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ENTREVISTA

De Torreblanca a Manhattan: dos tatuadores sevillanos exportan su arte a la Gran Manzana

“Trabajé en un supermercado hasta que conseguí dinero, me compré mi primer equipo y empecé a tatuar en orejas de cerdo y piel sintética”. Así narra David Falcón (1998, Sevilla) sus comienzos en el munodo del tattoo, hace más de seis años. Una vocación que abrazó por “un gusto personal”, tras estudiar Mecanizado y emplearse en el sector aeronáutico, y que aprendió por sí mismo porque, asegura, “nadie me influyó, no tenía referencia de un familiar ni nada”.

Su pareja, dentro y fuera del estudio, es Sandra López (Sevilla, 1994). Cuando dio sus primeros pasos en el tatuaje aún faltaban años para que conociera a David, pero sus caminos transcurrieron de forma paralela. “Toda la vida he estado dedicándome al arte”, relata. “Bachillerato de Arte, Escuela de Arte, Conservación y Restauración en la Universidad, máster en Museología...”.

Su primer contacto con las agujas fue el curso que realizó por su cuenta en 2015, aunque no las cargó de tinta hasta años más tarde. “Me daba miedo”, explica, “pensaba que no era lo mío pero acabé la carrera y dije: ”vamos a intentarlo“; entré en un estudio para unos meses, pero no imaginaba que me fuera a gustar tanto, y lo que iba a ser para unos meses lleva ya cinco años, trabajando en muchos estudios, viajando mucho...”.

Tras varios años trabajando para el estudio Uffizi Studio, en La Macarena, estos dos jóvenes de los barrios periféricos de Padre Pío y Torreblanca, respectivamente, se embarcan en la aventura de afincarse en pleno Manhattan para poner su arte al servicio del estudio internacional Noble Art.

Vosotros sois autodidactas. ¿Alguna vez os han considerado intrusos por ello?

D.F. Nunca. Creo que eso depende de lo que tatúes. Si llevas seis años y sólo te dedicas a hacer palabras, a ti el tatuaje te da igual, a ti lo que te gusta es el dinero. Entonces sí te pueden mirar mal. Pero si hay un avance, te gusta...

S.L. ... Si hay un esfuerzo, no deben de considerarte intruso. Todo el que está tatuando, y más de cara al público, siempre tiene que tener un curso. En mi caso, con ese curso tuve una pequeña base. Con eso ya puedes optar para empezar a tatuar en cualquier estudios.

Habláis de sólo tatuar palabras. Hay quien tiene cierta aversión a determinado tipo de tatuajes “conservadores”.

D.F. A los tatuadores que sólo les gusta el dinero no se esfuerzan en aprender ni en tener gente al lado. Yo como más he aprendido ha sido metiéndome en estudios donde por suerte había muchos tatuadores y he ido aprendiendo de cada uno un poco. Pero solo no aprendes, es muy complicado. Necesitas gente a la que preguntar para probar cosas nuevas.

En tu caso, Sandra, ¿cómo ha determinado tu formación artística tus inicios y posterior desarrollo en el tatuaje?

S.L. El tema del tatuaje siempre me ha interesado porque mi padre siempre ha estado tatuado entero. Para mí eso era una cosa de decir: “Dios mío, ¿cómo alguien te está dibujando algo en la piel que es para siempre?”. Era una curiosidad. Yo iba con él cuando se tatuaba y alucinaba. ¡Y era una casa de las de antes, allí en Torreblanca! El tatuador hacía el tatuaje y él se quedaba para siempre con eso. Siempre me ha llamado la atención desde chica.

¿Cómo ha cambiado la escena del tattoo en Sevilla desde que empezásteis?

D.F. Antes había X tatuadores, se conocían todos y listo. Llevaban todos más o menos la misma organización, se respetaban... Ahora hay tantos tatuadores que no conozco ni a la mitad. Eso ha cambiado un montón. Antes te enseñaban más en los estudios. Ahora si quieres empezar te van a ofrecer de primeras un seminario para principiantes para generar dinero. Que no lo veo mal, pero antes te decían: “vente, quédate a mi lado, me preparas la mesa, estás viendo...”.

