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La posible nueva tumba de Franco: céntrica, visitable y contraria a la gestión memorialista de Alemania o Argentina

Nostálgicos de la ortodoxia comunista celebraron el 124º aniversario del nacimiento de Mao. |

Juan Miguel Baquero

Franco reposando como el dictador Mao Tse-Tung. O como Kim Jong-Il. Si la exhumación del dictador español acaba con sus restos cadavéricos en la catedral de La Almudena de Madrid, tras dejar el faraónico Valle de los Caídos, el militar golpista acabará a la altura de un tirano en China o Corea del Norte. Es lo que quiere su familia: enterrarle en el centro de Madrid. Y la Iglesia católica ha abierto sus puertas alegando que no puede hacer nada.

El Gobierno de España, por ahora, dice que no tiene herramientas para frenar este deseo de la familia Franco, aunque es probable que convierta un céntrico y turístico lugar en parada de peregrinación franquista. Un temor que comparte el Arzobispado de Madrid. “Es un panteón privado de la familia Franco que compraron hace años”, señalan desde Moncloa. No hay forma de oponerse a la nueva tumba, dicen. 

Las limitaciones del Ejecutivo de Pedro Sánchez, sin embargo, chocan con la decidida estrategia de otros países como Alemania o Austria, que desmantelan sin complejos espacios de peregrinaje nazi, caso de las tumbas de Rudolf Hess y de los padres de Hitler. Y hasta Rusia, que sacó a Stalin del Mausoleo de Lenin para llevarlo a un lugar menos preeminente. Pol Pot fue incinerado tras dejar el país con más fosas comunes del mundo. Y el argentino Videla acabó en una sepultura anónima.

Franco “enterrado” en el mar

Que los restos de Franco sean arrojados al mar. Es la propuesta del hispanista Paul Preston. “Cualquier tumba dentro de España podría simplemente sustituir al Valle de los Caídos como lugar de peregrinación para sus adeptos” por lo que “se podría proponer un entierro en el mar”, concluye el historiador.

La idea, por descabellada que pueda parecer, no es nueva. Existen precedentes. En Alemania, por ejemplo. El Gobierno presidido por Ángela Merkel desmanteló en julio de 2011 la tumba de Rudolf Hess, el amigo al que Adolf Hitler le dictó su libro Mi lucha [Mein Kampf]. El panteón había convertido la localidad de Wunsiedel (Baviera) en un espacio de peregrinaje nazi. El cadáver fue incinerado y los restos esparcido en alta mar. Fin de la película, como contaba el diario Süddeutsche Zeitung.

La lápida de la sepultura de los padres de Hitler en Austria también fue eliminada para acabar con las romerías nostálgicas de ultraderechistas. Las autoridades de la ciudad de Leonding, cerca de Lintz, dijeron que la decisión fue tomada “por un descendiente de la familia”, apuntaba una nota recogida por la BBC. Ocurrió en 2013. Aunque los restos de Alois y Klara no fueron exhumados de un lugar donde los admiradores del genocida solían dejar flores y símbolos nazis, se evitó la publicidad del enterramiento.

El propio Hitler acabó quemado. El jefe del Partido Nazi se suicidó en los estertores de la Segunda Guerra Mundial. También su esposa, Eva Braun. La versión oficial contaba que sus cuerpos, y los de la familia de Joseph Goebbles, fueron reducidos a cenizas. Aunque siempre hubo cierta polémica sobre su paradero. Lo cierto es que acabaron arrojados en 1970 al río Biederitz, cerca de Magdeburgo, según revelaban los archivos abiertos tras la disolución de la Unión Soviética.

Tiranos incinerados o en mausoleos faraónicos

El dictador argentino Jorge Rafael Videla acabó en una tumba falsa. Bajo una losa con la inscripción “Familia Olmos”, como desveló el diario Clarín. Porque nadie lo quería enterrar e incluso hubo protestas ciudadanas para evitarlo. Videla falleció en mayo de 2013. Lo encontraron muerto en el inodoro de su celda, en el penal de Marcos Paz donde cumplía cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad.

Quien también terminó incinerado fue el sanguinario Pol Pot. Su verdadero nombre era Saloth Sar y como líder de los Jemeres Rojos instauró un régimen que mató a unos dos millones de camboyanos entre 1975 y 1979, convirtiendo a Camboya en el país con más fosas comunes del mundo. Cuando murió estaba en una choza en mitad de la selva, asediado y bajo custodia de un grupo de “irreductibles”, como contó El País. Una pira levantada con neumáticos y ramas hizo desaparecer a uno de los grandes genocidas del siglo XX. El Gobierno “lamentó” que no se le pudiera realizar una autopsia completa para determinar la identidad del muerto y las causas del fallecimiento.

Otros dictadores sí están en mausoleos o en tumbas reconocidas, como en el caso de Franco. Pero algunos de un modo más modesto, como el italiano Benito Mussolini, que fue ejecutado por los partisanos en 1945. Su cadáver, y el de su amante Clara Petacci, fueron sometidos a ultraje y colgados boca abajo en una gasolinera de Milán. Un grupo neofascista robó los restos en el año 46. Y acabó enterrado en el 57 en una modesta tumba de su aldea natal, Predappio, convertida desde entonces en un lugar de peregrinación fascista. 

El funeral de Iósif Stalin, muerto en 1953, fue multitudinario. El cuerpo embalsamado, igual que el de Franco, estuvo en el Mausoleo de Lenin hasta el año 61. De ahí, y en pleno proceso de desestalinización, pasó a un segundo plano en la necrópolis de la Muralla del Kremlin. La sepultura quedó coronada por una estatua.

En Pekín, en el centro de la plaza de Tiananmén, está enterrado Mao Tse-Tung. El Mausoleo del Presidente Mao exhibe los restos del que fuera líder de la República Popular China y del Partido Comunista de China hasta su muerte en 1973. Y el Palacio del Sol de Kumsusan acoge los restos del fundador de la República Democrática Popular de Corea, Kim Il-Sung, y de su hijo y presidente de Corea del Norte, Kim Jong-Il. Es la preeminencia mortuoria que Mao, o el padre y el abuelo de Kim Jong-Un, comparten con Franco.

“Dado que la decisión [de exhumar al dictador Franco] no será universalmente bienvenida, si este decreto ley llega a ser aplicado, el problema será encontrar un lugar de enterramiento universalmente satisfactorio”, decía Paul Preston. Por eso, añadió, y aprovechando la “ambición” de Franco por “ser marino”, quizás lo mejor fuera “un entierro en el mar”.

De momento su destino es la cripta de la catedral de La Almudena, junto al Palacio de Oriente y uno de los lugares más visitados de Madrid. 

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