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El Sínodo escucha a jóvenes latinoamericanos sobre abusos y acogida a todos
Una Iglesia que acoja a todos y que reflexione sobre el escándalo de los abusos sexuales por parte del clero son las aportaciones de los jóvenes latinoamericanos en el Sínodo de los obispos que aborda los problemas de la juventud.
De los 34 chicos y chicas presentes en esta asamblea reservada a los obispos para afrontar las problemáticas de los jóvenes de hoy, seis son latinoamericanos.
Una de las jóvenes y de las pocas mujeres presentes es la chilena Silvia Retamales, abogada y miembro del observatorio socio-pastoral de la juventud de su país, quien ha llevado al Sínodo su petición de una Iglesia mucho más plural que acoja a todos.
“Pido una Iglesia más plural, más democrática, que esté muy abierta a escuchar a los jóvenes y muy dispuesta a acoger a todos sin importar su origen, su opción sexual, si es hombre o mujer. En conclusión, que haga patente el mensaje de Cristo de amar a todos y recibir a todos”, explica a EFE.
Por primera vez en un Sínodo, los “padres sinodales” se han sentado a debatir en los llamados “círculos menores”, grupos por idiomas, con participantes que no eran obispos y durante los primeros días han escuchado los discursos con las propuestas de los jóvenes.
“Somos pocos, pero nos hemos sentido escuchados. Hemos tenido espacios para intervenir y también en los círculos de trabajo hemos expresado nuestra opinión”, asegura Retamales, mientras se encamina al Aula Pablo VI donde desde el pasado 3 de octubre se celebran las sesiones.
Esta joven chilena también ha llevado al Sínodo su experiencia como miembro de una Iglesia protagonista de un enorme escándalo de abusos sexuales contra menores.
Reconoce que algunos jóvenes fuertemente arraigados con la Iglesia, “aunque enojados y decepcionados”, no han cambiado su compromiso, pero otro sector se ha alejado.
“La sociedad chilena es crítica y tiene una juventud crítica, una juventud en desarrollo que está creciendo y que exige más a todas las instituciones. Por lo que el hecho de que una institución como la Iglesia, que tenía que ser referente de buenos valores, haya cometido estos errores, estos delitos, ha alejado a muchos”, afirma.
Añade que se siente dolida por este escándalo porque no soporta que miembros de su Iglesia “hayan podido hacer daño a otros hermanos, herirles en su dignidad humana”.
Sobre las expectativas de este Sínodo, que concluirá el 27 de octubre con la aprobación de un documento, dice que espera una “Iglesia donde todos se sientan incluidos. Una iglesia basada más en el amor y en escuchar que en juzgar”.
Otro de los jóvenes que a primera hora de la mañana se dirige entre cardenales y obispos al Aula Pablo VI es Yithzak Gonzalés Murgas, voluntario en la pastoral juvenil de Panamá.
Yithzak explica a EFE que habló en el Sínodo de la necesidad de que la Iglesia ayude a los jóvenes a escoger entre las numerosas propuestas de vida que se les presentan.
“Pedimos más acompañamiento y mayor escucha, que cambien el lenguaje de como dicen las cosas porque los jóvenes no les entienden. Quizá les entenderán los jóvenes muy cercanos a las estructuras eclesiásticas, pero no el resto. Les pedimos que cambien su lenguaje y que se pongan a la escucha”, dice con tono crítico.
Es necesario, añade, “que la Iglesia pueda acercarse a estos jóvenes que nada quieren saber de la Iglesia”.
Este joven panameño licenciado en Logística y Transporte explica también que la juventud se ha alejado de la Iglesia “porque ha visto poca transparencia y coherencia sobre todo en el caso de los abusos”.
Por ello, en su grupo de trabajo han pedido que la Iglesia revise los procesos de educación de los seminaristas y se hable abiertamente de afectividad y sexualidad para que esto “pueda proteger a los jóvenes y los niños y eliminar este flagelo”.
El argentino Mariano Germán García, también voluntario de la pastoral juvenil de su país, aportó al Sínodo la necesidad de que para la Iglesia “la opción preferencial sean los jóvenes más necesitados”, pero no solo materialmente sino aquellos más vulnerables y que por falta de ayuda acaban cayendo en las drogas, el suicidio o son agresores o víctimas de acoso.
Este joven destaca también la necesidad de una Iglesia que escuche a todos, jóvenes creyentes y no creyentes, porque “si no escuchamos a quienes no son religiosos -dice-, nos miramos el ombligo y no abrirnos a otras voces sería correr un riesgo para nuestra Iglesia”.
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