¿Es más complicado hacerse un hueco?

D.F. Sí, porque como hay tantos es más difícil destacar.

S.L. Claro. Tú pones en instagram “línea fina Sevilla” o “realismo Sevilla” y te salen muchísimos, mejores o peores. Cuando empecé estaba en la mitad entre lo que pasaba hace 20 años y lo que está pasando ahora. Si te quieres hacer un tatuaje, puedes tirar de instagram y elegir al que sea. Antes no, era un poquito más exclusivo, que no bueno.

¿Habéis visto que con esa mayor oferta se haya ganado en calidad?

D.F. Sí, hay más competencia. Dices: “mira la sombra que ha hecho éste”, y te vas comparando. Sí es verdad que en el tattoo cada vez veo menos eso, pero sí veo: “mira qué foto ha hecho ése, yo tengo que hacer una mejor”. Ahora, en vez de compararte a ver quién hace la mejor sombra o realismo, te comparas a ver quién hace la mejor foto, porque al final es lo que vende.

Antes quizá el tattoo era más underground y ahora es una cosa que se luce.

S.L. Es algo lujoso. Si tú entras en el instagram de un tatuador con muchísimos seguidores, a lo mejor el tatuaje no es de calidad, pero tiene un pedazo de foto. El tatuaje no vale nada, lo que vale es el modelo, las luces, la ropa... Antes eso no era así. Yo digo muchísimo a los clientes que no soy tatuadora, soy tatuadora-fotógrafa-influencer...

¿Pero te consideras todo eso?

S.L. A mí no me gusta.

D.F. Lo que pasa ahora es que si no le dedicas tiempo a eso no te van a valorar igual. A la gente le gustan las fotitos bien hechas. Si no te pones con eso te quedas anticuado. Hay muchísimos tatuadores en Sevilla a los que no les gustan las redes sociales y ese paripé y se quedan ahí, anticuados. Y al final parecen tatuadores conservadores.

¿Hay cierto fetiche no respecto de qué tatuaje te vas a hacer sino con quién te lo vas a hacer?

S.L. Exacto. Yo lo he visto con tatuadores que tatúan muy mal pero tienen una fama... Por ejemplo, una chavala que salió en un programa de televisión, que no tatúa bien pero tiene una clientela. Sí, por el tema de la influencia, de decir: “me lo ha hecho tal o cual”.

¿Consideráis que en Sevilla el tatuaje se considera un arte o todavía se ve como algo marginal?

D.F. Arte es para los tatuadores. Para los clientes es postureo y moda.

S.L. También es que la gente del sur sigue teniendo una mentalidad muy tradicional. Por otra parte, aquí a la gente le cuesta mucho innovar. Todavía se estila mucho el realismo de la Giralda o de cosas típicas de Sevilla, esos tatuajes que se hacían 20 años atrás. Cuesta mucho dejar que el artista trabaje. Si te vas a Madrid u otras ciudades más potentes, el cliente te dice: “es tu estilo, hazlo a tu manera”. Y si te vas a Alemania, tú eres el artista, lo pones como tú quieras y va a estar bien porque lo has hecho tú. Te tienen en un pedestal porque no todo el mundo puede hacer lo que tú. Aquí te ponen más trabas, parece que entienden más que tú.

¿Os habéis encontrado en Sevilla mucho enchufe en el mundo del tatuaje?

S.L. Sí, claro, hay muchísimo. Está muy normalizado.

D.F. El caso de que eres tatuador, te echas una novia que es, no sé, peluquera, y al poco ya está tatuando porque la has metido ahí, ponte a usar la máquina, a hacer palabritas... O amigos, compañeros de trabajo anteriores... Pero al final, por lo general, esas personas van al dinero. Se ponen a hacer palabras, algo que no necesita un desempeño muy grande, pero no son artistas.

