El 8M aguanta a pesar del cansancio y la fractura, pero con una pregunta en el aire: ¿no es mejor juntas?
El 8M de 2022 empezaba con más dudas que certezas. ¿Saldrá gente a la calle? ¿Pueden el cansancio y dos años de pandemia (y sus consecuencias) desarticular una protesta histórica? ¿Cómo es posible que justo en este momento, con una crisis que amenaza la igualdad y una extrema derecha en auge, el feminismo parezca vivir una brecha más irreconciliable que nunca? ¿Hará mella en la calle esa división? El martes 8 de marzo de 2022 empezaba también con los gestos cotidianos de siempre, más o menos atravesados por la efeméride. Unas amigas que se mandan memes en su grupo de Whatsapp, otras que quedan para ir a la manifestación, una madre que amamanta a su bebé en un banco de la Gran Vía de Madrid y que no se siente especialmente apelada por el feminismo, mujeres que comparten en redes el machismo cotidiano que han experimentado en su vida.
A última hora del día había algunas respuestas. Por ejemplo, que el feminismo ha vuelto a sacar a mucha gente a la calle -¿algún otro movimiento podría hacerlo ahora?-, que el espíritu intergeneracional que eclosionó en la huelga de 2018 sigue intacto, que siguen sobrando los motivos que mueven a miles de mujeres a decirse feministas y salir a protestar. Pero también que hay hartazgo, y no solo por la pandemia, también por el desconcierto y la desgana que provoca una división no compartida o entendida por muchas. “No voy a ir a ninguna manifestación”, declaraban algunas, desilusionadas o enfadadas. La protesta se dividió, pero no a partes iguales.
Aunque el feminismo ha convivido siempre con distintas corrientes de pensamiento, el trasfondo político, generacional y social ha hecho que en los últimos dos años crezca una fractura que en 2022 ha terminado por hacerse más visible y afilada que antes. La división es más fuerte en unos territorios que en otros y así se ha evidenciado este 8M. En Barcelona, por ejemplo, la convocatoria fue unitaria y la ciudad no vivió un 8M polarizado. Tampoco Bilbao, Santander o Valladolid. En el otro extremo, Madrid, el foco donde esa brecha se escenificó con más fuerza. Otras 20 ciudades vivieron manifestaciones divididas, como Sevilla. En todos los casos, fueron miles de personas las que salieron a la calle y, en general, fueron las manifestaciones convocadas por las asambleas y comisiones del 8M, que organiza las marchas desde hace décadas y que se calificaban como inclusivas, las más numerosas.
Convicción y confusión
En Madrid, el escenario principal de la división, la manifestación de la Comisión 8M recorrió el paseo entre Atocha y la Plaza de Colón con cerca de 50.000 personas asistentes, según la Delegación del Gobierno. Las convocantes subían la cifra hasta las 100.000 personas. Fue a esa marcha a la que asistieron los partidos del Gobierno de coalición: tanto el PSOE como Unidas Podemos acudieron con sus propias pancartas y con la presencia de hasta ocho ministras y ministros, también de secretarias de Estado y de cargos orgánicos de relevancia. Ciudadanos también participó con una pequeña representación y pancarta propia. También los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, asistieron, así como los minoritarios.
Entre las miles de mujeres anónimas, y también muchos hombres, estaban Meri, de 36 años, y Laura, de 46, que acudían con sus hijas. Con siete años y las caras pintadas, las cuatro niñas saltaban al grito de “que bote que bote, machista el que no bote”. Las cuatro se declaraban feministas, “porque eso es igualdad”. Susana (61) y Paquita (82), hija y madre, recorrían la marcha cogidas del brazo. Paquita, envuelta en una bandera republicana, aseguraba que las mujeres “todavía no tenemos todos los derechos que deberíamos” y recordaba los tiempos de Franco: “nos tenía en un puño”. Quizá por eso, su hija Susana cree que la amenaza de la extrema derecha, “que quiere quitarnos nuestros derechos”, era un buen motivo para salir a la calle este 8M y dejar claro “que vamos a luchar”.
La marcha convocada por el llamado Movimiento Feminista de Madrid partía del inicio de Gran Vía y la recorría hasta la Plaza de España. La Delegación del Gobierno cifraba la asistencia en 3.000 personas. El PP fue el único partido político que anunció su adhesión a esta manifestación. Había quien asistía por convicción, pero también cierta confusión. Eloy, de 22 años, y su madre, Charo, de 57, estaban ahí por convencimiento, “porque ser mujer no es un sentimiento”. Candela, Alejandra y Paula, entre los 17 y los 20 años, tenían más dudas. “Tengo entendido que esta es la manifestación radical, pero no sabemos muy bien, nos hemos metido aquí. Sí que somos abolicionistas”, decía Candela. A su lado, su amiga Paula admitía sentirse incómoda: “Lo único que no me gusta de esta manifestación es la transfobia que hay, yo no tenía ni idea de esto y no me siento a gusto gritando estas cosas”. De fondo, los gritos decían “no queremos hombres en nuestros espacios” o “fuera rabos de nuestros lavabos”.
De vuelta en la manifestación organizada por la Comisión 8M, las banderas trans y la diversidad de participantes hacían las veces de lemas. Zoe y Mery, de 18 y 21 años, sostenían sus pancartas con orgullo. “La mujer no es un koño”, rezaba una, “Feminismo interseccional”, decía la otra. Ellas explicaban sus motivos: “Este año es muy importante darle visibilidad a las mujeres trans. Para nada nos sentimos amenazadas ni sus derechos son un riesgo para las demás. Con estas pancartas queremos dejar claro a las trans que nosotras las abrazamos”.
Voy con las brujas
El feminismo estaba, también, en las pancartas. La movilización no está en plena forma; la creatividad, sí. “Si vuelve el medievo, voy con las brujas”. “No soy un perro, a mí no me silbes”. “Tu mente es más corta que mi minifalda”. “Mi estación favorita es la caída del patriarcado”. “Neruda, cállate tú”. “Me gusta perrear sola”. “Rapunzel, recógete el pelo. Que este pringado suba por las escaleras”. “Somos históricas, no histéricas”. “Que no te engañen, no fue tu culpa”. El 'Ay, mamá', de Rigoberta Bandini, se convirtió en una especie de himno oficioso. La canción de la cantante y compositora catalana hizo de banda sonora de las manifestaciones de estudiantes que cruzaron el centro de decenas de ciudades durante la mañana y también de muchas manifestaciones de las asambleas 8M por la tarde. Había quienes la cantaban o bailaban a su aire, otras inventaban coreografías que seguir entre todas.
Porque están las declaraciones, los anuncios y los lemas. Las fracturas, los matices, los debates y el pensamiento. Las cifras de asistentes, la nostalgia de otros años, las dudas sobre lo que viene. Las reivindicaciones, las exigencias, las políticas. Pero el 8M también es muchas otras cosas.
El 8M es el Whatsapp de la amiga con un “te veo a las siete en la mani”. Es el mensaje del ex que te dice: “gracias por enseñarme tanto”. Es también el ex al que nunca volverás a escribir. Dos señoras que caminan del brazo, bufandas moradas al cuello, cruzando el centro de Madrid por la mañana. Los turistas que, asombrados, hacen fotos a la concentración de estudiantes y que deciden comprar por diez euros un pañuelo con un lema feminista que colocan en su mochila. Las niñas, las abuelas, los chavales que acompañan a sus amigas a la marcha, las maestras que llevan el feminismo a las clases. El 8M de 2022 es la sensación compartida por muchas aunque expresada de diferentes maneras y que deja otra pregunta: ¿no es mejor juntas?
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