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Trabajo emocional: todos los cuidados con los que cargamos las mujeres en nuestras relaciones en nombre del amor

Ilustración de David Velasco.

Ana Requena Aguilar

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Gestionar las emociones, las tuyas y las del otro. Sacar las conversaciones importantes. Poner sobre la mesa los temas de los que hay que hablar, también los incómodos. Tomar decisiones, a veces pequeñas, otras grandes, sobre qué hacer para estar mejor, en pareja pero también para mejorar el ambiente familiar o en el grupo de amigos. Decir en voz alta que algo va mal. Recordarle a tu pareja, incluso, la fecha del cumpleaños de su madre y quizá encargarte del regalo. Pensar el plan para el fin de semana y sacar tiempo para los dos. Todas estas tareas, invisibles y escurridizas pero cansadas hasta el punto de agotar, son el trabajo emocional con el que mayoritariamente cargan las mujeres y que engordan su mochila de carga mental. Lo hacemos en nombre del amor o del cuidado, del bienestar propio y del de los demás. Y, cómo no, tiene la marca del patriarcado.

Fue la socióloga Arlie Rusell Hochschild la que acuñó el término en los años 80, aunque aplicado al mundo del trabajo. De manera más o menos informal el concepto se ha ampliado para acercarlo a las relaciones personales y el género. La docente de la Universitat Oberta de Catalunya Ana Vicente Olmo utilizó el trabajo emocional en su investigación sobre relaciones de pareja en jóvenes. “Me pareció un concepto que podía dar respuesta a algunas de las cosas que me encontraba en las entrevistas que realizaba a chicos y chicas heterosexuales para mi tesis. Era bastante frecuente que las chicas hablaran de ciertos aspectos de la relación con cierta frustración y tirando del hilo vi que el trabajo emocional podía explicar esas sensaciones”, apunta.

Un concepto, en este caso trabajo emocional, permite nombrar ciertas dinámicas internas de las relaciones que quedan invisibilizadas. “Ante la falta de que tu compañero se responsabilice o actúe, las mujeres responden con gran frustración, también enfado”, prosigue Olmo. No obstante, las mujeres lo viven con ambivalencia: con un término apenas conocido cuesta encontrar legitimidad para esos enfados y demandas. “Nos es difícil justificar por qué nos enfadamos o qué es lo que esperamos concretamente”. El resultado es que la frustración se vuelve incluso contra nosotras: nos sentimos pesadas, intensas o egoístas por expresar un problema que existe pero que no se ve. Por eso, Ana Vicente Olmo cree que acuñar y difundir conceptos puede ayudar a “dar legitimidad” a lo que sucede y a nuestra necesidad de pedir y reclamar.

La sexóloga y terapeuta de pareja Marta García Peris señala que, en muchos casos, se trata de una falta de responsabilidad emocional por parte de los hombres. “Nosotras estamos educadas más en la emoción. Ellos, cuando sacamos por ejemplo temas importantes, lo viven más como un marrón que les toca. Al final es una posición cómoda: si no lo saca nadie no hay que hablarlo ni tienen que afrontarlo, y si lo saca alguien no van a ser ellos”, apunta. La consecuencia, eso sí, es un desgaste profundo, personal para las mujeres, pero también de pareja.

Este trabajo emocional se da con intensidad en las relaciones afectivo sexuales, pero también en las familias o los grupos de amigos. “Entre amigos es bastante frecuente que sean las mujeres las que adviertan que un amigo está triste porque le ha pasado algo y se ocupen de él o alerten al resto de que hay que hacer algo para animarle. Hay una anticipación a cómo se puede sentir otra persona y un mandato para actuar. Las mujeres buscamos generar bienestar y esas prácticas contribuyen al mantenimiento y fortalecimiento de los vínculos”, explica Olmo.

Hombres inaccesibles

La clave, cómo no, está en la socialización. Mientras que las mujeres son socializadas en la generación de bienestar y el mantenimiento de los vínculos, apunta Olmo, los hombres lo son en prácticas más centradas en sí mismos. La especialista en materiales educativos y autora de 'Educar en el feminismo' y 'Libérate de la carga mental', Iria Marañón, sostiene algo parecido: “A las mujeres nos educan y construyen desde niñas para servir emocionalmente a los varones, en la capacidad para dar felicidad y cuidado a otras personas, especialmente a nuestras parejas. Los mensajes que nos lanzan son que incluso hay que sufrir, sacrificarse o renunciar. Ellos son educados en lo contrario, son socializados para ser emocionalmente inaccesibles”. Marañón habla incluso de “servilismo emocional” hacia las parejas hombres y de lo perverso que es ese mito de la complementariedad entre los sexos que, sin embargo, perpetúa estos esquemas dañinos para todos.

“Los hombres en general tendemos a despreocuparnos de las tareas de cuidados. Entendemos que cuidados es proveer y proteger de una manera muy clásica, seguimos anclados ahí y le damos menos importancia a los cuidados emocionales y a la empatía. La mayoría de hombres estamos muy educados en el egoísmo y en ser el centro de las atenciones y cuidados. Al final esto genera una falta de reciprocidad con nuestras parejas heterosexuales y eso hace que la carga mental de los cuidados recaiga mayoritariamente en las mujeres”, reflexiona Miguel Lázaro, de 'Masculinidades Beta', que reconoce en él mismo ese tipo de comportamientos. Pone ejemplos: delegar en las mujeres las decisiones de lo que es mejor para la pareja, “con frases como 'hacemos lo que tú quieras', o evitar determinadas conversaciones problemáticas”.

La autora de 'Libérate de la carga mental' asegura que este trabajo emocional puede incluirse dentro de esa carga, definida como “ese trabajo invisible, no pagado, que se nos atribuye a las mujeres por el hecho de serlo y que hacemos los 365 días del año y que consiste en una gestión física, emocional y psicológica constante”, desde la lista de la compra hasta cuándo tocan las vacunas, cómo organizar las vacaciones, coordinar todo tipo de tareas y encargar algunas a otros, estar pendiente de cuándo es el cumpleaños de su hermana, o preocuparse de cómo hacer sentir bien a todo el mundo.

“Al final lo que tenemos es que ser conscientes de esto y de que el género nos construye, de que no se trata solo de decisiones personales, sino que es todo un sistema que en muchas ocasiones a la mayoría de mujeres nos deja poco margen de actuación. Es el triunfo del patriarcado: no hace falta que nos digan nada, ya lo hacemos solas. Tenemos también que educar y socializar a los hombres para que sean adultos emocionalmente independientes y gestionen sus cargas”, dice Marañón. Marta García Peris apuesta por trabajar en una corresponsabilidad emocional que termine con una desigualdad que nos afecta, pero a la que nos sigue costando poner cara.

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