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Tres años de secretos tras una agresión sexual: “No sé cuánto dinero invertí en mi violación”

Sala de espera vacía de la UFAM el día que Elena puso la denuncia, en agosto de 2017. Foto: Instagram @detorres.e

Elena de Torres

@detorres.e —

A quien me lea.

#Secreto Nº1: Rubén

Que las características físicas del autor de los hechos son: varón, de nacionalidad española, de unos 35-40 años de edad, complexión delgado pero fuerte y estatura 1.80 metros, ojos marrones, pelo rapado, afeitado, tez blanca. Tenía el brazo izquierdo todo tatuado, creyendo recordar que eran “tribales”, sin poder aportar más características.

Texto extraído de mi denuncia interpuesta en Madrid, en la Brigada Provincial de Policía Judicial, en el Grupo XXII de la Unidad de Familia y Mujer (UFAM), siendo las 10:30 horas del día 25 de agosto de 2017. Lugar al que acudí con el objeto de denunciar los hechos ocurridos entre las 05:00 horas y las 06:00 horas del 13 de julio de 2014 en la Calle Isabel la Católica (Madrid - Distrito Centro).

Tres años de una vida, mi vida, para poner una denuncia. Simbólica. De esta palabra hablaré más adelante. Más de 1.095 días. 26.280 horas. O lo que es lo mismo: ver la primera parte de El Padrino 8.760 veces seguidas. 

#Secreto Nº2: Historial número 60XXXX

Tras despertarme en la cama de mi mejor amiga, acudimos al Centro Madrid de Salud Joven de la calle Navas de Tolosa. Llevaba una camiseta, unas mallas y unas bragas de ella. Los zapatos, unas bailarinas, eran mías. Éstas tenían recuerdos de la noche anterior a pesar de los intentos de L., de su hermana y de la madre de ambas por borrarlos y que no quedase huella.

Por aquel entonces yo tenía 24 años y unos ingresos mínimos. Cualquier coste evitable quería (o mejor dicho, necesitaba) que así fuera. Si podía no pagar la pastilla del día después, lo haría. Al igual que otras tantas cosas. 

Al escribir esto tomo consciencia de algo de lo que apenas se habla y son los gastos económicos que conlleva una agresión para la víctima. Es cierto que a mí, al explicar el cómo, me dieron la pastilla y recibí asistencia psicológica gratuita en ese centro. También en otros. Sin embargo, los medicamentos con los que tuve que hacerme curas u otros profesionales a los que acudí simplemente porque me sentía más cómoda hablando o notaba mayores progresos, tenían un coste económico del que yo me hice cargo.

No sé cuánto dinero invertí en mi violación. Supongo que aquí podría hacer otro listado, un listado que se eleva en números y en tiempo de vida si tengo en cuenta la decisión que tomé dos años después de ese hecho que en mi diario describí como un antes y un después. Esa decisión de la que hablo fue dejar mi trabajo y mudarme a Barcelona, creyendo que era lo que tenía que hacer, y no viendo el punto de fuga que era todo ello.

Hasta interponer la denuncia no supe que existían ayudas económicas, enfocadas éstas en términos de cierta reparación por el daño causado. Tras saberlo, me pasé una mañana de Ministerio en Ministerio, llamando al 016 (Servicio telefónico de información y de asesoramiento jurídico en materia de violencia de género) y a otros números donde la gran mayoría no sabía de lo que les hablaba. Al mediodía estaba ya desgastada de la burocracia, de la desinformación, del teléfono escacharrado. 

En mi caso, por la falta de datos que podía aportar, estaba fuera de cualquier ayuda que pudiera corresponderme. No iba a juicio y sin juicio no era nadie. Sí que había una serie de ayudas para las personas denunciantes que no van a juicio pero si invertís unos minutos de vuestro tiempo en ver los requisitos (LEY 35/1995, de 11 de diciembre de ayudas y asistencia a las víctimas de delitos violentos y contra la libertad sexual) y también la tabla de solicitantes y el número de solicitudes denegadas, llegaréis a vuestras propias conclusiones.

Volví a ese centro de salud joven un par de días después de la violación. Quería hablar con la ginecóloga que me había atendido. Me dolía al hacer pis, estaba intranquila. ¿Me habrá pegado algo? ¿Me grabó? ¿Me grabaron las cámaras del parking? ¿Quizá el trabajador de éste? ¿Estaría en las redes sociales o en los televisores de todo el mundo también sin mi consentimiento? ¿Seré ese tanto por ciento que dice que no te quedas embarazada? ¿Tendré a partir de ahora y para siempre un recuerdo de él en mi sangre? ¿Qué sucederá al tener de nuevo relaciones sexuales? ¿Cómo reaccionaré? ¿Se lo digo a mis padres? ¿Y cómo se lo digo? ¿Y si me lo encuentro? ¿Seguro que pasó? ¿Y si me lo estoy inventando?

Tras la consulta me mandó a hablar con J.: desde entonces, estuve dos años psicoanalizándome a escondidas.

