre los mismos. Juan Carlos Cabrera, en una reunión con los responsables de los centros, descartó la ampliación de plantillas de porteros y de limpiadores.
La instrucción de la Viceconsejería establece la desinfección de los aseos tres veces al día y del resto de las instalaciones al inicio y al final de la jornada. Para las aulas específicas, como la de informática, la orden es limpiar y desinfectar cada vez que entra un grupo nuevo. En el Santa Marina, la imposibilidad de respetar estas normas han llevado a decidir la eliminación del uso de instrumentos en las clases de música o de materiales como pelotas en educación física. En el Instituto San Isidoro, cada alumno deberá limpiar con productos desinfectantes el teclado y la pantalla del ordenador que utilice, su mesa y la silla.
“Queremos volver a la escuela”
“Nosotros queremos volver a la escuela, necesitamos la presencia con nuestros alumnos y alumnas, es nuestro hábitat y el comunicado que se ha hecho es de los equipos directivos para explicar las deficiencias que tienen nuestros centros, ya deteriorados con anterioridad al COVID, y la necesidad de recursos económicos, materiales y humanos por parte de la Consejería y el Ayuntamiento. Nos exigen un protocolo sin la preparación necesaria para este documento ni el apoyo de los técnicos de prevención de riesgos laborales. Los maestros y maestras harán todo lo posible, no me cabe ninguna duda, pero la responsabilidad, si hay casos de un alumno, ¿en quién recaerá?”, remarca Estrella.