Beatriz, madre de un chico trans con síndrome de Down: “La sociedad cree que nunca lo va a tener claro”
“No creo que Jack sea el único chico trans con síndrome de Down. Estoy segura de que hay muchas personas con diversidad funcional a las que se les niega el derecho a la autodeterminación de género”. Beatriz Giovanna habla desde Alicante de su hijo, que nació hace 19 años y vive junto a su familia en la ciudad valenciana. Está aprendiendo el oficio de cocinero y le encanta jugar a baloncesto, pero además cuenta con otra característica que le ha marcado la vida: es un chico transexual. La de Jack es una historia invisible y apenas contada, la de un camino de obstáculos para lograr que su decisión sea válida y respetada.
“La palabra de las personas con discapacidad no es concebida como algo serio, para la sociedad no tiene importancia ni validez. No son tomadas en serio y son tratadas como eternos niños que inventan cosas y de pronto cambian de parecer. Imagínate si lo que dice es que es transexual”, explica su madre. Como el joven no se expresa ni escribe de forma convencional, Beatriz le ayuda a contar que “ser Jack” es lo mejor de todo el proceso, que empezó ya hace tres años. A sus 16 fue capaz de verbalizar con la ayuda de una psicóloga y una logopeda del centro al que acude que era un chico. Eso tras años de frustración y negativas a vestir y comportarse de una forma, asociada a la mujeres, que sentía impuesta.
Jack pone nombre y rostro a la múltiple discriminación que sufren las personas LGTBI con discapacidad, una realidad lastrada por la falta de referentes y de visibilidad. Así lo corrobora un reciente informe elaborado por la red europea Transgender Europe (Europa Transgénero), un colectivo de escala internacional que ha puesto el foco en este tipo de situaciones. En el estudio se ilustran alguna de las barreras que impiden a este colectivo “acceder a sus derechos humanos” atendiendo al hecho de que “la transfobia y el capacitismo –la discriminación contra las personas con discapacidad– están a menudo arraigados a los servicios y profesionales” a los que acuden estas personas.
Ello convierte en “probable” que experimenten “discriminación en relación con ambos aspectos de sus identidades cuando simplemente están tratando de satisfacer sus necesidades”, concluye el informe, que apunta a la necesidad de adaptar las prácticas y los protocolos sanitarios, poner fin a las actitudes prejuiciosas y acabar con “la falta de autonomía” que suele recaer sobre estas personas.
“¿Tu hija sigue diciendo que es un chico?”
Aunque Beatriz no esconde el duelo que ha supuesto “perder a una hija para ganar a un hijo” y reconoce que no ha sido un proceso fácil, alude también a los lazos y la estrecha relación que han logrado tejer. “Transitamos con paso decidido y en busca del derecho a ser y gozar de una ciudadanía plena. Sí, la de un chico con retardo mental, mi hijo, que decide y sabe lo que quiere”. Frente al prejuicio, esta mujer pelea para evitar que se repitan algunas de las situaciones desagradables que ya ha tenido que vivir antes y alude a que está convencida de que el proceso de Jack ha sido más largo que el de cualquier otro joven trans de su edad.
“Hay cosas que se te quedan grabadas. Hubo una psiquiatra que insinuó que su transexualidad era producto de que yo quería tener un hijo en vez de una hija”, cuenta Beatriz. “Fue doloroso, pero lo que hice fue responderle que jamás se me ocurriría condicionar a mi hijo así y que no era una cuestión mía”. Recuerda también cómo una compañera con la que entonces estudiaba un máster universitario le preguntó: “¿Entonces tu hija sigue diciendo que es un chico?”. “El hecho de que tenga síndrome de Down hace que la sociedad crea que nunca lo va a tener claro y que está impedido para tomar decisiones”.
Más allá de este tipo de discriminación más cotidiana e invisible, las personas con diversidad funcional y con orientaciones sexuales e identidades de género diversas sufren también agresiones. De hecho, estos son dos de los parámetros que mide el Ministerio del Interior en sus informes anuales sobre delitos de odio: en 2017, se registraron 23 denuncias por el primer motivo y 271 por el segundo. Sin embargo, los colectivos creen que esta es la punta del iceberg lastrada por la infradenuncia. De hecho, solo la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales contabilizó el mismo año 623 incidentes de este tipo.
Cambiar el nombre, pero no el sexo
En este sentido, el estudio de Transgender Europe hace hincapié en “el papel clave” que desempeñan las organizaciones en la puesta en marcha de un activismo “interseccional”, aquel que tiene en cuenta los diferentes ejes de discriminación que pueden confluir en una misma persona. Algo que, junto a la construcción de referentes, puede contribuir a romper el armario en el que están muchas personas: “Yo creo que hay muchas como mi hijo silenciadas por sus propias familias. De ahí la importancia de visibilizar esta experiencia de vida”, dice Beatriz.
Jack confiesa que actualmente se encuentra “muy feliz”. Desde el pasado mes de junio toma hormonas, pero aún no puede cambiar el sexo oficial en los documentos oficiales, aunque sí el nombre, algo que aún tiene pendiente y hará lo más pronto posible. Desde el pasado mes octubre, las personas trans y no binarias pueden modificar la mención registral relativa al nombre sin estar obligados a cumplir los requisitos que actualmente contempla la ley gracias a una instrucción del Gobierno. Con respecto al sexo, sin embargo, la patologización sigue pesando, ya que deben presentar un informe que acredite que tienen disforia de género, algo que el Congreso está trabajando para cambiar. “La sociedad tiene una deuda pendiente con las personas diversas”, concluye Beatriz.