S.L. Y a la mayoría no les ha atraído el arte. Se han dedicado a otra cosa y ven que en poco tiempo pueden generar dinero fácil. Suelen no durar mucho porque realmente no es algo que les guste.

Es una moda a la que subirse.

S.L. Exacto. No van a avanzar más, no van a intentar hacer otra cosa, innovar, meter color o sombras... No, van a hacer la palabrita, se llevan el dinero calentito a casa y listo.

¿Hay cierta oposición entre los que consideran el tattoo como un arte o un oficio y los que lo ven como una manera de ganar dinero?

D.F. No, simplemente que con esa persona no vas a comparar, compartir o aprender nada. A los que sí son tatuadores sí les respondes las historias, les preguntas, les felicitas por su trabajo... En cambio, a los otros los ignoras.

S.L. Los que sí nos interesamos tratamos con personas que sí tienen un interés en seguir aprendiendo. Se crean dos bandos: uno en el que todos nos interesamos por todos y otro que está ahí pero que, desde mi punto de vista, no creo que se hablen entre ellos para intercambiar dudas o consultar sobre técnicas específicas.

D.F. Aparte son personas que no suelen invertir. Buscan generar dinero, pero invertir para ellos es perder dinero. Hoy me han dicho: “Oye, me encantaría ser tatuador porque no veas el dinero que has hecho estando dos semanas por ahí”. Pero también tienes que saber lo que he invertido. Para Nueva York he invertido todo lo que tengo. Si sale mal me vuelvo a Sevilla empezando de cero.

¿Por qué os vais a Nueva York?

S.L. Nosotros estuvimos en octubre allí. Antes habíamos estado trabajando en Madrid, con una empresa que se llama Noble Art. El dueño, que nos conocía de las redes, tiene estudios en un montón de países. Nos dijo que le gustaba nuestro estilo y que si queríamos empezar allí. Nosotros no lo pensamos. No tenemos más responsabilidades que nuestro trabajo, ni estudio propio, ni hijos. Nuestras familias están bien y no dependen de nosotros. ¿Por qué íbamos a decir que no? Fuimos un poco egoístas pero es nuestro momento. Si decimos que no, creo que nos arrepentiríamos toda la vida.

D.F. Al final son muchos factores. Allí vamos a tener compañeros de los que vamos a seguir aprendiendo mucho. La cuestión económica allí es otro mundo. Además somos pareja, llevamos tres años y es la primera vez que nos vamos a independizar juntos, eso también nos tira mucho.

S.L. También hemos viajado juntos a varios estudios. Cuando yo entré en el estudio en que él estaba empezamos la carrera juntos. Nos llevamos muy bien en el trabajo. Sabemos separar muy bien la vida personal y la laboral. Somos estrictamente compañeros y nos criticamos mucho entre nosotros. Él más que yo (ríe). Creo que vamos a aprender muchísimo allí también. Es la misma sensación de cuando entramos juntos en Uffizi, que aprendimos un montón porque hay artistas buenísimos. Y si volvemos tenemos las puertas de ese estudio abiertas.

¿Se os queda chica Sevilla?

D.F. Es que el sur de España en tattoo no avanza mucho: es realismo, línea fina y poco más. Es verdad que el tradi, old school...

S.L. ... el neotradicional, el japonés, todo eso aquí no se hace. Dentro del realismo, a la gente le cuesta decir: “te marco una idea y haz lo que tú veas”. Cuando me dicen eso tiemblo, porque entonces es peor, me dicen al final: “a mí esto no me gusta, cámbiamelo todo”.

¿Habéis pensado alguna vez en la idea de que, si volvéis, importar ciertas ideas o conceptos que puedan revolucionar el panorama del tattoo en Sevilla?

D.F. Claro. Si puedo, lo hago.

