Ambas se acuerdan del día exacto en el que sus hijas hubieran nacido. 24 de abril de 2009. 9 de marzo de 2015. Yolanda y Susana se vieron obligadas a abortar en la semana 22 de gestación, casi al límite del plazo estipulado por ley para interrumpir el embarazo por causas médicas salvo casos excepcionales. Un supuesto que Pablo Casado suele utilizar para justificar su posición contraria a este derecho. Este fin de semana, ha vuelto a la carga en una entrevista en El Español en la que recomienda a las mujeres embarazadas que “sepan lo que llevan dentro: una vida autónoma”. “Señor Casado, sabemos lo que llevamos dentro, lo sabemos muy bien. Y conocemos el miedo. El miedo al embarazo, al parto, al dolor. Y cuando te dicen que algo no va bien, el miedo se convierte en terror”.
Yolanda habla desde la experiencia de haber pasado hace diez años por la situación más traumática de su vida. Esta mujer asturiana de 42 años abortó en la semana 22 porque su hija Paulina, que nunca llegó a nacer, padecía un grave tumor que haría que lo primero que viera en su vida la bebé fuera un quirófano, al que probablemente volvería habitualmente. Así se lo explicaron los médicos antes de tomar la decisión. “Cuando te preguntas la calidad de vida que va a tener tu hija si llega a nacer y nadie se atreve a contestar, tu vida se detiene por un momento y piensas si verdaderamente merece la pena hacer sufrir durante toda una vida”.
“Soy padre de un cincomesino y tuvimos una amenaza de parto en un tramo en el que se podía abortar libremente”, ha añadido Casado en la entrevista. “No entiendo como un país desarrollado puede defender un aborto libre hasta la semana 20 o 22 en ciertos supuestos, le recomiendo a mucha gente que vea ecografías a partir de la semana 20”, explicó hace unas semanas al tiempo que insistía en una supuesta “barra libre para abortar” hasta la semana 22. El líder del PP sigue sustentando su discurso en datos falsos. La ley actual, de 2010, permite el aborto libre hasta la semana 14; a partir de ahí, hasta la 22 en caso de riesgo para la vida o la salud de la embarazada o de graves anomalías en el feto y sin plazo límite cuando se detecten incompatibilidades con la vida o en caso de enfermedad fetal “incurable” y “extremadamente grave”.
Según los datos recogidos por el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, la proporción de abortos en estas circunstancias no superó en 2017 el 6% entre la semana 15 y la 22 y se situó en el 0,17% a partir de entonces. Una experiencia dura que, en palabras de Yolanda, “es lo suficientemente grave como para que no se instrumentalice”. “No lo haces por gusto, lo haces por necesidad. No es fácil para ninguna madre pasar por esto y que a veces lo retraten como si fuera una fiesta que todas estamos deseando es cruel”, señala.
Con ello coincide Eva Rodríguez, directora médica de la clínica Ginesur de Sevilla y vicepresidenta de la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo (ACAI). La doctora explica que este tipo de situaciones deben ser acreditadas por los comités clínicos constituidos por los sistemas de salud de las comunidades autónomas y que emiten estos dictámenes cuando “las patologías son verdaderamente graves”. “Por alguna razón, no se ha visto la malformación hasta pasadas unas semanas. A veces porque el diagnóstico no se ha hecho bien y otras porque hay patologías que se van agravando con el tiempo de gestación. Es un embarazo deseado, buscado, que se ha sentido, se ha visto en ecografías y se ha estado disfrutando...”, reflexiona.
La visita a la clínica
Por lo mismo atravesó Susana en 2015, que tuvo que abortar a su hija Mía cuando faltaban dos días para culminar el plazo marcado por la legislación vigente, una norma que ya Casado ha asegurado que derogará si tiene oportunidad para regresar a la ley de supuestos de 1985. “Me dijeron que no había líquido y que la viabilidad de la niña era imposible. Que podía seguir con el embarazo si quería, pero que no habría posibilidades para ella. Que podría fallecer dentro o nada más nacer. Decidí interrumpir el embarazo justamente por el amor que tenía a mi hija”, cuenta esta mujer sevillana antes de confesar su férrea oposición a que a este tipo de abortos se les siga llamando interrupciones voluntarias del embarazo.
Tanto fue así que logró que en los papeles que tuvo que ir a recoger al hospital tras la intervención, figurara “interrupción legal del embarazo”. “No es una decisión que tomemos fácilmente. Fue la experiencia más dura de mi vida. Desde el minuto uno ya sabemos que llevamos una vida dentro”, dice en referencia a las palabras de Casado. En su caso, tuvo que acudir a una clínica a interrumpir el embarazo para posteriormente ir al hospital a culminar el proceso. Algo que califica de “horrible” al estar “rodeada de mujeres que van a abortar libremente en las primeras semanas de gestación. Luego en el hospital tardé cuatro días en parir a la niña”.
Tanto Susana como Yolanda lamentan que este tipo de vivencias a las que se ven abocadas mujeres que en principio no desean interrumpir su embarazo apenas sean nombradas y denuncian que sobre ellas recaiga “un estigma social”, en palabras de Rodríguez, “que provoca afecciones emocionales muy profundas”. Así, la visita a la clínica suele ser un momento de los más traumáticos del proceso. Yolanda se tuvo que desplazar a Madrid porque le dijeron que en su Asturias natal no llevaban a cabo este tipo de abortos. En estos casos, a la dura experiencia de por sí se suman los inconvenientes de un viaje largo que deshumaniza el proceso. “El personal fue encantador, pero tuve que escuchar cómo mi compañera de habitación daba a luz a su hijo”.
'Ya tendrás otro', 'eres muy joven'
Pero, ¿y qué pasa cuando estas mujeres vuelven a casa? En esos momentos, el sentimiento de soledad suele sumarse al comienzo del duelo. “Cuando tuve que guardar en un cajón la ropa de premamá y volverme a poner la ropa normal fue uno de los momentos más duros”, narra Yolanda, que recuerda la cascada de mensajes “desafortunados” que recibió posteriormente de manos de parte de su entorno –'Ya tendrás otro', 'eres muy joven', 'no pasa nada'...–. Coincide Susana, que impugna ese relato que, en el fondo, banaliza lo ocurrido. “Tienes la sensación de que la gente no le da importancia, pero tú has perdido un hijo”, dice Yolanda.
A ambas no solo les une la experiencia pasada, también las dos han vuelto a ser madres después. Es común que el miedo, la angustia y la culpa emerjan entonces ante el nuevo embarazo. “En tu cabeza resuena constantemente: '¿Y si pasa otra vez'?, ilustra Yolanda, que tiene una hija de ocho años. ”Yo llegué a tener la sensación de que no quería que naciera. Algo muy extraño. Como que al tenerla ahí era mi niña y estaba segura“. Ambas mujeres se sienten dolidas e interpeladas cuando escuchan hablar a Pablo Casado de los abortos en elevado estado de gestación. Una previsión contemplada en la ley que obliga a atravesar un difícil periplo médico y vital y que, más allá del estigma, precisa de visibilidad: ”Yo tuve una hija que no llegó a nacer. Pienso en ella todos los días“, se confiesa Yolanda para empezar un relato que, por primera vez y tras vencer el miedo, cuenta públicamente.