María Jiménez es única. Y único ha sido también el adiós que le ha querido organizar su familia, contando con el cariño incondicional que le profesa Sevilla, la ciudad donde nació. Después de pasar algo menos de 24 horas en la capilla ardiente instalada en el salón apeadero del Ayuntamiento hispalense (donde no faltaron referencias flamencas, ni el aroma a incienso que tanto le gustaba, ni las plumas de pavo real que convirtió en símbolo de su carisma y rebeldía), su féretro ha paseado en coche de caballos por las calles del centro hasta llegar a Triana, su barrio.
Durante todo el recorrido, esta artista universal ha estado arropada por miles de sevillanos que han querido acompañarla en su paseo de despedida por la capital hispalense. De esta forma, sus familiares cumplen con la última voluntad de esta “grande de España”, que dedicó sus letras y acciones a intentar que este mundo fuese otro diferente al que le tocó vivir.