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Comida 'plastificada': se venden 7.000 toneladas más de frutas y ensaladas envasadas que hace cuatro años

Frutas y verduras plastificadas

Analía Plaza / Raúl Rejón

Según entras a la izquierda está el estante de la fruta cortada, los sándwiches y las ensaladas para llevar. A la derecha, el del sushi recién hecho y los platos preparados. De fondo, pan cortado, pan envasado, barras de pan y cajas de verduras y hortalizas. Y, en todas partes, el plástico. Hay parejas de aguacates, medias coles, hojitas de laurel y hasta pepinos individuales rodeados de filme transparente. ¿Y si la naturaleza hubiera inventado un sistema para protegerlos del exterior? 

“Los envases cumplen una función insustituible”, defiende Ignacio García, director de la patronal de supermercados ASEDAS. “No son un capricho, no se usa algo que puede perjudicar el medioambiente sin que esté justificado”. Las principales razones, añade, son tres: seguridad alimentaria, preservación y conveniencia. El consumidor no solo lo quiere fresco, sino listo para tomar, y el mercado responde. 

El pasado 1 de julio terminó una era: la de las bolsas de plástico gratis. A partir de ese día, todos los comercios deben cobrarlas. El objetivo era desincentivar el uso de uno de los envases más dañinos con el medioambiente: las bolsas tienen una vida útil muy corta y apenas se reutilizan, pero tardan hasta 500 años en descomponerse. La patronal llevaba tiempo felicitándose por un logro parecido, porque en 2009, mucho antes de que se aprobara la ley, firmó con sus socios la obligatoriedad de cobrar. Y asegura que redujo su demanda un 85%.

Un paseo por el supermercado demuestra, sin embargo, que el plástico sigue más que presente. En todos los lineales. “Hay verdaderas barbaridades”, dice Cristina Cañavate, creadora de Zero Waste, un grupo que promueve los 'residuos cero' en España y que esta semana ha llamado al boicot al plástico. “Hay sobres monodosis de ketchup, magdalenas con doble embalaje y, para colmo, están la piña cortada y troceada, cuando la piel es lo natural. Es una perversión: la comodidad del consumidor genera mayores gastos en la economía y la gestión de residuos”.

Civilización extrema

El Carrefour de la plaza de Lavapiés, en Madrid, abre 24 horas al día desde 2016. Hay varios como este en la ciudad. El centro cuenta con parte 'Bio' (la enseña también tiene tiendas 'bio' independientes) y con secciones de carnicería y pescadería. Dos redactores de eldiario.es pasamos una mañana haciendo una compra “normal”. ¿Hasta qué punto induce el supermercado a comprar plastificado?

Lo primero que va a la cesta es el hummus, del que ya venden distintas variedades y marcas  –siempre, claro, en envases de plástico–. Está justo al lado de la piña cortada, cuyas tarrinas (de plástico) de 160 gramos cuestan 1,60 euros (eso son diez euros el kilo, mientras que una piña entera y sin pelar cuesta 1,95 euros el kilo). En este estante hay bocadillos y pequeñas ensaladas: es el de los caprichos, el de comer algo rápido, no el de la compra normal. Pasamos al pan.

No hay ni un solo pan sin plástico. Los que van cortados llevan bolsita; las barras, papel y filme transparente para que se las vea. En una panadería normal no están cada una en su paquete. Las razones de que aquí sí tienen que ver con la presentación del producto y su manipulación. “Los responsables de calidad y seguridad aconsejan que vayan envasados para evitar contaminación por parte de los consumidores que los puedan tocar”, aseguran desde la patronal de los supermercados. “Te sorprendería saber las posibilidades de contaminación que existen. Si no se dan, es por el trabajo de los expertos”.

No parece que la misma razón aplique a la zona cero del plástico  –sección frutas y verduras– donde hay de todo para elegir. Hay aguacates envasados de dos en dos, otros de tres en tres y luego hay grandes cajas de aguacates sueltos, de los que hay que coger individualmente, meter en una bolsa (más plástico) y pesar. Esto se repite en kiwis, brócoli, pepinos, uvas o nectarinas, que también suben de precio cuando van en un paquete. Tiene nombre propio: la famosa conveniencia. Circulan por internet fotografías de mandarinas peladas y plastificadas, incluso de huevos duros sin cáscara pero en un recipiente de plástico, con la etiqueta de extreme civilisation (civilización extrema). Pues más o menos así: el avance era coger un pack.

