La víctima de abusos de Astorga denuncia ante el Papa que el obispo “protege, ampara y defiende” a su abusador y a quienes le encubrieron
“¿Puede su Santidad hablarme del cielo?... Del infierno le puedo hablar yo”. Francisco Javier ha dicho basta. A sus 44 años, la víctima de abusos sexuales en el seminario de La Bañeza tira de la manta, y acusa a la jeraraquía eclesiástica de “proteger, amparar y defender” a los abusadores. Su caso fue el primero en España reabierto, juzgado y que acabó con una condena (apenas un año fuera del sacerdocio, del que solo cumplió la mitad) para José Manuel Ramos Gordon, el hombre que abusó de él, de su hermano y de decenas de chicos en La Bañeza.
Sus dardos van contra el obispo de Astorga, Juan Antonio Menéndez, quien se negó a abonar la indemnización prometida por la diócesis con la excusa de que “sería prevaricación”; contra los obispos españoles: escribió a las 70 diócesis relatando su horror, pero sólo los cardenales Omella y Blázquez le han respondido; y apela ahora al Papa, a quien escribe, por tercera vez, para exigir que “acabe con la impunidad” de los depredadores sexuales, y sus encubridores, en la Iglesia.
A finales de los años 80 sufrió abusos sexuales en el seminario de La Bañeza (Astorga, León) a manos del cura José Manuel Ramos Gordon. Esos abusos marcaron su vida. Nadie quiso responder en la Iglesia, sumiéndolos en una completa oscuridad. Tras intentar, infructuosamente, que se hiciera justicia en la diócesis, Javier escribió a todos y cada uno de los obispos españoles. Sólo el cardenal de Barcelona, Juan José Omella; y el presidente de la CEE, Ricardo Blázquez, se dignaron a contestarle. Omella, además, se comprometió a hacer llegar su carta a Francisco.
“¿Ha leído mis cartas?”
Tras siete meses, sin respuesta papal, Javier decide hacerla pública. En la misma, la víctima de abusos de Astorga, “con el corazón en un puño y roto de dolor”, pregunta a Francisco. “¿Las ha leído?, ¿Se las han hecho llegar?, ¿alguien las está encubriendo para decir después que no tenía conocimiento alguno de la situación?”.
Javier se confiesa al Papa “ocultado y silenciado, indignado por las actuaciones que el Obispado y la santa Sede están teniendo conmigo y con el resto de víctimas (…), cuyas heridas siguen sin cicatrizar por la poca consideración hacia nosotros y por el trato de favor que se les está dando a ciertos sacerdotes y obispos criminales”.
Javier denuncia ante Francisco a varios sacerdotes, al antiguo vicario y ex obispos de Astorga, que “encubrieron, permitieron, avalaron, ampararon que su sacerdote Ramos Gordón abusara de mi hermano y de mí repetidamente. Se iban a dormir siendo conocedores de los salvajes, atroces y crueles actos”.
“Su obispo no castiga al encubridor, le otorga un ascenso”
Sobre el actual obispo, monseñor Menéndez, “dice que no puede hablar, que es la Santa Sede quien tiene que hablar”. “El mismo silencio, omisión y ocultación continúan. Su Obispo no castiga al encubridor (Javier Redondo), le otorga un ascenso, le premia haciéndole Vicario. Su obispo mirándome a la cara, me dijo que personalmente haría cumplir el ridículo e insultante castigo impuesto a Ramos Gordón (Un año apartado), tiempo en el que le permitió oficiar misas y recibir homenajes. Le protege, le ampara y defiende”.
“La iglesia de Astorga, Santo Padre, no asume ni se responsabiliza de sus CRIMENES (sic), se lava las manos como Poncio Pilatos”, denuncia Javier. Y pregunta directamente a Francisco: “¿Alguien va a actuar ya en consecuencia?, ¿Se va a seguir ignorando el dolor y el grito desgarrador de justicia de las víctimas? Las palabras de vergüenza y perdón son solo eso; palabras vacías, sin acciones, no hay un claro sentimiento de dolor por los niños abusados, víctimas que en ocasiones somos hasta cuestionados”.
“¿Tolerancia cero? Santidad: mentira”
“¿Tolerancia cero? Santidad: mentira”, arremete la víctima, quien confiesa al Papa que “mis ganas, mis fuerzas, mi ilusión, mi fe en Dios, en la iglesia y en los hombres; se desmoronan. Las víctimas pedimos que se nos escuche y que se repare lo que nos robaron, no queremos más falsos perdones, más hipocresía”.
“Basta de excusas, queremos justicia, una justicia real, con su condena y su reparación. No más desprecios, el mundo sabe ya la verdad. Esa verdad horrenda que algunos pretenden justificar ante lo injustificable”, culmina Javier, quien lamenta que desde su aparición en Salvados, el pasado mes de diciembre, “recibí cientos de miles de mensajes de apoyo, aliento, comprensión y cariño. Sentí el calor de muchísima gente de buena voluntad. '¿Alguna respuesta por parte de la autoridad Eclesiástica?', me preguntaron… SILENCIO, SOLO HAY ABSOLUTO SILENCIO”.
Y es que, afirma, “la cultura del silencio, donde las heridas del alma se negaban, se callaban, se omitían, se escondían, de eso se valieron todos los culpables y criminales para ocultarlo durante demasiado tiempo. ¡Ya basta!. Es hora de ver que realmente la iglesia está dispuesta a aceptar sus crímenes, condenarlos y reparar los atroces actos”, termina su carta Javier, que suplica al Papa “que escuche mi clamor de justicia”. Siete meses después, la carta sigue sin ser contestada. Por eso, Javier quiere que la publiquemos.