#Secreto Nº3: Teoría del Iceberg o la historia del impermeable color mostaza

Según Hemingway, “todo relato ha de ser como un iceberg y no dejar asomar más de un tercio de su cuerpo, pues los dos tercios restantes han de contar con la imaginación del lector para manifestarse. Dicho de otro modo: lo que asoma, además de mostrarse eficientemente, debe sugerir lo que hay debajo”.

Mi enorme impermeable era mi iceberg. 

Lo conseguí en el outlet de E. y lo llevé puesto durante todo el Festival de San Sebastián. Tiempo después supe que P., el novio de una amiga, le preguntó extrañado por mi repetitivo atuendo bajo los días soleados del norte. La verdad es que no sé qué respuesta le dio.

Después de mi violación estuve un tiempo sin llevar vestidos. Esa noche llevaba uno que me habían regalado por mi cumpleaños. Éste continúa en mi armario. También ha estado en un escaparate, en una bolsa de basura y en varias chicas que caminan por la calle.

En la lista de a las puertas de mi cuerpo aparecía escrito: faldas, ropa ajustada, escotes, pendientes, maquillaje. Olvidaros de los labios rojos. Me corté el pelo. Corto. Muy corto. 

Después me rapé.

#Secreto Nº4: Ellos, Ellas. Ellxs.

Me imaginé que no podría mantener relaciones, que necesitaría explicar a la otra persona porque le empujaba, insultaba, cerraba mis piernas. Imaginé estas situaciones y quizá por ello me vi en varias ocasiones diciendo: “Me han violado”. Yo misma me excusé en esas palabras por quizá no hacer frente a otras cuestiones personales relacionadas con la sexualidad y las relaciones sentimentales. Pero ese es otro tema. 

Menciono esto porque me importan las reacciones que obtuve: a nadie decía importarle, pero a todos les importaba; nadie decía tratarte de un modo especial, pero casi todos lo hacían. Aprendes que es mejor callarte, al menos en mi experiencia, si quieres volverles a ver. No, un momento: aprendes que es mejor callarte si quieres en tu vida a alguien cobarde o poco interesado. 

Me hicieron pensar que tenía un problema. Un problema después de todo. 

Ellos no habían vivido las curas en la bañera con el pestillo echado ni las compras de sal gorda que hiciera cicatrizar todas las heridas. Ellos no habían llorado al mirarse el espejo ni se habían tirado del pelo queriendo arrancárselo. Ellos no se habían venido abajo al tocar su propio sexo. Ellas tampoco. Esas que decían comprenderte o simplemente daban normalidad a algo que no tendría que tener tal naturaleza. Ellas que te exploraban con un especulo para después decirte que tendrías que haberlo superado ya. Esas que se unen a la causa, a la nueva ola (me gustaría recalcar la ironía de esto último), hablando como si lo hubiesen vivido, pero que no tienen ni puta idea de lo que hablan. 

Yo había sido corresponsal de guerra, joder. Había estado en Ucrania, Siria, Gaza. Había estado en Barcelona. Al regresar de allí me diagnosticaron estrés post-traumático. Habían pasado tres años de la violación.

Durante esos tres años no dejé de recibir asistencia psicológica a excepción de los meses que pasé en la Ciudad Condal. A mi vuelta, al tratamiento terapéutico se le sumaron ansiolíticos, antidepresivos y una baja laboral. Los hongos, por su parte, iban y venían.

No es una cuestión de género a la hora de buscar culpables ni tampoco a la hora de crearlos.

Secreto Nº5: La Ciudad Invisible

Mi naturaleza digiere las cosas a través de la creación. Para mí, estas son las mejores denuncias. Es por ello que la oficial no es más que un acto cargado de simbolismo como escribía al principio.

Así es como me seleccionaron en un taller de la SGAE que llevaba el nombre de Autoría en femenino. El fin era reivindicar las historias de género y a las mujeres como protagonistas. La próxima vez qué veáis o escuchéis cualquier obra, fijaros en cuántas personas que han participado son mujeres. Mirad también la historia, quién la protagoniza, preguntaros qué papel ocupa la mujer.

La violación me llevó también a CIMASCAM, el Centro de Atención Integral de Víctimas de Violencia Sexual de la Comunidad de Madrid, donde aceptaron 'La Ciudad Invisible'. Mi proyecto de fotografías y testimonios. 

El título de mi propuesta lo encontré a partir del mapa 'La Ciudad Prohibida' de Bilbao en el que en lugar de informar a los ciudadanos y a las ciudadanas de cómo revertir la violencia sexual, se les informa a las últimas de los puntos a evitar en la ciudad por el riesgo que corren de sufrir una agresión. Tampoco informan de que las violaciones son, en su mayoría, cometidas por una persona del entorno, conocida en mayor o menor medida por la víctima. En mi caso, le conocí en un bar un par de horas antes. 

