Fátima se quedó embarazada con 32 años. Tenía una relación nueva con quien, pensó, deseaba tener hijos tras salir de un matrimonio infeliz. Pero cuando confirmó que esperaba un bebé entró “en colapso”. Lo que recuerda de aquellas semanas fueron muchas horas de terapia psicológica, mucha confusión y mucha culpa. A las cuatro semanas abortó.
“Entonces me di cuenta de que las excusas que me había puesto hasta entonces, como que mi relación anterior no era adecuada para criar a un bebé, tapaban el verdadero deseo: yo no quería ser madre. Abrazar esa realidad sin sentirse un fracaso humano es muy complicado porque, cuando la obligación vital es tan patente, la amenaza de que te vas a arrepentir da pánico”, relata Fátima más de diez años después de aquel episodio.
En 2022, la cifra más alta de interrupciones del embarazo se registró entre las mujeres de 20 a 24 años, seguido de las que tienen entre 25 y 29. A medida que aumenta la edad, la tasa se reduce, según el histórico de datos recogido por el Ministerio de Sanidad. El aborto en la treintena “no es una opción para el imaginario si cumples con el pack de edad, independencia, pareja y trabajo”, asegura Raquel Gómez, psicóloga de la Asociación Catalana de Derechos Sexuales y Reproductivos. “Cuando en este contexto comunicas que estás embarazada hay una presunción de continuidad. A nadie se le ocurre preguntar qué quieres hacer”. La edad media para la maternidad en España es de 32,6 años.
Abrazar tu deseo de no ser madre con 32 años sin sentirse un fracaso humano es muy complicado porque, cuando la obligación vital es tan patente, la amenaza de que te vas a arrepentir da pánico
¿Hay una necesidad de encajar en un determinado relato para abortar? No existe un perfil de mujer que aborta, aunque las convenciones sociales, sostiene Gómez, conceden más comprensión a unas interrupciones que a otras: “En mujeres sin pareja, muy jóvenes, con discapacidad, problemas de salud mental, o que consumen drogas vemos que lo más acertado es la interrupción voluntaria del embarazo, pero en otras situaciones no se contempla a nivel social”, analiza la psicóloga, que acompaña a mujeres en la decisión o después de haberla tomado. “En la consulta elevo el malestar al sistema. Les digo: lo estás sintiendo tú, pero está sustentado desde fuera. Eso –asegura Gómez– alivia y da un marco”.
“Cuando se piensa en la interrupción voluntaria del embarazo y en la planificación de la maternidad, se olvida muchas veces que no solo tiene que ver con los medios económicos o la estabilidad para poder criar a un hijo o hija, sino con el deseo propio”, explica Raquel Hurtado, subdirectora de la Federación de Planificación Familiar (Sedra).
Las mujeres más adultas que no desean seguir adelante con su embarazo –las que no responden al cliché de 'chica joven que corre riesgos'– “pueden recibir un juicio extra”, prosigue Hurtado. Y eso provoca sentimientos difíciles de encajar “producto de las normas sociales que dicen a las mujeres cuándo tienen que quedarse embarazadas”.
Cuando se piensa en la interrupción voluntaria del embarazo, se olvida muchas veces que no solo tiene que ver con los medios económicos o la estabilidad para poder criar a un hijo o hija sino con el deseo propio
La abogada francesa Sandra Vizzavona escribió Interrupción, publicado en España por la editorial Tránsito, con voces de decenas de mujeres que muestran que no hay una única razón para abortar ni un único modo de sentirse. El texto recoge relatos de pena, de alivio, de indiferencia, de liberación o de remordimiento.
Andrea se olvidó una noche de tomar la píldora anticonceptiva. A los días compró un test de embarazo porque la sola posibilidad de imaginar un embarazo le quitaba el sueño. Entonces su pareja le preguntó: “¿Y qué harías?”. Su mayor miedo era ponerse en el escenario de qué hacer.
Con 34 años, no tiene claro si quiere ser madre, pero desde luego ahora no está en sus planes. Sin embargo, con este pequeño contratiempo se despertó el fantasma. “¿Y si cuando quiera no puedo? Así como siempre he tenido muy claro que abortaría, ahora no lo sé. Ahora es otro tipo de decisión: podría hacerlo aunque no lo he elegido yo”. Marta, de la misma edad, se siente caprichosa cuando piensa en ello. “Quizá ahora abortaría, pero me sentiría fatal porque tal vez en dos años lo deseo”, reflexiona.
La escritora Lara Moreno relató su aborto en una columna publicada en El País. Las preguntas que le hicieron, las salas por las que pasó; la psicóloga y la ecografista, hasta el quirófano final. “Fui sincera: embarazo deseado, 42 años, hija de nueve, sí, de otro padre, sí, mi pareja querría tenerlo, pero la decisión es mía, sí, cuento con medios económicos, no, no quiero seguir adelante. Lo he madurado y estoy convencida. No solté una lágrima. Ya puedes irte”, escribió Moreno en septiembre de 2021.
Andrea no tiene claro si quiere ser madre, pero desde luego ahora no estaba en sus planes. Sin embargo, con este pequeño contratiempo de olvidar su píldora se despertó el fantasma: "¿Y si cuando quiera no puedo?
En el marco de la culpa, “entre las mujeres se da la sensación de que van a ser castigadas y de que será la última oportunidad de ser madres”, asegura Gómez, especialmente en personas que se acercan a los 40 y el reloj biológico presiona. Esta sensación acompañó a Fátima mucho tiempo. Hasta que colocó las piezas. Le llevó, calcula, diez años. “En mi caso se sumó otra cosa: venía de una familia católica y había roto un matrimonio. Pensaba –relata–que un hijo salvaría a mi familia del trauma y justificaría el divorcio de algún modo”.
El 80% de las mujeres que deciden interrumpir voluntariamente su embarazo entre los 35 y los 45 años ya tiene hijos, dimensiona Francisca García, presidenta de la Asociación de Clínicas de Interrupción Voluntaria del Embarazo (ACAI). “La maternidad es algo más que ”donde comen dos, comen tres“. Muchas mujeres consideran que han cubierto su maternidad y no quieren más hijos. Y una parte, un 20%, no quieren ser madres o no desean serlo en ese momento”.
“No se puede reducir todo a la edad. Todas las personas que pasan por aquí tienen circunstancias, creencias, redes de soporte y razones para tomar la decisión en ese momento. Es un error usar una única plantilla para acompañar”, reivindica Gómez, que recuerda que “todos los estereotipos y mandatos de género”, como este y otros, “contribuyen al estigma y eso atenta contra los derechos sexuales y reproductivos”.