S.L. Por supuesto. Y además creo que se vería poco a poco. Si ellos, además de a tatuar, nos enseñan cómo llevar las redes sociales, yo lo voy a traer y en Uffizi lo voy a enseñar. No me lo voy a quedar para mí porque ellos nos han enseñado todo lo que sabemos.

Vosotros venís de barrios periféricos, Torreblanca y Padre Pío. ¿Habéis sentido alguna vez el estigma de decir que venís de esos barrios?

S.L. Algunas veces me pasaba (que ya me hacía hasta gracia) que cuando tatuaba en Amate venía mucha gente gitana de Las Tres Mil, Los Pajaritos... Y cuando decía que era de Torreblanca me respondían: “¿De Torreblanca? ¡Pues no te pega!”. Yo pertenezco a Torreblanca pero muy pegado a Sevilla Este, en Las Lumbreras, con gente trabajadora normal y corriente. Te encasillan en una apariencia concreta.

D.F. A mí no me ha pasado nunca, que yo recuerde.

S.L. Pero yo creo que si tú dices Padre Pío es como si dices el Parque Alcosa. Pero Torreblanca es un barrio más marginal, pero porque antiguamente era así.

¿Qué supone, mentalmente, salir de barrios donde hay una comunidad fuerte, con arraigo vecinal y un ambiente un poco de pueblo para dar el salto a la Gran Manzana?

S.L. Para mí es un orgullo. Lo comento mucho en el estudio, con risa: “De Torreblanca a Nueva York”. Tampoco voy a dármelas de lo más grande, pero pienso que no todo el que triunfa tiene que venir de barrios adinerados o de Madrid o Barcelona. De barrios más normales, por así decirlo, también sale gente. Nosotros vamos a irnos a trabajar de lo nuestro a Nueva York a través del arte, que también es bastante gordo, pero también salen profesores, abogados y gente con muchos estudios.

D.F. Creo que nunca hemos estado deseando salir de nuestro barrio. Yo me hubiera quedado ahí y tan normal. Pero tampoco somos de los que dicen que nunca se irían de su barrio o de su Sevilla. Tenemos amigos que nos dicen que esto no lo harían porque les tira mucho su ciudad y su pueblo, y no se ven en una ciudad tan grande, pero por probar...

¿Os asusta estar en una gran metrópolis?

D.F. A mí no. Se lo decía a ella: te montas allí en el metro y hay de todo, por la calle te encuentras a gente vestida como les da la gana y nadie los mira. Bueno, los miro yo porque aquí te pones algo que desentona y ya te miran, y allí pasan como si fueran por su casa. Y eso me gustó, no me asusta.

¿Alguna vez os ha cohibido en vuestro trabajo el que en Sevilla se haga notar tanto lo que desentona?

S.L. En nuestro trabajo, donde menos. Al contrario, creo que incluso atrae un poco. Una vez me dio por ponerme los pelos verdes fosforitos y a la gente le gustaba. Si eso lo haces en otra profesión, creo que ni entras. O como si vas lleno de tatuajes.

¿Qué se puede hacer para quitarle el estigma social y la mala imagen a los tatuajes?

S.L. Es que ahora es rara la persona que no tiene tatuajes, o que no tiene absolutamente nada. Hoy la niña más pijita tiene una letrita en la muñeca, y más ahora que está la línea fina. Antes no todo el mundo se tatuaba porque no existían medios para hacer cosas más elegantes o sutiles. Los tatuajes eran negros y gruesos, y no a todo el mundo le gustaba eso. Ahora cada vez hay más estilos porque hay aparatos y materiales con gran precisión, que no vibran, con agujas ultrafinas... Con eso puedes hacer cosas impensables. Antes las agujas las soldaban los tatuadores cuando acababa la jornada. Eso no lo he hecho yo en mi vida.

D.F. Creo que el poquito rechazo que queda al tattoo en el mundo laboral se acabará cuando nuestra generación sustituya a la de nuestros padres y la de nuestros padres a la de los abuelos. Cuando nosotros tengamos 40 ó 50 años ya vamos a estar casi todos tatuados.

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