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'Gloria' ilustra la nueva normalidad climática que afronta España: fenómenos extremos en épocas inesperadas

Gloria golpeando embarcaciones en Port de Pollença (Marllorca).

Carlos Puentes Luque

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El temporal que ha golpeado el Levante estos tres últimos días ha ilustrado la nueva normalidad climática que afronta España: fenómenos extremos registrados en épocas inesperadas. La borrasca Gloria ha dejado al menos diez muertos, oleaje récord, vientos huracanados, invasión marina y destrozos en la costa. La crisis climática decretada por el Gobierno este martes parece, en este escenario, más justificada.  

Esta borrasca revela que seguimos adentrándonos por un camino inexplorado de alteración climática. Una depresión aislada (DANA) formada sobre el Mediterráneo en un momento del año, históricamente, poco favorable ha coincidido con un anticiclón sin precedentes en más de medio siglo en las Islas Británicas. El resultado ha sido Gloria.

Los nuevos parámetros del clima tienen varios componentes. La oscilación de la Corriente en Chorro (el flujo de aire rápido y estrecho que circula en capas altas de la atmósfera) se hace más intensa, lo que deriva en este tipo de bajas presiones aisladas en nuestro entorno incluso en épocas poco favorables para ello.

La llegada de masas de aire frío hasta el Mediterráneo occidental es frecuente en los meses de enero y febrero. De ellas se suelen derivar intensas invasiones de aire muy frío de origen polar o siberiano como efecto del movimiento retrógrado del aire desde el interior del continente europeo hasta la Península Ibérica; es decir, contrario a la circulación normal de la atmósfera.

Lo que no es tan frecuente es que dichas masas de aire queden aisladas en nuestro entorno a estas alturas del año y adquieran el comportamiento explosivo y errático propio de las DANAs, y mucho menos que desemboquen en un temporal de levante tan intenso como el que hemos sufrido. Todo esto, aunque infrecuente, no es algo que no haya ocurrido antes.

Pero Gloria ha juntado más cosas excepcionales. El ingrediente clave para entender lo ocurrido se daba unos 1.500 kilómetros al norte de la península. En Gran Bretaña había una estabilidad atmosférica fuera de lo común. Tan poco habitual que no se había registrado en 63 años.

La tarde del pasado 19 de enero, el servicio meteorológico británico anunciaba en Twitter un registro histórico de presión al oeste de Gales. El barómetro ubicado en Mubles Head alcanzaba los 1050,5 hPa de presión, un registro que no se daba desde 1957. El potente anticiclón aseguraba la estabilidad en las Islas.

Así que, con Gloria en el Levante y el anticiclón extraordinario en el sur británico, se crearon las condiciones para que el viento que llegaba del noreste adquiriese fuerza prácticamente huracanada. A partir de ahí, todos los registros comenzaron a batirse por uno de los peores fenómenos adversos meteorológicos de los que se tiene constancia.

Impactos del temporal

Las vertientes orientales de las Islas Baleares, así como todo el litoral valenciano y catalán, han sufrido los peores efectos de la borrasca Gloria. El fortísimo temporal de levante ha provocado rachas de viento de más de 110 km/h y vientos sostenidos de más de 100 km/h. Fuerza prácticamente huracanada sobre un Mediterráneo poco acostumbrado a fuerte oleaje, que literalmente engulló buena parte del litoral del Levante peninsular.

Los registros han sido históricos. La boya de Valencia ha medido olas de 8,44 metros de altura, cota máxima jamás registrada por parte de Puertos del Estado en el litoral mediterráneo peninsular. El Mediterráneo literalmente ha demandado las escrituras de propiedad en sus dominios naturales. En puntos de Mallorca o de Girona, el oleaje ha llegado a doblar en altura bloques enteros de cuatro plantas y ha inundado con espuma marina el callejero de localidades como Tossa de Mar.

Además, en el delta del Ebro, la fuerza del viento empujaba el oleaje tierra adentro del sistema fluvial de depósitos que el Ebro tiene en su desembocadura. Un desastre ambiental pendiente de evaluar en una de las zonas más amenazadas de la Península Ibérica ante los escenarios planteados por el Cambio Climático debido al delicado equilibrio ecológico que lo mantiene.

Los temporales destructivos en las costas están aumentando. La velocidad de los vientos y la altura de la olas son cada vez mayores desde hace tres décadas, según constataba una investigación publicada en la revista Science en abril del año pasado. Esto, unido a los efectos del cambio climático vaticinan que episodios como Gloria, el temporal que arrancó balcones en Tenerife en noviembre de 2018, el que obligó a cerrar el paseo marítimo de A Coruña hace un año o azotó la costa andaluza en marzo de 2019 se van a repetir más frecuentemente, explicaron entonces los investigadores. Una nueva normalidad marcada por la alteración del clima. 

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