El gran negocio de la verdura troceada

Al hablar de verdura envasada hay dos categorías: la que viene en cajitas y la que está lista para llevar (ready to eat). Esta última se llama cuarta gama y su cara más visible son las ensaladas tipo Florette, que suponen más del 55% del mercado en España. El resto son verduras (45%) y fruta (1,5%). Y Florette y el Grupo Alimentario Citrus, proveedor de Mercadona, son las gigantes del sector, que va viento en popa.

En 2015, España fabricaba 99.000 toneladas anuales de frutas y hortalizas preparadas; en 2018, 106.000. Dentro de esto, la única pata que crece es la distribución. Ni los restaurantes ni para la exportación: donde más verduras troceadas y empaquetadas se venden es en los supermercados. Y todas van envueltas en plástico.



¿Cómo es posible que pleno momento de concienciación con los residuos sea un sector tan intensivo en envasado un auténtico éxito? “La categoría de vegetales listos para consumir crece a doble dígito [...] gracias al éxito de las nuevas propuestas de fabricantes, que reconocen que escuchan al consumidor para ofrecer las soluciones que demanda, muy enfocadas al concepto 'conveniencia'”, indica un informe de Alimarket. Además, cita un estudio de AECOC según el cual el 56% de los españoles compra verdura preparada por “falta de tiempo”. El 46% compraría más si hubiera más oferta.

Las empresas han visto ahí un filón para vender alimentación saludable lista para comer. Y están invirtiendo en maquinaria y producto para trocear manzanas, melones, brócoli, pepino, zanahorias o coliflor (categoría 'snacks). Según este informe, les preocupa el asunto del plástico y buscan nuevos materiales (cartón, reciclables), pero “ante la falta de alternativa”, indican que “el plástico tiene ventajas sustanciales, ya que además de asegurar el contenido del producto, le da visibilidad y permite ver su frescura”.

Al fabricante le funciona y al comprador le gusta, por eso el supermercado está cada vez más lleno de verdura plastificada.

Qué hacen otros y qué dirá la ley

Así como sucedió con las bolsas –un icono, convenimos, la punta del iceberg del problema– las tiendas y fabricantes tienen cada vez más presión social y regulatoria para reducir los plásticos de un solo uso. En 2021 en la Unión Europea se prohibirán determinados productos como los bastoncillos, platos, vasos y cubiertos de plástico. En 2024 los tapones tendrán que ir unidos a la botella y para 2026 los países deberán reportar que han reducido envases. 

“El enemigo número uno de quien intenta reducir residuos es el plástico”, apunta Cañavate desde Zero Waste. “Es irónico que un alimento que dura como mucho una semana esté envuelto en algo que tarda tanto en desaparecer”. Su boicot, añade, parece funcionar: se ha hecho viral y al menos en su pequeño negocio de comida preparada (donde solo sirven en tuppers de casa o de vidrio) los clientes lo comentan y dicen que intentarán vivir con menos plástico. “Queremos que la gente busque alternativas, alimentos y otros envoltorios”. 

Si después de leer esto tú estás en las mismas, hay información en internet sobre por dónde empezar. Incluso desde la patronal de supermercados descargan cierta responsabilidad en el consumidor. “Todo el esfuerzo que haremos como sector no tendrá nada que ver con que al final los productos acaben en el medioambiente”, concluye su director, Ignacio García. “No se debe a que estén en el mercado, sino a que se les ha dado un destino inadecuado. Para algo están los puntos limpios”.

“Es un ejercicio doble: antes de que lo demandaran lo mirábamos, porque nos preocupa. Pero es que ahora los clientes lo demandan y es normal”, indica Efrén Álvarez, fundador de la empresa española Wetaca, que envía tuppers (envasados al vacío y de plástico) de comida preparada a domicilio. “Es cierto que si sumáramos todos los envases que necesitas para preparar un plato como los que enviamos serían más, pero no es excusa. Nos hemos puesto de plazo el final de verano para encontrar una alternativa”.

En su caso, cuenta, llevan meses intentando sin éxito dar con un envase alternativo que les permita seguir enviando tuppers. Salir del reino del plástico no es tan fácil. “Necesitamos un envase no poroso. Al no usar conservantes, si tiene poros el vacío se va y perdemos la conservación. Hemos probado uno de celulosa, almidón de maíz y almidón de patata, otro 100% de celulosa y otro de pulpa de caña de azúcar. Y en todos entra oxígeno. Nos queda una opción, un bioplástico, pero necesitamos una empresa que quiera fabricarlo. Está siendo una travesía larga. Si no lo conseguimos montaremos un sistema de retorno. Es la última opción”. 

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