El Vaticano admite abusos sexuales a monjas y explotación por parte de sus superiores en todo el mundo
Monjas que trabajan a destajo al servicio de obispos o sacerdotes, limpiando suelos, sirviendo comidas, ejerciendo de 'chicas para todo'. Sin derecho al descanso, ni vacaciones (¿puede tener vacaciones una monja?). En los peores casos, sufriendo mobbing e, incluso, novicias que padecen, en silencio, abusos sexuales por parte de sus formadores. Es el nuevo escándalo que sacude el Vaticano, tras el drama de la pederastia clerical: el #MeToo de las monjas ha llegado para quedarse.
En esta ocasión, Roma parece dispuesta a actuar. El mismísimo prefecto para la Vida Religiosa (el 'jefe' de frailes y monjas), el brasileño Joao Braz de Aviz, ha admitido que la Santa Sede está investigando casos de abusos sexuales por parte de formadores a monjas y novicias, pero también “abusos sexuales entre monjas”. En una entrevista que publicará en febrero 'Donna Chiesa Mondo', el suplemento femenino de L'Osservatore Romano, el cardenal revela cómo “sólo en una congregación se han denunciado nueve casos” de abusos sexuales y de poder.
La situación llega a límites insospechados hasta ahora, y que el Vaticano ha reconocido de forma cruda. “Ha habido casos en los que ex religiosas han tenido que prostituirse en la calle para poder sobrevivir”, señala Braz de Aviz. Una realidad que no se vive en África o Asia sino en la mismísima Roma, hasta el punto de que el Papa Francisco ordenó la creación de una casa de acogida para ex religiosas que viven en situación de indigencia, y ha instado a la investigación, caso por caso, para delimitar las responsabilidades civiles, y penales, de las congregaciones que las abandonaron a su suerte.
El centro, gestionado por las Misioneras Scalabrinas, pretende “acoger a algunas monjas enviadas por nosotros, o por las superioras, especialmente si son extranjeras”. Muchas de ellas fueron despojadas de sus pasaportes y, en los casos más extremos, tuvieron que salir a la calle para mantenerse.
“Un fenómeno hasta ahora oculto”
“Nos enfrentamos a personas heridas con las que tenemos que reconstruir la confianza; debemos cambiar la actitud de rechazo, la tentación de ignorar a estas personas, de decir 'ya no es nuestro problema”, denuncia Braz de Aviz. “Hay casos muy duros –añade el cardenal– en los que las superioras conservan los documentos de las monjas que quieren salir del convento o que son enviadas lejos. Estas personas entraron en el convento como monjas y se encuentran en estas condiciones”. En cualquier caso, las declaraciones del prefecto parecen la punta de un iceberg del que empezará a saberse mucho más a partir de ahora. “Es un fenómeno que hasta ahora estaba oculto, pero que tendrá que salir a la luz”, concluye Braz de Aviz.
¿Y en nuestro país? En España, la Conferencia de Religiosos asume que “ha habido casos de abusos sexuales de formadores a novicias”, y de “abusos de poder” entre religiosas, especialmente en el caso de monjas que llegan de países lejanos, como India. Sin dar nombres ni datos específicos, sí reconocen que, en “algunos casos” se ha llegado a una suerte de explotación laboral de novicias que, al no soportarlo y solicitar salir del convento, no han podido hacerlo o han sido expulsadas sin sus papeles, lo que las convertía automáticamente en ilegales...
El único caso que, hasta el momento, ha saltado a la opinión pública sucedió hace cuatro años en un monasterio mercedario de Santiago de Compostela. Una exreligiosa denunció que varias de sus compañeras, todas procedentes de India, estaban retenidas en contra de su voluntad. Tras la investigación policial, dos de ellas manifestaron su voluntad de volver a la congregación, pero las otras tres optaron por no regresar.
El juzgado abrió diligencias por tres presuntos delitos: contra la integridad moral, detención ilegal y coacciones. En todos ellos el magistrado consideró que no hay indicios ni ninguna prueba que permita continuar con la instrucción del asunto.
Las voces que denuncian
Desde hace años, tanto la Unión de Superioras Generales (UISG) –organismo que aglutina a la vida religiosa femenina en el mundo– y la organización Voices of Faith, creada por las ex religiosas Doris Wagner (violada por un sacerdote que acabó trabajando en la curia romana) y Rocío Figueroa están dando voz a religiosas y exreligiosas que denuncian la violencia ejercida por parte de curas y obispos.
También ha sido un hito la tesis doctoral de Makamtine Lembo, una monja togolesa que hizo la primera investigación que demostraba abusos sexuales de curas a monjas en varios países del África subsahariana, y que defendió en la mismísima Universidad Gregoriana de Roma. Cuatro de cada diez religiosas, según Voices of Faith, han sufrido abusos de poder y de otro tipo –también sexuales– a manos de sus superiores varones. También, como confirmó el cardenal Braz de Aviz, “entre monjas”.
Desde la unión de religiosas, además, se ha establecido una comisión de “cuidado personal” que, durante los tres próximos años, analizará las condiciones de explotación, abusos de poder y sexuales que sufren religiosas en todo el mundo. Una de sus expertas, la monja australiana (y psicóloga) Maryanne Lounghry, ha analizado el síndrome de 'burnout' de las monjas, y reclama que se establezcan “líneas de actuación” para que se conozcan las obligaciones, pero también los derechos de las religiosas en sus lugares de trabajo, así como algo que se parezca a un contrato de trabajo.
“Cada religiosa tiene que tener una especie de código de conducta, una carta de acuerdo con el obispo o el párroco para poder decirle: 'Sabe, trabajé 38 horas esta semana o no puedo trabajar el domingo y vuelvo el lunes, necesito un día libre'. Un contrato de negociación te hace más fuerte”, añade Lounghry.
Lounghry agrega que sería necesario también “invertir en el bienestar de las monjas” y por ejemplo concederles “dos semanas de vacaciones, una paga, una situación de vivienda digna, acceso a internet” o “incluso un año sabático después de cinco años de trabajo”.
Lo cierto es que las estadísticas no mienten. El número de religiosas bajó en casi 100.000 en la última década. Los últimos datos oficiales del Anuario Pontificio, de 2018, contabilizan 659.445 religiosas, mientras que hace 10 años eran 743.400. En muchos casos estas mujeres abandonan por “problemas emocionales, historias personales llenas de heridas” relacionadas con la vida tras la ordenación, como admite el prefecto de la congregación para la vida religiosa del Vaticano.
“Cuando la autoridad se interpreta como poder y no como servicio se puede llegar a situaciones dolorosas. Creo que las personas que desempeñan funciones de liderazgo también deberían aprender a compartir la vida y todas las necesidades con la comunidad como cocinar o limpiar”, culmina Braz de Aviz, citando al Papa Francisco.
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