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El Papa dice que “nunca será suficiente” lo que se haga para reparar el daño a las víctimas de pederastia en la Iglesia

El Papa Francisco.

Jesús Bastante

Tras el escándalo provocado por la denuncia masiva de abusos sexuales a 300 sacerdotes de Estados Unidos, el Papa Francisco ha escrito una carta pública en la que reconoce que “no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas”. “Hemos descuidado y abandonado a los más pequeños”, prosigue el escrito hecho público varios días después de que la Corte Suprema de Pensilvania diera a conocer un informe en el que se relatan varias décadas de abusos sexuales a menores en seis diócesis. La semana pasada el Vaticano ya exigió a la Iglesia estadounidense que asumiera responsabilidades por lo sucedido.

En el texto Francisco admite que los abusos a menores han sido provocados por “un notable número de clérigos y personas consagradas”. Ya no se habla de una exigua minoría, de casos aislados. Los abusos son, para el Papa, “un crimen que genera hondas heridas de dolor e impotencia; en primer lugar, en las víctimas, pero también en sus familiares y en toda la comunidad, sean creyentes o no creyentes”.

“Mirando hacia el pasado nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado. Mirando hacia el futuro nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse”, reclama el pontífice, quien exige “compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos en situación de vulnerabilidad”.

Precisamente la semana en la que se conoció el informe de pederastia en EEUU, se hizo público que Francisco pretende deshacerse de dos de sus asesores marcados por la pederastia que forman el grupo de nueve cardenales que le ayudan en la reforma de la Curia romana. George Pell, acusado de abusar sexualmente de menores en Australia, y Francisco Javier Errázuriz, acusado de encubrir el delito en Chile, serán expulsados a partir de septiembre.

El propio Papa admite que el informe Pensilvania supone un antes y un después para la Iglesia católica y que, pese a que algunos se han empeñado en afirmar que la mayor parte de los abusos son cosa del pasado, “las heridas nunca desaparecen y nos obligan a condenar con fuerza estas atrocidades, así como a unir esfuerzos para erradicar esta cultura de muerte”; las heridas, prosigue, “nunca prescriben”.

El dolor de las víctimas: “ignorado y silenciado”

“El dolor de estas víctimas es un gemido que clama al cielo, que llega al alma y que durante mucho tiempo fue ignorado, callado o silenciado”, reconoce Francisco, que agradece a las víctimas que alcen la voz. “Su grito fue más fuerte que todas las medidas que lo intentaron silenciar o, incluso, que pretendieron resolverlo con decisiones que aumentaron la gravedad cayendo en la complicidad”.

“Sentimos vergüenza cuando constatamos que nuestro estilo de vida ha desmentido y desmiente lo que recitamos con nuestra voz”, lamenta el Papa, quien afirma que “la magnitud y gravedad de los acontecimientos exige asumir este hecho de manera global y comunitaria”. Lo que se ha avanzado hasta ahora, “en sí mismo no basta”, sostiene Bergolio, quien arremete contra la instalada cultura del silencio.

El pontífice pide “tolerancia cero”, sin ningún tipo de excusa, que genere “seguridad y proteja la integridad de niños y adultos en estado de vulnerabilidad”, al tiempo que obligue a “rendir cuentas por parte de todos aquellos que realicen o encubran estos delitos”.

El Papa aprovecha en su carta para denunciar “la manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia –tan común en muchas comunidades en las que se han dado las conductas de abuso sexual, de poder y de conciencia– como es el clericalismo”, que “genera una escisión en el cuerpo eclesial que beneficia y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos. Decir no al abuso, es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo”, entendido como abuso de autoridad.

“Es imprescindible que como Iglesia podamos reconocer y condenar con dolor y vergüenza las atrocidades cometidas por personas consagradas, clérigos e incluso por todos aquellos que tenían la misión de velar y cuidar a los más vulnerables. Pidamos perdón por los pecados propios y ajenos”, culmina el Papa, quien dentro de pocos días viajará a Irlanda, cuya Iglesia ha sido protagonista de algunos de los casos más atroces de abusos sexuales durante el siglo pasado y donde, a buen seguro, se reunirá con víctimas de la pederastia clerical.

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