“Jesús dijo: dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19:14). Pero que no se confundan, los cielos sí, las plazas no: “prohibido el uso de balones”. En la plaza de San Lorenzo de Sevilla hay dos señaléticas colocadas a ambos lados de la fachada de su iglesia tras la petición hecha por la Hermandad del Gran Poder, una de las tres corporaciones que comparten culto en el enclave hispalense, ante la estupefacción de los vecinos que transitan y conocen la zona. El pecado, o la multa en este caso, asciende a los 120 euros.
Son las 11 de la mañana y el verano aprieta con premura. Hay sombra, poca, dibujada por unos árboles raquíticos y los frontis de las basílicas y las casas adosadas. Apenas hay tráfico, los bares están cerrados y los trabajadores de los alrededores se dejan caer en los bancos de piedra mientras los feligreses salen y entran de la iglesia. Teresa lleva 53 años viviendo en San Antonio y viene a comprar en la lotería del barrio. Se acaba de enterar que han prohibido jugar a los niños en el lugar de recreo de tantas tardes: “Mira, cuando mis tres hijos eran pequeños íbamos todas las madres con los niños, de la misma edad y la misma clase, y también se formaban peloteras, como en los patios comunitarios de las viviendas, pero, ¿qué hacemos? ¿Dónde metemos a los chiquillos? Luego dicen que están todo el tiempo con las maquinitas, pero es que no tienen vida, no los dejamos salir ni estar en la calle”.
La polémica ha corrido como la pólvora en las redes sociales. El tuit de Kevin Guzmán recibió la respuesta del Ayuntamiento de Sevilla, quien esgrime que “eran frecuentes los golpes con balones de reglamento tanto en la fachada de su basílica -la del Gran Poder- como en la fachada y los azulejos de la iglesia de San Lorenzo, la cual es Bien de Interés Cultural (BIC)”. Preguntados por este periódico, el Consistorio añade que miembros del Distrito se han acercado a hablar con el párroco y la asociación de vecinos, “que alertan del riesgo de balonazos a personas mayores en los horarios de acceso a las misas”. Es, en todo caso, una señal disuasoria “como en otras zonas de Sevilla o ciudades”, aunque no aportan ningún ejemplo en concreto.
Un BIC donde no se mencionan los paños cerámicos
El templo del siglo XIII consta de tres frentes, uno que da a la calle Eslava, otro a la calle Hernán Cortés y el principal que enfrenta la Plaza de San Lorenzo. La fachada presenta en los dos extremos volúmenes salientes que ubican las capillas Sacramental y del Dulce Nombre. No consta información sobre los paños cerámicos en la plataforma web de la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico que lo cataloga como BIC, aunque sea uno de los motivos principales que presenta el Consistorio, cuyas fuentes comentan que “todo el edificio está protegido”. En todo caso, el portal digital de la Cofradía de San Lorenzo ofrece algunos datos del retablo de ánimas, a la derecha de la entrada principal. Es una composición de azulejos que data de 1965, hecha por Antonio Kiernan y horneada en la fábrica de Cerámica Santa Ana. De las demás piezas nada se menciona.
A las puertas del Gran Poder está Juan Domínguez, con sus 74 años, y Alina Stoina, de 45. Ella pide dinero y él compra prensa escrita. Contemplan la plaza en la que han vivido estas dos últimas décadas y dicen que hay bastante espacio entre los bancos y la entrada de las parroquias. A su lado, Gemma lleva un mes sustituyendo a una compañera de la ONCE, y los tres lo tienen claro: “Los niños no molestan, es que no hay cosa más bonita que una plaza con niños”, coinciden. “Vale más un niño que una fachada, ¿no?”. Y Gemma recalca que no tienen otro sitio cercano al que ir, salvo un espacio delante del Corte Inglés de la Plaza del Duque o la Alameda de Hércules, donde circulan los vehículos y la presencia de bares y restauración complica que estén cómodos. “En invierno a lo mejor te los ves jugando a las cinco de la tarde con el sol, ¿pero en verano? Si acaso bajan a las nueve cuando salen con los padres”. La sabiduría popular es lo que tiene cuando se une experiencia y climatología.
Las campanas repican y el silencio del interior solo es perturbado por el aleteo de los abanicos. No hay miembros de las hermandades, están trabajando, en una reunión o no vuelven a la actividad hasta septiembre, ofrecen quienes están en la secretaría de las tres entidades, por lo que no hay forma de contactar con ellos ni que respondan a las preguntas de este periódico. De cualquier manera, las cofradías de la Soledad de San Lorenzo y la del Dulce Nombre no se han pronunciado al respecto en ningún comunicado, ni a favor ni en contra, siendo indirectamente aludidas en el asunto.
“Unos pobres críos que no tienen dónde jugar”
El kiosco de la esquina de la Plaza de San Lorenzo se yergue con sus golosinas, sus periódicos, revistas, paquetes de papas y refrescos desde 1998. Lo lleva Rafael García, espectador privilegiado de las travesuras de la chiquillería que hace correr a sus madres detrás de ellos. “Si me dicen que el problema pasa por las personas mayores, lo entiendo, porque los chicos de 14 o 16 años que juegan con el balón pueden causar un serio daño, y todos sabemos que cuando juegas al fútbol con tus amigos parece que el mundo deja de existir”, comenta, “pero el condicionante de que estropeen la fachada es ridículo”.
“Lleva siglos aquí, al igual que jugándose al balón, y si se descascarilla la pintura, la vuelves a pintar, más aún con todos los recursos económicos que posee la Iglesia. Además, esos lamparones que se ven no son de los balones sino de la humedad”. El propietario desearía ver unos columpios, un tobogán, un balancín como en otros parques infantiles para que se fomente la diversión y el disfrute de las familias, y recuerda que “se han instalado veladores para que los bares puedan servir en terraza, así que, ¿para sacar dinero sí y para unos pobres críos que no tienen dónde jugar les vas a poner impedimento?”.
La responsabilidad, aluden los entrevistados, habría de recaer en los progenitores que acompañan a los menores de edad para que vigilen que nadie salga dañado por un mal tiro o, también, sustituir los elementos de juego por otros menos peligrosos. “Las quejas han venido de un tiempo a esta parte, porque cuando es Semana Santa o hay una boda nadie se queja”, remarca García. Señala el sitio donde suelen jugar la juventud, cerca de la entrada del Gran Poder, “espero que no sea por que se sientan amenazados de no recibir el aguinaldo”, dice en alusión a la edad de su comunidad. Ahora toca esperar cuál será el resultado de esta decisión que ha afectado a todo un barrio.