La suma de todo ello no ayuda a que te cuentes el relato de que has sido violada, que al fin y al cabo no es el acto en si sino todo lo que conlleva. En Madrid, además de CIMASCAM, acudí a CAVAS. Una asociación sin ánimo de lucro destinada a ofrecer atención a mujeres que han sido violadas. 

Sentarse en la sala de espera o salir de consulta y cruzarse la mirada (si ninguna de las dos la quita) equivale a tener la piel de gallina. Piensas: “Tiene mi edad, 18 o incluso 50 y va vestida con un traje chaqueta”. 

Preguntad también a una mujer de vuestro entorno si ha sufrido algún tipo de violencia sexual. Hablad con desgraciada normalidad, sin tapujos. Poneros en la piel de una persona que ha sufrido una agresión sexual e intentad buscar información en un buscador. No hay información. Hay mil folletos que repiten lo mismo.

#Secreto Nº6: ¿Cómo estás? 

El primer libro que me leí en torno a esto fue el primero que encontré: Afortunada, de Alice Sebold. Lo conseguí en una tienda de segunda mano. Lo llevaba siempre conmigo. Mis padres aún no sabían nada y temía que leyeran la contraportada y uniesen los hilos de esa joven violada y de una hija con un comportamiento más raro del habitual. 

Mi búsqueda sobre el tema consistía en encontrar algo o a alguien con quien pudiera sentirme identificada, entender qué me estaba pasando, por qué me sentía así.  Espero que si alguien busca como yo busqué, encuentre esto y pueda entender y entenderse. Un poco. Algo. 

Mi violación tuvo lugar en un párking. Durante un breve período de tiempo intenté entrar nuevamente a uno. Fue en vano. Hasta que una noche entré con M. Era la primera vez que quedábamos. M. es un chico que conocí dos días después de la violación. 

Un día recibí un mensaje suyo, hacía referencia a mi foto de perfil de whatsapp. Yo le pregunté: “¿Cómo estás?”.  Y no hubo respuesta. Durante un tiempo considerable contadas personas me preguntaron cómo estaba. 

En ese tiempo considerable, me salió una erupción de la tripa y tiré de google. Aún no tenía los resultados de los análisis, había sido sin preservativo y tengo tendencia a la hipocondría. Pensé que era VIH. Fui al CMS a ver a la ginecóloga que me estaba atendiendo y tras enseñarle mi piel, se sentó y me miró. De su boca salió esa pregunta que casi nadie me hacía. Mi respuesta fue venirme abajo. Eran marcas producidas por el estrés.

#Secreto Nº7: No te dejes meter mano. Vamos a poner denuncias.

Haces tu día a día como quien hace frente a un duelo. Caminas por la calle y ves a alguien cuyo peinado y cuya forma de caminar te recuerda a ella, o a él, o a ellos cuando estaban juntos. Pasas por delante de un kebab y el olor te traslada a esa noche con amigos hambrientos tras varias cervezas. Te guste o no siguen ahí, los buenos y los malos recuerdos, y aparecen cuando no están invitados. 

Podría decirse que las personas que hemos sido violadas, además de sobrellevar al chico de 1,80 -afeitado, con un brazo tatuado de tribales pero rubio, que se sienta a nuestro lado a las 08:00 de la mañana de camino al trabajo y nos hace por un momento entrar en pánico hasta que respiramos y nos decimos “no es él”-, hemos de sobrellevar los otros casos que cubren los medios de comunicación y la publicidad.

Primer ejemplo: 'la manada'. Un caso que para empezar con su nombre ya tiene de protagonista a otra persona que no la protagonista real. Esa chica que dicen que reaccionó así por no despedirse de ella. Esa cuyos besos significan que quiere mantener relaciones sexuales y/o está plenamente consciente para ello, y/o niega que el ser humano cambie de opinión. Esa a la que un detective siguió para cuestionar ahora la (aparente) normalidad de su vida.

Segundo ejemplo: los carteles con el eslogan “No te dejes meter mano” que empapelan el Metro de Madrid. La campaña que podría haber tratado sobre la violencia sexual pero que se quedó en una advertencia ante la picaresca. En este caso, puse una reclamación en Metro exponiendo que atentaba contra la vulnerabilidad y sensibilidad de ciertas personas, y solicitaba su retirada. Me respondieron por correo a los tres días. El pasado 27 de julio. Un mensaje de copia y pega, un mensaje de lo siento y lo tendremos en cuenta y un mensaje que venía a decir que se limpiarían el culo con mi opinión. 

Son muchos, continuos, los ejemplos. Y son muchas las sensaciones y los momentos que se experimentan tras una violación. Al igual que el iceberg de Hemingway espero que en lo escrito se intuyan: #Secreto Nº8: No hay secretos.

Esta historia forma parte de la serie Rompiendo el Silencio, con la que eldiario.es quiere hablar de violencia y acoso sexual en todos los ámbitos a lo largo de 2018. Si quieres denunciar tu caso escríbenos al buzón seguro rompiendoelsilencio@eldiario.es. Rompiendo el Silencio

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