Es una realidad mucho más habitual de lo que solemos pensar. El abuso sexual hacia la infancia es un asunto que suele generar una enorme alarma social, pero al mismo tiempo es una de las realidades más desconocidas y silenciadas. Así lo expone una investigación presentada este martes por la Fundación Anar, el teléfono de ayuda a niños y niñas, que ha analizado 6.183 casos de las casi 90.000 peticiones relacionadas con el abuso sexual infantil que ha recibido en la última década. El informe, el primero de estas características, intenta arrojar luz desde una perspectiva multidimensional.
El perfil del agresor tipo es el de un hombre, que ejerce los abusos en un 95,8% de las ocasiones, según la investigación. Siete de cada diez son mayores de edad, mientras que los menores se concentran sobre todo en la adolescencia de las víctimas, entre los 13 y los 15 años. En total, la mayor parte de los abusos han sido perpetrados por el padre de la víctima, algo que ocurre en uno de cada tres casos (el 32%), seguido de otro familiar (18,7%), entre los que se incluyen hermanos o abuelos, y compañeros, amigos o conocidos del menor (21%). Si se suman todos los familiares, se concluye que más de la mitad de los abusos, el 58,8%, son cometidos por algún miembro de este entorno más cercano. “Los abusos vienen de las personas que supuestamente les deberían proteger, algo que es gravísimo”, explica Diana Díaz directora del teléfono Anar.
La inmensa mayoría de las víctimas son mujeres (un 78,3%). Ellas están más representadas en la adolescencia, en la franja de edad de los 13 a los 16 años, mientras que ellos lo están en mayor proporción en las más tempranas (hasta los 12 años). Con todo, la media de edad de las víctimas es de 11,6 años. Los tipos de abuso más frecuentes fueron tocamientos (35,5% de los casos) y penetración (un 17%), junto a otros como tocamientos al abusador o la obligación de masturbarse. La violencia o la intimidación fue usada en un 53,% de los casos, más habitual en mujeres a medida que cumplen años. Por otro lado, las agresiones en grupo han crecido del 2,1% de 2008 al 10% diez años más tarde.
Un aumento del 300%
El trabajo, realizado por el centro de estudios de la fundación, apunta a una tasa de crecimiento de los casos de abuso sexual a niños, niñas y adolescentes del 300,4%. Esto significa que los casos confirmados por Anar pasaron de los 273 en 2008 a los 1.093 en 2020 –en este punto, el estudio abarca hasta el año pasado–. La tasa anual de crecimiento ha sido del 14%, pero se ha acelerado en los últimos cinco años, sobre todo, en lo que tiene que ver con la tecnología, apunta el informe. Este tipo de delitos son una minoría del total (583), pero son los que más han crecido. El grooming –ganarse la confianza del menor para, por ejemplo, conseguir material íntimo– ha aumentado un 36,7% y el sexting un 25%.
¿Cuánto hay de aumento en sí del delito y cuánto de una ruptura del silencio cada vez mayor? Es difícil de saber. En opinión de Sonsoles Bartolomé, directora del departamento jurídico de ANAR, pude darse una mezcla de factores: “En los últimos años hemos avanzado y es algo que nos ha podido llevar a una mayor notificación, pero por otro lado, las nuevas tecnologías han abierto una nueva vía a formas delictivas que antes no existían”, ha explicado. Por eso, desde la fundación piden, entre otras cosas, campañas de sensibilización y un mayor control parental en el uso de las tecnologías.
En el 40% de casos, el entorno lo niega
¿Y qué ocurre en el entorno cuando el menor verbaliza lo que ha sufrido? Según revela el trabajo, la intención de denunciar se dio solo en el 43,3% de los casos, pero además, finalmente solo la formalizaron uno de cada diez. De ellos, casi un 20% se archivó por falta de pruebas. Es decir, una inmensa mayoría de los casos nunca llegan a ser enjuiciados. Pero más allá de los obstáculos en lo judicial, Anar ha detectado que en ocasiones se produce un entorpecimiento desde el propio entorno de la víctima, lo que dificulta “la puesta en marcha de acciones que permitan que el menor de edad reciba la ayuda y protección necesaria”.
Entre los “fallos” identificados se encuentra la negación de los hechos, algo que ocurre en el 37,8% de las ocasiones, la justificación o encubrimiento del agresor (31,1%), la negligencia o falta de reacción (23,9%) o la culpabilización del menor (7,2%). “En muchos casos las familias lo niegan porque no pueden creérselo ni entenderlo y se defiende”, añade Díaz, que insiste en que “urge” concienciar a la sociedad de que el abuso sexual infantil existe “y no es un fenómeno aislado”. En este sentido, la fundación reclama campañas de sensibilización y prevención.
Además, los abusos no suelen ser puntuales. Solo un 31% de las víctimas informaron de que les había sucedido una vez, pero lo habitual es que se repitan en el tiempo. Hasta un año en el 22% de las ocasiones y en el 38%, los ataques se han alargado durante más de un año.